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Eduardo Goligorsky

A vueltas con el burka

El burka en los espacios públicos, no. Única y exclusivamente por una cuestión de seguridad.

Esta podría ser la más breve de mis colaboraciones para Libertad Digital. Texto: Por razones de seguridad se debe prohibir el uso del burka en los espacios públicos. Y punto. Ya está todo dicho: el motivo y el corolario. Sin embargo, la resistencia a justificar una medida muy drástica con un argumento aparentemente tan simple como imperativo –la seguridad– ha abierto las puertas a un debate más propicio a la confusión que al esclarecimiento. Así que vayamos por partes.

¿La prohibición del burka atenta contra la libertad de cultos? Aquí es donde los expertos se enzarzan en una polémica acerca de si el Corán y sus interpretaciones canónicas imponen el uso de esa prenda que oculta el cuerpo y el rostro de la mujer, o de otras similares o menos rigurosas, como el chador o el velo. Y si dicha imposición existiera, ¿acaso la libertad de cultos obligaría a las autoridades seculares de los países donde no rige la charia a infringir determinadas normas de seguridad para que así las creyentes puedan cumplir con los mandatos de su libro sagrado? Esta discusión se convierte en superflua si se piensa que los practicantes de la religión islámica no están en condiciones de exigir a quienes ellos consideran infieles que respeten al pie de la letra textos y tradiciones acerca de los cuales ellos mismos no se ponen de acuerdo. Hasta el punto de que, divididos en chiíes y suníes, viven en un estado permanente de guerra sectaria, con millones de muertos en ambos bandos. Las carnicerías de Afganistán, Irak, Pakistán y Siria son la prueba más reciente, pero no la primera ni la última, de esta beligerancia.

Parió la abuela

Y como éramos pocos parió la abuela. Nos llegan ecos lejanos de las afortunadamente olvidadas Leire Pajín y Bibiana Aído, las valquirias de la zapatiesta, cuando algunas militantes introducen en la controversia el fantasma del feminismo. Se erigen en tutoras vocacionales de las islamistas, a las que atribuyen una incapacidad innata para defenderse por sí mismas, y denuncian que si estas visten el burka es porque viven bajo el yugo de maridos despóticos. Lo cual, evidentemente, puede ser cierto en algunos casos, porque esas situaciones de maltrato e intimidación se producen circunstancialmente en parejas de todas las nacionalidades y creencias religiosas, pero en nuestros países civilizados existen medios legales para combatirlas. Que dichos medios legales sean a menudo insuficientes, o que las víctimas no puedan o no quieran recurrir a ellos, explica el origen de muchas tragedias, y la prohibición del burka no es el medio apropiado para evitarlas.

Ya es un tópico comparar el burka con una cárcel de tela. Efectivamente, lo es. Pero esto no autoriza a tratar a la mujer que elige esa prenda por razones auténticamente religiosas como si fuera una débil mental. Cada día son más numerosas las mujeres occidentales, católicas o protestantes, que se convierten al islam. Y puesto que en general se trata de mujeres de clase media, con estudios, es lícito suponer que saben a lo que se exponen. ¿Proponen sus supervisoras que las internen en campos de reeducación, al estilo comunista, para lavarles el cerebro, porque son excesivamente complacientes?

Satisfacer el morbo

La mente humana es extremadamente compleja y todavía tiene recovecos insondables. Nadie habría imaginado que al cabo de décadas de adoctrinamiento feminista, cuando ya parecía que la emancipación de la mujer no tenía vuelta atrás, millones de amas de casa comprarían la novela 50 sombras de Grey y sus dos secuelas, escritas por la señora Erika Leonard, con el seudónimo E. L. James. En ellas, las lectoras pueden acompañar con la imaginación las sesiones de obediencia y masoquismo a las que la protagonista se somete para satisfacer los caprichos de su amo y dominador. Se vendieron más ejemplares que de la serie de Harry Potter y algunas librerías organizaron reuniones donde las clientas asistían a simulacros de lo que contaban las novelas.

Encerrarse voluntariamente, por razones religiosas, en la cárcel del burka no es más chocante o anómalo que hacer realidad la ficción de 50 sombras de Grey en los gabinetes especializados o en el propio domicilio. Leo (LV, 31/7) que los bomberos de Londres atribuyen a la literatura erótica puesta de moda por libros como 50 sombras de Grey el aumento de accidentes sexuales domésticos, sobre todo en los que se utilizan grilletes. En verdad, algunas mujeres occidentales pueden llegar a extremos insospechados para satisfacer el morbo de sus parejas, como la punkie de la película Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, que se atraviesa la lengua con un piercing para hacer más excitante la felación. El piercing en la lengua o los genitales: he aquí otra extravagancia que se ha puesto de moda. Por eso quienes critican el burka como un testimonio de la degradación de la mujer musulmana que lo viste deberían estar más atentos a las anomalías que se producen en nuestro entorno.

Y si nuestra escala de valores nos da motivos para pensar que las sociedades donde rige la charia están enrocadas en tramos de barbarie medieval, ello tampoco debe hacernos olvidar que los islamistas juzgan con idéntica severidad y desdén nuestras peculiares costumbres. Antonio Elorza reproduce en Umma. El integrismo en el islam (Alianza Editorial, 2002) algunos escritos de Sayid Qutb, el ideólogo de los Hermanos Musulmanes ejecutado por orden de Gamal Naser en 1966, en los que define a la sociedad de infieles como un gigantesco burdel cuya degeneración la reduce al animalismo.

Penitentes con cilicios

Volvamos al tema de la seguridad, que es el meollo de la cuestión. Este artículo es producto de algo que vi al pasar frente a un centro islámico situado en el barrio de Pueblo Seco, en Barcelona. Frente a la puerta había un grupo muy numeroso de niños y de mujeres vestidas con chadores multicolores, apiñados todos alrededor de un clérigo tal vez septuagenario, de tupida barba, con chilaba. Escuchaban atentamente sus enseñanzas. No había ningún burka. Por primera vez experimenté, frente a un grupo de esas características, una sensación de miedo que me hizo reflexionar. ¿Acaso soy racista? ¿Xenófobo? ¿Intolerante? Lo comenté con unos amigos marcados por la lectura habitual de El País, y ellos contestaron que sentían lo mismo ante los penitentes en una procesión de Semana Santa.

Ahí descubrí la clave de la diferencia entre mi reacción y la de ellos. He visto penitentes descalzos, arrastrando cadenas. En casos extremos tal vez se atormentaban con cilicios ocultos bajo la túnica. Pero podía estar totalmente seguro de que no llevaban un cinturón con explosivos ceñido al cuerpo para hacerse saltar por los aires junto a sus enemigos para ir al paraíso. Podía mirarlos con asombro, curiosidad o indiferencia, pero nunca con miedo. En cambio los islamistas… Leo (LV, 15/5):

En Catalunya las tendencias más radicales representan una cuarta parte de las más de 200 comunidades islámicas registradas, un porcentaje superior a la media española, según estimaciones de los servicios de inteligencia.

¿Qué les enseñaba el clérigo a las mujeres y los niños de su comunidad? ¿Y a los hombres que no vi allí?

La mujer musulmana puede vestirse como se le antoje en su domicilio. Yo he visto mujeres con burka que compraban los más sofisticados artículos de cosmética en los grandes almacenes Harrods de Londres. Cuenta Tomás Alcoverro (LV, 20/7/2009) que en muchas tiendas de Teherán venden tangas de todos los colores, especialmente rosa, en seda, de encajes, satinados, ligas y sostenes de marca, bragas violetas, transparentes camisones bordados de plumas. Todo para lucir al quitarse el chador, en su casa. Excelente costumbre. Como dicen los ingleses, su hogar es su castillo.

El burka en los espacios públicos, no. Única y exclusivamente por una cuestión de seguridad. No existe ninguna garantía de que debajo del burka se oculte una mujer y no un hombre. Y que si es una mujer no lleve un cinturón con explosivos. Si hasta se los ponen a los niños. Se sabe que la charia autoriza a los yihadistas a vestir y comportarse como occidentales para ejecutar actos terroristas contra los infieles. Lo hicieron el 11-S y en otras muchas oportunidades. Esto explica que todas las operaciones de inteligencia, infiltración y espionaje estén justificadas, aunque los buenistas las impugnen. La prohibición del burka en los espacios públicos es una medida adicional de prevención. No puede ni debe ser la única ni la principal. Pero debe aplicarse inflexiblemente.

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