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José García Domínguez

¿Cataluña quiere ser Argelia?

En Europa resulta muy difícil entrar; sin embargo, es facilísimo salir. Véase, si no, el caso de Argelia, aquel antiguo departamento de Francia.

Si algo no se puede negar es el éxito del independentismo en su empeño por infantilizar a la opinión pública catalana. Infinidad de personas en apariencia adultas, ciudadanos sensatos y responsables en su avatar privado, han terminado creyendo en el cuento de la lechera soberanista como párvulos de guardería. A la carne de cañón la han persuadido de que la secesión habrá de ser Jauja. Se crearán centenares de miles de empleos (por el incremento de las exportaciones de cava a España, supongo). Las pensiones subirán igual que la espuma, quizá gracias a la migración masiva de los disidentes. La bancarrota de la Generalitat se resolverá como por ensalmo, acaso merced a la mediación de la Moreneta ante las más altas instancias celestiales... Son los prodigios del agit-prop institucionalizado, del ubicuo chunda-chunda interminable, de la mentira mediática repetida mil millones de veces.

Entre esos castillos en el aire, sobresale la quimera de que un hipotético estadito catalán no tropezaría con impedimento alguno para seguir formando parte de la Unión Europea una vez segregado de España. Algo que habría que achacar en partes iguales a la deshonestidad intelectual de los publicistas y a la simple ignorancia. Y es que tal presunción implica desconocer la naturaleza última de la Unión Europea, ese tratado internacional suscrito por veintisiete Estados soberanos. Así, pese a que en el lenguaje periodístico se suela apelar al territorio de la Unión, la UE no ejerce soberanía sobre territorio alguno. El espacio geográfico que incluye su ámbito de acción pertenece a los Estados y solo a los Estados. Estados cuya enumeración –por orden alfabético– consta en el artículo 52 del Tratado.

Ningún ente político cuyo nombre no figure mencionado de modo expreso en la lista podría decirse miembro de pleno derecho. Así las cosas, en Europa resulta muy difícil entrar; sin embargo, es facilísimo salir. Véase, si no, el caso de aquel antiguo departamento de Francia que respondía por Argelia. Cuando, en 1962, ese fragmento de la República optó por la independencia, las nuevas autoridades no necesitaron aguardar ni un cuarto de hora antes de que se les comunicara su expulsión del aún Mercado Común. Pero si alguien todavía albergara dudas, consulte la pregunta de la eurodiputada galesa Eluned Morgan a la Comisión, inquietud formulada en sede parlamentaria allá por 2004. Éste fue su enunciado: "¿Si un Estado miembro se dividiera, por haber alcanzado una región la independencia democráticamente, sería de aplicación el precedente sentado por Argelia?". La respuesta oficial de Romano Prodi, el entonces presidente, se puede resumir en una palabra: sí. Punto.

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