El Watergate de andar por casa
No es fácil que se repita la constelación de factores que derribó al trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos.
Como debemos andar escasos de mitos nacionales, el culebrón de Bárcenas ha despertado el deseo de disponer de un Watergate doméstico. Ya los hay que ven smoking guns por todas partes y sitúan a Rajoy en una escala delictiva superior a la de Nixon. Pero esto es un eterno retorno. Aquel celebérrimo escándalo no sólo pasó a formar parte del folclore de Estados Unidos, sino de todo el mundo mundial. Cuando un asunto turbio reúne ciertos rasgos susceptibles de relacionarse de algún modo con el que acabó abruptamente con la presidencia de Nixon, apuéstese a que habrá Watergate de andar por casa. Un Watergate en pijama y zapatillas, pues no es fácil que se repita la constelación de factores que derribó al trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos.
Del Watergate no fascinan sus complejos meandros, sino el final de la historia, que consistió en la caída de un presidente. Ese final lo atribuye la leyenda a una heroica actuación de la prensa, que el sociólogo Michael Schudson asocia con el mito de David y Goliath. La idea de que dos jóvenes reporteros hicieron caer a un hombre todopoderoso se ha demostrado de un atractivo irresistible. Tanto que permanece a pesar del mentís de los aclamados protagonistas. El mismo Bob Woodward se desmitificó con perfecta profesionalidad: "Decir que la prensa echó a Nixon es una gilipollez". Pero no hay nada que hacer al respecto. Se sigue fantaseando con emular a Woodward y Bernstein, esto es, a Robert Redford y Dustin Hoffman, que una película con héroes y villanos cristalinos siempre le gana a la sucia realidad.
Yo le veo, así de entrada, algún problema a este Barcenasgate. La pistola humeante, por ejemplo. Hay quien piensa que ya tenemos varias a la vista, pero si hubiera una, vaya, sobraban las demás. El concepto lo acuñó un congresista republicano, Barber Conable, cuando se hizo público el contenido de una cinta que demostraba que Nixon había aprobado un plan para encubrir el asalto a las oficinas del Partido Demócrata. Ahí no hubo que deducir ni inferir nada, al contrario de lo que sucede con los sms entre Rajoy y Bárcenas, donde todo depende de la interpretación. ¿Le instaba a guardar silencio o le decía que se aguantara? Ah. El texto no da más que su literalidad.
El historiador Paul Johnson escribió que el Watergate había sido "el primer putsch mediático de la historia", y del odio que se profesaban mutuamente Nixon y los medios de la costa Este. Pero consideró que el papel del Congreso, controlado por el partido Demócrata, había sido crucial. Fue el Congreso el que puso en marcha el procedimiento de impeachment, paralizado tras la renuncia del presidente, por obstrucción a la justicia y abuso de poder. Bien. Ninguna de esas circunstancias concurre, por ahora, en nuestro escándalo. La acción judicial contra Bárcenas no fue obstruida y en el Parlamento no podrá reunir Rubalcaba mayoría para ese impeachment de Rajoy que pide con la mano en el corazón. El dramatismo siempre encubre la debilidad del argumento. A este Watergate le falta un hervor.
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