Colabora
Francisco Pérez Abellán

Los viejos atracadores nunca mueren

Acaban de cumplirse 50 años del asalto al tren de Glasgow. En todo este tiempo no se han despejado las grandes incógnitas del robo del siglo, el atraco más coordinado a un tren postal en el que todo salió bien. Se ganó la batalla y los delincuentes lograron asaltar el convoy, apoderarse de 118 sacas y desaparecer con el botín y sin embargo, se perdió la guerra. No lograron disfrutar del dinero. Casi todos fueron capturados y sólo los más osados lograron burlar a la justicia. Por el camino perdieron gran parte del producto del robo. El gran hito criminal del que todo el mundo se hizo eco fue en realidad un gran éxito de la policía.

No obstante, a pesar del cerebro Brucé Reynolds, el coordinador Charles Wilson y el rubio de cara de chiste Ronnie Biggs, el frío Scotland Yard gano ampliamente la partida. Ellos pararon el convoy en un minuto, atracaron el tren en quince y desaparecieron en un segundo.

Pero en muy pocos días, el grueso de la banda fue desarticulado y gran parte del botín recuperado. Los que lograron escapar en un primer momento, como Reynold que huyo a México y Canadá y Charles Wilson, regresaron a Inglaterra o negociaron su vuelta para ser condenados.

Los ladrones fueron diecisiete pero no todos fueron identificados pues nunca se llegó a saber la verdad. Ahora que ha pasado medio siglo tampoco se sabe quién era el verdadero jefe aunque se conoce que el cerebro de la banda fue Bruce Reynolds, pero el mando de la operación se lo disputan Wilson, Edwards y Biggs. El gran estrellato mundial del robo único que logró más de 170 millones de pesetas de la época, lo que era una cifra altísima pasó de nuevo por España en 1990, donde en el colmo de los misterios, Charlie Wilson después de cumplir condena, fue asesinado en Marbella.

Si alguien quiere aprender el mecanismo auténtico de un atraco debe estudiar los rudimentos de éste. Bruce busco un ingeniero, un experto en señales ferroviarias, un maquinista, algunos conductores, algunos matones y un experto jurista.

La idea comenzó a desarrollarse en su cerebro cuando dentro de la cárcel de Durham recibió una confidencia que le indicaba la existencia del tren correo de Glasgow que, precisamente en la madrugada del 8 de agosto de 1963, atravesaría el territorio hasta Londres, transportando todo el dinero que guardaban los bancos de la zona durante el largo fin de semana.

Hicieron un croquis, repartieron los papeles y trataron de llamarse por unos apelativos que no respondían a sus nombres. El núcleo duro se conocía, y habían colaborado pero los otros eran personajes de aluvión. Todos recomendados, todos probados. Canadá uno cumplió su misión El encargado de fijar el golpe decidió que el mejor punto del recorrido era el puente Bridego, y acertó. Cercca de Cheddington, a sesenta kilómetros de Londres.

El experto en señales dispuso el cambio de la luz verde del semáforo por una luz roja que encendió con una batería portátil a las 3,15 am. El ayudante del maquinista se bajó para descubrir lo que pasaba, y fue rodeado por los atracadores, que subieron a la locomotora para inutilizar a Janck Mills, el verdadero piloto del convoy, que se resistió a entregar el mando. Los bandidos le golpearon con una barra de metal y le produjeron heridas de gravedad en la cabeza. Podrían haberse evitado pero algunos de los manitas de los 17 elegidos tenían alma de matón. Es todo lo que ensucia la limpieza del atraco.

En quince minutos se hicieron con las sacas y las bajaron a dos furgonetas y un camión. Se hicieron humo ocultándose en la granja Leatherslade. Allí pudieron quitarle las fajas a los billetes y contar el botín. Se bañaron en una lluvia de billetes, mientras resonaban sus carcajadas. Debían descansar y sin embargo perdieron la concentración.

También comieron y descansaron. No hicieron caso de las recomendaciones para que no se quitaran los guantes por ningún motivo. La mayoría dejo sus huellas dactilares en los platos sucios y otros objetos. Los agentes empezaron a cazarlos como chinches en costura.

Bruce se sometió a cirugía para cambiar de cara. Por entonces la dactiloscopia ya era un gran azote de los delincuentes pero los autores de ficción informaron falsamente de que las yemas de los dedos se podían operar para cambiar las huellas.

Biggs logro burlar a los perseguidores. Sufrió un intento de secuestro, que terminó en Barbados, cuando las autoridades le devolvieron a Brasil. El orgullo profesional de los policías sufrió con este caso y a pesar del rotundo éxito final Biggs acabo llamando a periodistas de diarios sensacionalistas para que hicieran reportajes que le ayudarán a sobrevivir.

Lo último fue vender a la prensa el regreso a Londres para ser juzgado, doblado bajo una pila de años, después de haberle dado dos infartos cerebrales y necesitar un pañal para luchar contra la incontinencia. Hace sólo unos meses salió del geriátrico en el que vive para asistir al sepelio del gran jefe Reynolds que ha emprendido la fuga definitiva.

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