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El auge del Frente Nacional

Parar los movimientos radicales antiliberales que pululan por Europa, y cuyo epítome es ahora el Frente Nacional francés, es fácil.

La expulsión de una colegiala gitana y kosovar de Francia, una elección cantonal y una encuesta sobre las preferencias para el Parlamento Europeo, ambas favorables al Frente Nacional de Marine Le Pen, ponen de actualidad este movimiento antiliberal francés.

Lo primero que hay que saber es que el FN es un partido alimentado por el electorado natural de la izquierda por obra de Mitterrand, quien lo fomentó en las ondas públicas mientras dependieron de él; y luego introdujo el reparto proporcional, que le favorecía en la Asamblea. Y lo segundo que hay que saber es que Sarkozy, gracias a su consejero Patrick Buisson, lo derrotó.

En 1981 Mitterrand accedió a la presidencia. Se empeñó en radicalizarse con el partido comunista, con quien mantenía una alianza previa, el denominado "programa común de la izquierda". El resultado, tras las nacionalizaciones, la jubilación a los 60, el aumento del salario mínimo y del gasto público, fue un par de devaluaciones, la huida de capitales y el aumento del paro. Había que hacer recaer el fracaso sobre el chivo expiatorio comunista. Y al ver que Le Pen padre convencía a los trabajadores de los barrios populares, cansados de tener que competir con el mundo, compartir escuela y barrio con no franceses y apreciar el incremento de la inmigración islámica, sustituyó a Marchais por aquél.

De nuevo la debilidad del socialismo, en la persona de Jospin, llevó a Le Pen a la segunda vuelta de las presidenciales del 2002. Chirac no pasó del 20% en la primera vuelta pero logró un 78% en la segunda, por rechazo a Le Pen. Circulaba el chiste: ¿qué diferencia a Chirac de Castro? Dos por ciento.

Los problemas de Francia no se abordaban, pues seguía siendo competitiva por su situación geográfica, su política energética –nuclear– y su inteligencia natural. Como el gasto público aumentaba (hoy asciende a un 56,6% del PIB), el paro no descendía y la deuda era desmesurada, Le Pen siguió convenciendo. Hasta que Sarkozy decidió disputarle el único aspecto sensato del partido: el patriotismo. El único rasgo simpático del lepenismo, por dejación de otros, es su homenaje anual, cada primero de mayo, no al internacionalismo soviético, sino a Juana de Arco, en su estatua parisina. El movimiento no es procatólico, al contrario, huye de las peleas sociales de estos contra el aborto o el matrimonio homosexual, pero es nacionalista y vistoso, y recurre frecuentemente a La Marsellesa. Los discursos encendidos de Sarko y su aura de ministro del Interior riguroso –el actual titular, Valls, sigue un modelo– bastaron para que, con el discurso más liberal de cualquier candidato a la presidencia excepto su mentor Balladur, venciera en las presidenciales de 2007. La falta de cumplimiento de su programa y la prevalencia en su partido de centristas acomodados le hicieron perder la reelección y revitalizaron al Frente Nacional.

Parar los movimientos radicales antiliberales que pululan por Europa, y cuyo epítome es ahora el Frente Nacional francés, es fácil. Basta con ser patriotas, cumplir los programas y echar a los centristas acomodados.

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