'Yihad urbana' de nuevo
Esta clase de terrorismo se está convirtiendo en una práctica cada vez más habitual.
El sangriento ataque contra un centro comercial de Nairobi que ha tenido en vilo al mundo durante al menos cinco días no es sino una muestra más de cuán instrumental es la herramienta yihadista salafista de la yihad urbana. Atacar objetivos blandos en los que hay fuerte concentración de posibles víctimas, y hacerlo con la motivación suficiente –es decir, con la convicción que tiene el terrorista de que tal acción a buen seguro le costará la vida (para él, el ansiado martirio)–, se está convirtiendo en una práctica cada vez más habitual que nos amenaza a todos.
Muestras de yihad urbana han abundado en los últimos años, desde los ataques coordinados de Mumbai en 2008, realizados en la ciudad india por terroristas procedentes de Pakistán –armados como ahora los de Nairobi con armas automáticas y explosivos, con lo que provocaron centenares de muertos durante varios días–, hasta asaltos con tomas de rehenes en hoteles internacionales de Afganistán o el propio Pakistán. La toma de hospitales o de escuelas por terroristas chechenos o daguestanos, en la Federación de Rusia en la pasada década, o la de la planta gasística argelina de Tiguentourine, el pasado 16 de enero, permitió a los perpetradores hacerse con el control de edificios e instalaciones en las que tuvieron a su disposición a decenas o a centenares de rehenes, con cuyas vidas pudieron jugar. En Tiguentourine es cierto que murieron una cuarentena de rehenes –la inmensa mayoría extranjeros– cuando las fuerzas especiales argelinas procedieron a eliminar a los terroristas, pero también lo es que dicha intervención permitió salvar, liberándolos, a otros ochocientos.
La firmeza en la respuesta a agresiones de este tipo es obligada, pues estamos además ante terroristas con los que nada se puede negociar, dado su perfil y sus maximalistas exigencias –los terroristas de Nairobi querían nada menos que Kenia sacara sus fuerzas expedicionarias de Somalia, donde desde el otoño de 2011 contribuyen al esfuerzo internacional para liberar a este país de Al Shabab–, y para los que la búsqueda del martirio es prioritaria. Ello nos anuncia que seguirán cometiendo tropelías semejantes, y que las seguirán haciendo circular por redes sociales y por todo internet como reclamo para que futuros candidatos al martirio traten de emularlos.
El ataque de Al Shabab en Nairobi permitirá ahora extraer múltiples lecciones sobre lo que hay que mejorar de cara al futuro en la lucha antiterrorista en términos preventivos. La primera, desde nuestro punto de vista, es evitar todo triunfalismo. El alimentado en los últimos meses con respecto a Somalia se ha mostrado pernicioso, y no sólo en Kenia, con más de sesenta víctimas mortales y cientos de heridos, sino en la propia Somalia. Los ataques de yihad urbana cometidos por el supuestamente acorralado y debilitado Al Shabab en Mogadiscio esta primavera –contra el Tribunal Supremo, el 14 de abril, en el que utilizaron nada menos que nueve suicidas, o contra la sede de las agencias de la ONU, el 19 de junio– lo atestiguan.
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