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José García Domínguez

Rubalcaba y la momia de Franco

Si Artur Mas tiene un problema que se llama 3%, el PSOE tiene otro que se llama España.

Si Artur Mas tiene un problema que se llama 3%, el PSOE tiene otro que se llama España. Cuánta no sería la tensión en el grupo parlamentario antes de votar la proposición de UPyD sobre la soberanía nacional que Rubalcaba tuvo que sacar del armario la momia del Caudillo, un espantajo de urgencia para que entrase al trapo la derecha tonta y desviar la atención. A última hora, y tras mucho tira y afloja, se evitó el bochorno de ver al segundo partido de la nación negándose a ratificar que la soberanía recae en esa misma nación. Aunque el hecho mismo, que cuestión tal suscitase un encendido debate interno, indica a las claras el grado de descomposición intelectual que ha alcanzado el PSOE. Así las cosas, lo de menos es la abstención del PSC. Al cabo, el PSC ha procedido como siempre. Nada nuevo bajo el sol.

Recuérdese al respecto que hace apenas unos meses volvió a romper la disciplina del grupo tras presentar CiU una moción sobre el derecho a decidir, ese eufemismo balsámico. Y he escrito "volvió" porque, aunque ya nadie guarde memoria del asunto, cuando se redactó la Constitución los diputados del PSC ya se ausentaron del Hemiciclo para no tener que votar contra una enmienda similar promovida por el representante de Herri Batasuna Francisco Letamendía. A fin de cuentas, Navarro y su gente, esa orquesta del Bajo Llobregat que, como la del Titanic, sigue tocando impertérrita mientras el barco se hunde, no dejan de encarnar la deformación más o menos grotesca del socialismo hispano todo.

Paradojas de la Historia, el mayor éxito político del franquismo, su único legado ideológico llamado a perdurar tras la desaparición física del dictador, es esa interiorización de su relato nacional por parte de la izquierda. El franquismo trató obsesivamente de identificar el nacionalismo español consigo mismo. Por lo demás, una usurpación flagrante de la realidad. Pero impostura que iba a funcionar donde menos cabría esperarlo: en la cosmovisión del progresismo oficial y sus satélites. Ahora, con la pensión de diputado vitalicio por fin en el bolsillo, anda clamando Alfonso Guerra que el PSOE debiera romper con el PSC. Quizás no fuese mala idea. No obstante, mientras los socialistas españoles no rompan con sus propios fantasmas nacionales, poco se habrá avanzado. Aunque vistoso y estridente, el PSC no es más que un síntoma. La verdadera enfermedad la sufre el PSOE.  

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