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Eduardo Goligorsky

Gracias por espiarnos

La supervivencia de la democracia en Europa es fruto de la tenacidad con que USA construyó su sistema de seguridad sin dejar de ser una sociedad abierta.

El pasado día 13 el diario El País publicó un editorial titulado "Europa inerme". Me pareció reconfortante que los formadores de la opinión progre hubieran descubierto que el terrorismo islámico nos tiene a su merced, y que ha llegado la hora de aprender todo lo que pueden enseñarnos los expertos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos sobre las medidas indispensables para vigilar, espiar, infiltrar, controlar, reprimir y combatir sin tregua a los enemigos de nuestra civilización. ¡Me equivoqué! El editorial denunciaba que quien nos amenaza es Estados Unidos:

Las autoridades europeas han facilitado que EEUU espíe de forma masiva a sus ciudadanos. (…) Uno de los combates democráticos del presente es el de poner coto a la banalización de intromisiones como las que permiten dos programas usados por la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA) para recoger volúmenes masivos de escuchas telefónicas y de contenidos de internet. La defensa de los derechos de 500 millones de europeos debe ser argumento suficiente para la movilización de las autoridades de la UE, aunque es cierto que se encuentran bastante inermes.

Se cuela el enemigo

Resulta que lo que preocupaba al editorialista no era la multiplicación clandestina de enemigos internos enrolados en la yihad, ante los que estamos inermes, sino el hecho de que Estados Unidos acudiera, nuevamente, a cerrar el hueco por donde se cuela el enemigo. Y digo "nuevamente" porque también lo hizo en las dos guerras mundiales y durante la Guerra Fría. El virus inoculado por los difuntos Comintern y Cominform sigue activo: hay que precaverse contra el imperialismo yanqui, aunque ello implique arrojarse en brazos de los bárbaros. Lo remata Gabriela Cañas ("Oligopolio y espionaje", El País, 17/6):

El espionaje masivo al que Estados Unidos nos tiene sometidos es una desagradable constatación de que nuestras libertades están en peligro.

Siento la tentación de repetir, al editorialista y a la articulista, aquel "¡Es el terrorismo, estúpido!" con que encabecé otra nota.

Los peores totalitarismos

Walter Laqueur tapa la boca, con su habitual rigor dialéctico, a los abogados del diablo que critican, en el mundo libre, las actividades de la NSA, y prevé lo que ocurriría si los yihadistas se salieran con la suya (LV, 13/6):

Si hubiera grandes ataques que tuvieran éxito en el futuro, ¿quién sería responsable de ello? Ni The Guardian, ni el [bloguero] señor Greenwald, sino los servicios de inteligencia, que argumentarían que tenían las manos atadas porque no podían recopilar la información necesaria. El FBI y la CIA han manifestado que la información obtenida de estas fuentes era totalmente imprescindible. (…) La Agencia de Seguridad Nacional estadounidense tiene más de 200.000 empleados y un presupuesto de casi 100.000 millones de dólares, el tercero en magnitud entre los departamentos. (…) Sin embargo, desgraciadamente no se puede dar por sentado que el terrorismo y la violencia política hayan llegado a su fin. Hacerlo no es sólo arriesgado; si las cosas salieran mal, ello podría llevar a una reacción contraria y a una restricción de los derechos y libertades más radical que las que han causado el actual alboroto.

La supervivencia de la democracia en Europa es producto, en gran parte, de la tenacidad y meticulosidad con que Estados Unidos construyó su sistema de seguridad sin dejar de ser, por ello, un modelo de sociedad abierta. Más aun, la sociedad abierta por excelencia. Richard Gid Powers destaca en su insuperable Not Without Honor que en 1917 el Departamento de Justicia registró a 480.000 "enemigos extranjeros" alemanes, y a finales de ese año la declaración de guerra contra Austria-Hungría sumó otros cuatro millones de nombres a la lista de extranjeros enemigos. Europa se benefició de la solidez del frente interno estadounidense.

Tras el ataque japonés a Pearl Harbor, el presidente Franklin D. Roosevelt firmó el decreto-ley 9.066, por el cual 110.000 japoneses e hijos de japoneses que habitaban el territorio continental de Estados Unidos fueron confinados en lugares remotos de los estados montañosos. Aproximadamente el 30 por ciento eran issei, japoneses nativos, pero el 70 por ciento eran nisei, o sea hijos de japoneses nacidos en Estados Unidos, y por tanto ciudadanos de ese país, con una edad promedio de 18 años. Se cometieron abusos y más tarde proliferaron las autocríticas. Pero, nuevamente, Europa se benefició de la solidez del frente interno estadounidense. Fue en Europa y Asia, no en Estados Unidos, donde nacieron, prosperaron y encontraron mayor respaldo popular e intelectual, los peores totalitarismos del siglo XX y, quizá, de toda la historia de la humanidad. Totalitarismos de los que Estados Unidos nos rescató.

Los escritores colaboracionistas

Después del 11-S, los eternos enemigos de Estados Unidos y el séquito habitual de progres frívolos se asociaron para despotricar contra las medidas de seguridad que adoptaron las autoridades del país víctima del terrorismo islámico, medidas que hoy vuelven a estar en la picota, para mayor disfrute de los mismos difamadores. Barbara Probst Salomon, a quien nadie se atrevería a tildar de proimperialista, escribió entonces (El País, 21/10/2001):

El recuerdo de mi infancia durante la Segunda Guerra Mundial es que nos impusieron muchas restricciones. Las cartas de los soldados llegaban censuradas a casa para que no se divulgara información militar. La prensa no se quejó porque Roosevelt no le informara con antelación del desembarco en Normandía, ni tampoco nos transmitían propaganda de Goebbels (…) Una parte enorme del éxito inicial de Hitler se debió a la máquina de propaganda bélica de Goebbels, un hecho que frecuentemente pasan por alto los historiadores que prefieren hablar de las batallas militares. La razón de que Francia fuera tan dura con los escritores colaboracionistas tras la liberación es que no eran escritores que simplemente estuvieran expresando su opinión. Eran escritores a sueldo de la Oficina Alemana de Propaganda (la Quinta Columna), y contribuyeron a desestabilizar sus gobiernos antes de que llegasen las tropas alemanas.

Los escritores colaboracionistas. La Quinta Columna. Sirvieron al nazismo. Sirvieron y sirven al totalitarismo comunista y a sus secuelas patológicas populistas. Sirven como conciliadores o como militantes al yihadismo. En el primer caso, como recuerda Probst Salomon, Francia y el resto de los aliados fueron duros con ellos: Robert Brasillach, fue fusilado; William Joyce, alias Lord Haw-Haw, que exhortaba a la rendición desde la radio nazi, fue ahorcado por los británicos; el poeta laureado Ezra Pound, que propalaba sus soflamas desde la radio fascista, fue recluido en un asilo psiquiátrico para ahorrarle la ejecución. Después se repitió el fenómeno de la traición, al servicio del Kremlin: Kim Philby, Donald MacLean y Guy Burgess, los elitistas de Cambridge, huyeron oportunamente a la URSS, donde terminaron sus días.

Los que recorrieron el camino inverso y salieron del mundo concentracionario soviético para denunciar sus lacras tuvieron menos suerte mediática. ¿Quién se acuerda hoy de Victor Serge, Jan Valtin, Boris Suvarin y Victor Kravchenko, el estigmatizado autor de Yo elegí la libertad? Y sobre los que desenmascararon la trama estalinista que el agente reclutador Willi Münzenberg había montado en Hollywood recayó el anatema de los biempensantes. Gregorio Morán se ensañó con Elia Kazan calificándolo de "el Rata" (LV, 13/9/1999). Agravio doblemente injusto si se piensa que Morán compitió con Kazan en afanes clarificadores cuando practicó la autopsia implacable de los cadáveres insepultos que ocupaban el Politburó del Partido Comunista de España. Su muy documentado e inhallable Miseria y grandeza del PCE: 1939-1985 (Planeta, 1986) todavía espera una nueva edición, corregida, aumentada y actualizada. Indispensable.

Genéticamente cínicos

Ahora, a los viejos colaboracionistas y espías que trabajaron para los totalitarismos se suman los whistleblowers, literalmente "tocadores de silbato", aunque la traducción libre debería ser "activadores de alarma". Son personajes que al activar la alarma no ponen sobre aviso a los ciudadanos del peligro que corre nuestra civilización sino que, por el contrario, revelan al enemigo los secretos de los puntos clave donde se ocultan nuestras defensas.

Algunos, como el infeliz soldado Bradley Manning, son aparentemente tontos inútiles que, intoxicados por la propaganda buenista, se convierten en cómplices de la iniquidad organizada. Otros, genéticamente cínicos, montan su negocio de espaldas a la sociedad que les regaló el privilegio de la libertad. Julian Assange se ha cobijado bajo el ala del sátrapa Rafael Correa, verdugo de la prensa de Ecuador; colabora con la cadena pública Rusia Hoy del hermético universo putiniano; y tiene como abogado al exjuez Baltasar Garzón, desenfadado asesor de la emperatriz viuda Cristina Fernández de Kirchner en la campaña feroz de esta contra la prensa opositora y el Poder Judicial autónomo. El otro whistleblower, Edward Snowden, apunta sus baterías contra los sistemas de seguridad de nuestra civilización desde Hong Kong, ínsula subsidiaria de China. Toda una garantía de pluralismo.

Leo (LV, 19/5) que la Audiencia Nacional juzgará a Faiçal Erral, un yihadista responsable del aparato de propaganda de Al Qaeda. Y leo (LV, 13/6) que cinco tunecinos propagandistas de la yihad han sido detenidos en Barcelona. ¿Europa inerme? No, si los servicios de inteligencia españoles y del resto de Europa siguen actuando coordinadamente con la NSA y recibiendo su información. ¡Gracias por espiarnos!

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