Por qué creyó Mas que la independencia era posible
Erraron el tiro, es evidente, pero por poco, por muy poco. Su cálculo, al cabo, no parece en absoluto descabellado.
"Nos hemos metido en un lío, estamos atrapados". Lo acaba de admitir Duran Lleida, un democristiano tan retorcido que es capaz hasta de decir la verdad para desorientar al prójimo. Porque lo cierto es que sí se han metido en un lío y que sí están atrapados. Y tratándose de gente acaso malvada, pero desde luego nada estúpida, habría que tratar de indagar el porqué de su proceder. ¿Qué demonios se le pasó por la cabeza a Mas y al resto del establishment catalanista para que llegasen a creer posible la independencia? Esa tropa lleva más de cien años fantaseando con la ruptura de España, pero no están locos. No lo estaban sus padres ni sus abuelos. Y tampoco ellos. Su independentismo sentimental siempre se ha visto atemperado por un muy acusado sentido de la realidad y de la cartera, lo que en su caso viene siendo lo mismo. El catalanismo menestral y pequeñoburgués, ése que en su día encarnara la Lliga y hoy pastorea CiU, ha soñado sin cesar con la independencia, sí, pero a condición de que saliera gratis total. Querencia que les llevaba a demorar el asunto de la liberación nacional ad calendas graecas.
La pregunta, pues, habría de ser por qué ahora han llegado a presumir factible la vieja quimera de sus fabulaciones juveniles. Y es que un movimiento estratégico de semejante trascendencia no se adopta por razones que obedezcan a los vaivenes del vulgar politiqueo coyuntural. Al respecto, resulta absurdo postular que Convergencia se lanzó a intentar la secesión porque acudiera más o menos público a una manifestación, o porque Junqueras obtuviese más o menos diputados en unas autonómicas. Un paso de trascendencia tal no puede obedecer a móviles tan pueriles. Al igual que sucedió durante la agonía final de la Unión Soviética y cuando los estertores de Yugoslavia, la independencia de Cataluña únicamente devendría factible, y Mas lo sabe, en el contexto de un colapso absoluto del Estado. Porque el genuino catalizador de la ruptura tendría que ser España, no Cataluña. Solo con España en una situación de definitivo caos interno podría la Generalitat soltar amarras rumbo a Ítaca.
Y los estrategas de Convergencia calcularon que ese desorden anárquico sí se iba a producir. Y hacia estas fechas, esto es, en las vísperas míticas de 2014. Erraron el tiro, es evidente, pero por poco, por muy poco. Su cálculo, al cabo, no parece en absoluto descabellado. Con la prima de riesgo en 649 puntos, descontaron que España acabaría intervenida por la Troika, perdiendo en ese instante la poca soberanía que le resta. Y que, al tiempo, la tensión extrema en los mercados forzaría la salida de Grecia del euro, dando inicio a la voladura controlada de la moneda única. O sea, pensaron exactamente lo mismo que las élites económicas españolas. De ahí la masiva fuga de capitales que llegaría al clímax del histerismo en 2011. Ante semejante escenario, con el país administrado desde el exterior, un corralito bancario y el euro en plena descomposición, el plan independentista no hubiera supuesto ninguna idiotez. Al contrario. Pero les ha fallado la premisa mayor. De momento, al menos. Y ahora están, ¡ay!, metidos en un lío. Que los moque la yaya.
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