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Cristina Losada

El desnudo del separatismo catalán

La analogía del nudismo separatista pretendía equiparar la ropa a España, sin darse cuenta de que de ahí no salía malparada España. Todo lo contrario.

Hacer una manifestación política en pelota picada sólo tiene sentido, si tiene alguno, como reclamo visual. Como si el desnudo atrajera por sí mismo a las cámaras y asegurara que al día siguiente aparece el despelotado –más si es la despelotada– en la prensa. Es un modo de llamar la atención como cualquier otro y, sorprendentemente, sigue surtiendo efecto. Ahí teníamos, pues, la pequeña noticia y la gran foto de la cadena nudista realizada en una cala de Gerona en pro de la independencia de Cataluña. "Cadena humana y nudista", titulaba un diario, como si pudiera haber cadenas nudistas de otra especie. Ahora les ponemos abriguitos a los perros, pero aun así. Sólo los humanos nos vestimos y desvestimos.

La performance se llamaba "Desnúdate por la independencia" y sus organizadores quisieron darle lustre de metáfora a una exhibición que no brillaba por su calidad estética. El problema del desnudo común es precisamente ése. Pero los independentistas de la cala gerundense no se presentaron en cueros para demostrar, en plan sin complejos, que no van al gimnasio. Lo suyo quería ser, dijeron, "la imagen de que al desnudarnos nos desprendemos de lo que nos asfixia". Claro que otro problema del desnudo es que eclipsa el mensaje. Todo el mundo se fija en los cuerpos, y cuando son pobres cuerpos, con su sobrepeso, su celulitis y sus michelines, ¡ay de los cuerpos y ay del mensaje! No hay piedad ninguna en esos casos.

La analogía del nudismo separatista pretendía equiparar la ropa a España, sin darse cuenta de que de ahí no salía malparada España. Todo lo contrario. El vestido no representa asfixia, sino civilización. Pero si algo caracteriza al nacionalismo, incluido el más destructivo que ha conocido Europa, es el culto a la naturaleza. De manera que los nudistas de Gerona, con su pancarta en inglés (¿por qué nunca en catalán?), estaban en la línea, aunque no la guarden. Y menos mal que sólo eran setenta y no miles, como en las fotos de Spencer Tunick. Porque en las composiciones masivas del fotógrafo americano se ve con hiriente claridad hasta qué punto desindividualiza el desnudo. Eso es también, a fin de cuentas, lo que hace el nacionalismo. El nacionalismo no quiere individuos, sino rebaños y manadas, y ahí, naturalmente, no se va vestido. Lo dijo Kundera: la desnudez es una mortaja.

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