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Zoé Valdés

Cincuenta años de la libreta

En Cuba los alimentos se desplazan solos. El pan “llega” a la panadería, el agua “vino” a la pila o grifo, la carne “apareció”...

‘Mamá cumple cien años’, digo, perdón, la libreta de racionamiento cumple cincuenta años, pero tal como andan en Aquella Isla, que de Perla del Caribe ya no le queda ni el vago recuerdo, en cualquier momento se monta en los cien; no duden que esto ocurrirá si los cubanos continúan aguantando a los Castro y la prole que los heredará, más súmenle a eso a la disidencia de mentirijillas, la que apoyará "los cambios" con la ayuda de los exiliados de pacotilla, para llegar a lo mismo con lo mismo, y de colmo bajo la égida de la misma mafia. Mucha pedidera de internet pero no se ponen a exigir lo principal, y entre lo principal está que se acabe la libreta, que la gente pueda por fin comer de manera normal, ganarse sus frijoles como todo el mundo lo hace en pleno siglo XXI: trabajando. En fin, todo aquel que no esté en el paro.

La prensa internacional se ha explayado celebrando, y no criticando, y por supuesto mucho menos condenando, la famosa libreta que los castristas denominan de abastecimiento y que no es más que de racionamiento. Pero ya sabemos cómo se comporta cierta prensa ante el dolor y el sacrificio de los cubanos.

La libreta no abastece de nada, nunca lo hizo; la libreta sólo sirvió para racionar los alimentos, y hasta para eliminarlos, como fue el caso de cuando debimos enviarle no sé cuántas libras de azúcar a Chile, por allá a mediados de los setenta. Y arroz a no sé qué otro país, creo que a Perú cuando lo del terremoto, etc. En aquel entonces nos aseguraron que esas libras de azúcar y las de arroz serían tomadas prestadas, por un cierto tiempo. Todavía allá están esperando obedientemente a que los reintegren. Y claro, que retornen con la calidad del azúcar que le donamos a Chile, azúcar de la buena, de la que consumen los tiranos y su parentela, y no de la que le venden por una casilla al pueblo: la que barren del piso en los centrales azucareros (la mayoría cerrados). No sé cuánta gente ha muerto en Cuba por ingerir ese tipo de azúcar orinada por las ratas que produce una enfermedad mortal, o que, en el mejor de los casos, deja al que la padece en estado vegetativo.

Díganme ustedes qué se puede hacer con cuatro huevos al mes por cabeza, si es que llegan. El verbo "resolver" y "llegar" constituyen típicas voces esenciales de un doble sentido y metalenguaje de la sobrevivencia y el horror injertados en el cerebro del cubano. Fíjense que en Cuba los alimentos se desplazan solos, son fantasmas, o extraterrestres. El pan "llega" a la panadería, el agua "vino" a la pila o grifo, la carne "apareció" (si es que aparece), el pollo de dieta (el único existente, el resto de la población no tiene derecho al pollo) "bajó" o “cayó” y no del cielo necesariamente, a veces rebota en un boomerang desde el mercado negro en donde todo se “resuelve” con la moneda del imperialismo, o de los malditos capitalistas, cualquiera que sea su proveniencia.

El pollo de dieta de las embarazadas por fin estará "dándose" o "cayendo" de alguna parte, vaya, como entregándose o desmayándose él solito; y claro, a veces lo hace nueve meses más tarde del anuncio del embarazo, con lo cual, el día que el pollo se "da" o "cae", pues ya no se puede coger (casi sería más fácil cazar a un potro salvaje que al pollo que "cae" en la carnicería) porque no se tiene derecho. Se supone que nueve meses más tarde ya has parido.

Y eso si eres mujer. Si eres hombre te fastidias, porque hasta que no se logre (por supuesto un logro revolucionario, puesto que la revolución es la única que tiene derecho a experimentar logros) que los hombres "caigan" encinta, el género masculino no podrá comer pollo de dieta que sólo se come por la libreta; o de lo contrario tendría que ser diabético, o algo por el estilo, vaya, aquejado de una enfermedad mortal.

Un tío mío, guajiro, que era fanático de los pollos de granja de antes de la revolución, se la pasó anhelando padecer de diabetes, pero cuando por fin la padeció, entonces hubo un problemita de esos con el imperialismo yanqui, o con no sé qué otra bobería del embargo norteamericano, y Castro I volvió a coger su rabieta en contra de los pollos (que ya no eran de granjas, las granjas eran para los presos políticos) y los desapareció de nuevo con su varita de Hado Padrino.

De modo que no me vengan a hacer cuentos de la libreta, que no es ningún ingenio que solucionó nada de nada, y el hecho de que dure ya medio siglo no sólo es una vergüenza, es la prueba fehaciente del fracaso más rotundo de un sistema totalitario que no ha sabido durante más de medio siglo alimentar a sus ciudadanos.

La libreta de racionamiento no ha salvado a nadie, más bien nos ha ido matando de hambre. Ah, no olviden que existió también libreta de racionamiento para los productos básicos como calzado, ropa, uniformes, ropa de cama, y todo lo demás que un ser humano consume; pero como las tiendas en moneda nacional dejaron de existir por carencia total de esos productos que se empezaron a vender en dólares y en moneda fuerte (incluso si eran de fabricación nacional), pues entonces no les quedó más remedio que eliminar un documento inútil que, para colmo, debían de imprimir en donde el Castro I dio las tres voces y nadie lo oyó (cosa rara).

Lo absurdo del caso de la ‘libreta de la comida’, como la llama el pueblo (siempre tan ingenuo en nombrar las cosas), es que por el camino que va, no la quitarán nunca por lo popular que se hizo, se ha convertido como en una especie de vigente objeto de museo (simpático para los que no dependen de ella), pero verdaderamente ya nadie, o muy pocos, alcanzan a sobrevivir con lo que se vende a través de ella.

La existencia de la libreta, además, ha incentivado el robo, el mercado negro, el tráfico, e impuso un verbo que me encanta: forrajear.

Ya me gustaría que gente como Guillermo Toledo (Willy para quienes lo conocen de algo, yo de nada) tuviera que subsistir con la libreta, pero sólo con la libreta, sin monedas extranjeras, sin CUC. A pelo, como la gran mayoría de los cubanos de a pie.

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