Los generales fusilados por los nacionales
Los que más participaron en el Alzamiento fueron los comprendidos entre los grados de teniente y comandante, en ocasiones contra sus superiores.
Una de las mentiras sobre el Alzamiento del 18 de Julio es que se trató de un golpe montado por generales embrutecidos en Marruecos, los llamados africanistas. La verdad es que los oficiales que más participaron fueron los comprendidos entre los grados de teniente y comandante, en ocasiones contra sus superiores; además, la mayoría de éstos no conocieron la guerra de África, que había concluido en 1927.
En 1936 había en activo 85 generales del Estado Mayor General (tres tenientes generales, empleo a extinguir por la República, 24 generales de división y 58 de brigada), más cinco generales de la Guardia Civil, dos de Carabineros, cuatro de Intendencia, cuatro de Sanidad, dos de Intervención y uno del Cuerpo Jurídico; más el general de brigada José Millán Astray, a la cabeza del escalafón del Cuerpo de Inválidos.
Los oficiales generales en activo, con mando de tropa y sin él, participantes en el Alzamiento no llegaron a la treintena: Emilio Mola, Francisco Franco, Gonzalo Queipo de Llano, José Enrique Varela, Joaquín Fanjul, Manuel Goded, Francisco Patxot, Miguel Cabanellas, Manuel González Carrasco... Hubo otros generales cesados y sin mando que se unieron al golpe, como José Sanjurjo y Alfredo Kindelán. Pero lo llamativo es que la mayoría del generalato permaneció leal al Gobierno del Frente Popular, entre ellos todos los generales de la Guardia Civil.
Muchos de los jefes militares del bando nacional tenían el rango de coronel u otros inferiores (Agustín Muñoz Grandes, José Solchaga, Juan Vigón, Rafael García Valiño, Antonio Aranda, Juan Yagüe, Camilo Alonso Vega, José Moscardó, Valentín Galarza, Alfonso Beorlegui) cuando estalló la guerra abierta. En la zona gubernamental los ascensos más fulgurantes entre los militares profesionales fueron los de Vicente Rojo, que pasó de comandante a general y jefe del Estado Mayor Central de la Defensa, y Segismundo Casado, también comandante, que llegó a jefe del Ejército del Centro.
Un tercio de fallecidos
A diferencia de lo que suele ocurrir en las guerras, en la española de 1936-1939, los generales y los almirantes sufrieron una mortandad altísima, debido no tanto a los azares de los combates (el único que murió en esta situación es Mola) como a la represión de cada bando.
El militar e historiador Ramón Salas Larrázabal escribió lo siguiente en un artículo titulado Los 40 generales víctimas de la guerra civil (revista Historia y Vida):
Terrible sangría la del generalato, que perdió casi el 30 por ciento de sus miembros, con un índice de mortandad superior al doble de las más castigadas unidades de choque. Realmente, en la coyuntura histórica del 18 de Julio ser general no fue ninguna ganga.
En la Marina de Guerra, la sexta del mundo en importancia detrás de las británica, francesa, italiana, japonesa y estadounidense, había al comenzar el Alzamiento cuatro vicealmirantes y trece contraalmirantes, más tres generales de Ingenieros, dos de Artillería, uno de Infantería de Marina, uno del Cuerpo de Maquinistas, tres de Intendencia, tres de Sanidad y tres jurídicos; en total 33 oficiales generales.
De acuerdo con los datos de Salas Larrazábal, murieron en la zona nacional ocho generales del Ejército y dos de la Armada, en total, 10; y en la zona republicana 19 generales del Ejército y 11 de la Armada, es decir, 30.
Un almirante desdichado
Al comienzo de la guerra, los nacionales fusilaron a los siguientes generales:
.- Domingo Batet, al mando de la 6ª División Orgánica con cabecera en Burgos y que en 1934 había reprimido la sublevación de la Generalidad catalana dirigida por Lluís Companys.
.- Rogelio Caridad Pita, general y jefe de la 15ª Brigada de Infantería, acantonada en la Coruña.
.- Miguel Campins, jefe de la 3ª Brigada de Infantería, con sede en Granada.
.- Miguel Núñez de Prado, director general de Aeronáutica.
.- Manuel Romerales Quintero, jefe de la circunscripción oriental de del Protectorado (Melilla y el Rif).
.- Enrique Salcedo Molinuelo, jefe de la 8ª División, con sede en La Coruña.
.- El contraalmirante Antonio Azarosa Gresillón, comandante del Arsenal del Ferrol y segundo jefe de la base.
Después de la guerra, los nacionales juzgaron y condenaron a muerte, que se cumplió, a tres oficiales generales:
.- Toribio Martínez Cabrera, comandante militar de Cartagena.
.- José Aranguren Roldán, jefe de la 5ª Zona de la Guardia Civil, que comprendía Cataluña, y que en vez de apoyar al general Goded contribuyó a derrotar a los sublevados.
.- El contraalmirante Camilo Molins Carreras, jefe de la base naval de Cartagena.
Sobre Molins, escribe Salas:
Éste pagó con su vida el no haber defendido la de sus subordinados, que prácticamente en su totalidad fueron asesinados. El hombre se limitó a procurar salvar la suya, aunque al final no lo consiguiera.
En el plazo de tres años, Molins compareció ante dos consejos de guerra con su vida en juego. En el primero, a finales de agosto de 1936, salvó su vida porque un sector de la marinería, que se había apoderado de la flota mediante el asesinato de la mayor parte de la oficialidad, le defendió. Se le expulsó de la Armada y sin ingresos, él, su mujer y sus diez hijos fueron a vivir al Gran Hotel de Cartagena, donde sus dueños le mantuvieron a su costa. Con motivo de los bombardeos, la familia fue evacuada al campo y Molins trabajó de hojalatero.
En 1939, los militares victoriosos le sometieron a otro consejo de guerra, en el que se le condenó a cadena perpetua. La sentencia tuvo los votos en contra del presidente del tribunal, del ponente y de otro vocal. El Consejo Supremo de Justicia Militar vio de nuevo la causa y entonces se condenó a muerte a Molins, que fue ejecutado en julio de 1939.
En resumen, el bando nacional fusiló a ocho generales del Ejército, de los que siete eran del Estado Mayor General y uno de la Guardia Civil. De ellos, tres tenían el empleo de general de división (Salcedo, Núñez de Prado y Batet) y cinco el de general de brigada. Además, hay que añadir dos contraalmirantes.
Salas Larrazábal niega que fuesen fusilados varios generales que se encontraban en la zona sublevada y en ocasiones se han incluido en esta lista a: Agustín Gómez Morato, Juan García Gómez Caminero, José Fernández de Villa-Abrille, Nicolás Molero (del que se ha escrito que se le ejecutó sentado en una silla por estar herido), Julio Mena Zueco, Julián López Viota y Víctor Carrasco Amilibia.
A los anteriores se les juzgó, con más o menos dureza dadas las circunstancias, se les expulsó del Ejército y a algunos se les condenó a pena de cárcel de la que fueron indultados, y fallecieron de muerte natural. Por ejemplo, Fernández de Villa-Abrille lo hizo en 1946 en una pensión en la Carrera de San Jerónimo, junto a las Cortes.
(La próxima semana, los generales muertos por los rojos).
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