Cuando la memoria calla
Los chilenos se merecen una memoria histórica que no sea trunca, para no volver a poner en riesgo los fundamentos de la democracia.
El 11 de septiembre se cumplen 40 años del golpe militar en Chile. Con el fin de recordar y nunca olvidar la brutalidad de la tortura y la desaparición de chilenos durante la dictadura, visité hace unos días el Museo de la Memoria, en Santiago. Es un valioso testimonio que debe ser preservado; pero es un museo que queda trunco porque deja sin explicación el cómo se pudieron llegar a cometer esas atrocidades.
Por ello, sería un gesto de sentido democrático que el Museo de la Memoria ofreciese al visitante la comprensión del clima político existente los años previos al golpe militar exponiendo diversos puntos de vista, hechos históricos, apreciaciones personales expresadas en cartas, entrevistas, fotos y videos, para que cada visitante saque su conclusión personal y tolere la de otros.
No para justificar, porque la tortura y la violación de los derechos humanos, ya sea en nombre del comunismo o de las dictaduras de derecha, no tienen justificación alguna, sino para entender cómo se llegó al quiebre de la democracia y a la desconfianza entre los chilenos. Pierre-Henri Teitgen, quien fuera prisionero de guerra y testigo de las atrocidades cometidas por los nazis, dijo que "ningún país se convierte en totalitario de la noche a la mañana". Tampoco se llegó a la dictadura de Pinochet "de la noche a la mañana", pero sobre ello el Museo de la Memoria calla y esto, indudablemente, no es casual.
¿Qué es lo que no nos dice el Museo? O, dicho de otra manera, ¿qué ocurrió en Chile? La carta que el expresidente democristiano Eduardo Frei Montalva dirigió a Mariano Rumor en noviembre de 1973 nos ayuda a comprender:
Este país ha vivido más de 160 años de democracia prácticamente ininterrumpida. Es de preguntarse, entonces, cuál es la causa y quiénes son los responsables de su quiebre. A nuestro juicio la responsabilidad integra de esta situación – y lo decimos sin eufemismo alguno– corresponde al régimen de la Unidad Popular instaurado en el país.
Hay que recordar, dice Frei, que el régimen de la Unidad Popular fue elegido por poco más de un tercio de los chilenos (36%), y estaba en minoría no sólo en el Parlamento sino en los municipios, las organizaciones vecinales, profesionales y campesinas, los sindicatos del cobre, los académicos etc. Sin embargo, las fuerzas de la Unidad Popular,
en vez de reconocer este hecho y buscar el consenso, trataron de manera implacable de imponer un modelo de sociedad inspirado claramente en el marxismo-leninismo (…) En esta tentativa de dominación llegaron a plantear la sustitución del Congreso por una Asamblea Popular y la creación de Tribunales Populares, algunos de los cuales llegaron a funcionar, como fue denunciado públicamente.
Frei continuaba de esta manera:
Pero cabe preguntar: ¿qué ocurriría en cualquier país europeo en que la Corte Suprema de Justicia declarara que el Gobierno ha atropellado la ley y no ha acatado las sentencias judiciales? ¿Qué ocurriría si el Congreso aprobase reformas constitucionales y el Ejecutivo se negará a promulgarlas? Lo curioso es que el Partido Comunista y el Partido Socialista durante todos los Gobiernos anteriores en que estuvieron en oposición la ejercieron en forma extrema (…) Recurrieron a la injuria, a la violencia, y el Partido Socialista una y otra vez manifestó que no respetaba el orden legal y democrático (…) Cada vez que había una huelga o un conflicto, el señor Allende y los partidos Socialista y Comunista lo promovían o acentuaban para llevar a un extremo la situación.
Esta carta y otros documentos históricos similares debieran poder leerse como prólogo necesario al relato de la brutalidad de la dictadura. Pero ello jamás hubiese sido aceptado por quienes, como el Partido Socialista y el Partido Comunista, tanto aportaron a la destrucción de la democracia chilena. No hay que olvidar que la principal promotora del Museo fue una militante del Partido Socialista: la presidenta Michelle Bachelet.
Los chilenos se merecen una memoria histórica que no sea trunca, no para justificar sino para entender y no volver a poner en riesgo los fundamentos de la democracia. Ello debe ser recordado hoy más que nunca, cuando de nuevo vemos que la misma Michelle Bachelet juega al cambio institucional, aunque ello requiera el quiebre de la institucionalidad. Sus declaraciones han sido enfáticas respecto de las vías para cambiar la Constitución actual: "Yo no le cierro la puerta a ninguna opción". Su asesor jurídico, Fernando Atria, ha sido aún más explícito al afirmar:
El problema constitucional chileno es algo que tendrá que resolverse por las buenas o por las malas.
Pena por Chile si tales amnésicos históricos se hacen con las riendas del poder.
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