Exhibicionismo islamista
Una sola víctima y un machete no pueden ser terrorismo, se tiende a pensar. Pero lo es.
Acostumbrados, como por desgracia estamos, a terroristas enfundados y protegidos por un pasamontañas, las imágenes de ayer en las cercanías de la base militar de Woolwich, al sureste de Londres, no pueden resultar más chocantes: un asesino, todavía con las manos chorreantes de la sangre caliente de su víctima, machete y cuchillo de carnicero en mano, ofreciendo a la cámara de un viandante y testigo las razones de su crueldad: "Alá es grande y juramos ante él que no cejaremos en luchar contra vosotros". "He matado al soldado porque se están matando a musulmanes en Afganistán", continuó, terminando con un aviso: "Nunca estaréis a salvo".
Por otro lado, el hecho de que las armas del terrible ataque fueran dos cuchillos de cocina también nos confunde, esperando, como esperamos, que un atentado terrorista siempre conlleve un cierto grado de sofisticación y logre un daño importante. Desde el coche bomba a los aviones del 11-S. Una sola víctima y un machete no pueden ser terrorismo, se tiende a pensar. Pero lo es.
Finalmente, el imaginario social occidental que rodea a Al Qaeda siempre lleva a imaginar células y estructuras tan impenetrables como bien formadas y entrenadas. Que alguien siga el camino del autoconvencimiento y se radicalice viendo vídeos en internet de proezas terroristas y leyendo textos y manuales de yihadismo en cibercafés o en la soledad de su casa no nos resulta fácil de aceptar. Pero está ocurriendo y a un ritmo alarmante.
Tras el 11-S, todo fue Ben Laden y la amenaza del megaterrorismo. Después, tras la continua persecución de los cuadros de Al Qaeda iniciada por Bush y seguida por Obama con su guerra de drones, vinieron las llamadas franquicias de Al Qaeda, esas organizaciones regionales, desde Al Qaeda en Irak a la del Magreb islámico, donde una diversidad de grupos islamistas adoptan el manto ideológico de Ben Laden y sus secuaces aunque actúan bajo sus propias directrices y tácticas. Mali puede haber sido el ejemplo más reciente de cómo la desatención a este tipo de grupos, a los que se considera menos peligrosos que a la banda de Ben Laden y Al Zawahiri, puede convertirse en una amenaza importante en un breve espacio de tiempo en lugares concretos. Tras el reciente atentado de la maratón de Boston, finalmente se ha puesto la atención en eso que se ha venido a llamar "los lobos solitarios", individuos o pequeños grupos, sin conexión ni dirección con Al Qaeda o grupos afiliados a la misma, de escasa preparación técnica como terroristas pero dispuestos a inmolarse matando en nombre de su Altísimo.
Los ideólogos de la yihad, empezando por los redactores del periódico de Al Qaeda, Inspiración, saben distinguir muy bien entre terroristas y terror. Saben que el asombro se obtiene con un atentado de miles de muertos y no renuncian a ello, pero también están convencidos de que pequeñas puñaladas a la espina dorsal de nuestra sociedad, las personas civiles e inocentes, en ambientes cotidianos pueden generar un estado de pánico generalizado. Su objetivo en estos momentos.
Cuando las autoridades británicas frustraron en 2005 lo que hubiera sido una espectacular catástrofe, la voladura de 10 aviones en ruta intercontinental, sobre el Atlántico, gracias a una hábil mezcla de explosivos químicos en pleno vuelo, los servicios de inteligencia y de interior no pudieron sino congratularse por su éxito. Los dirigentes políticos también. Un fracaso del terrorismo. Y, sin embargo, la lectura que sacaron los dirigentes de la yihad fue la opuesta: sin haber perdido uno solo de sus comandos, los procedimientos de toda la aviación civil se vieron patas arriba de la noche a la mañana. Y es todavía hoy que los viajeros seguimos sometidos a controles insufribles en los puestos de control aeroportuarios. Lo mismo sucedió en 2010 con la interceptación y localización de una impresora a bordo de un vuelo originario de Yemen con destino a Estados Unidos en la que el tóner había sido sustituido por explosivo químico. Todo fueron aplausos por parte de los responsables de seguridad occidentales, pero también de los dirigentes de Al Qaeda, más que satisfechos con el nuevo cambio de procedimiento de seguridad para el transporte civil.
Sin abandonar sus ambiciones de un 11-S aún más espectacular, los dirigentes yihadistas saben que pueden generar miedo de otra forma. Y eso es lo que están queriendo hacer. Ya hay demasiados casos para considerarlos simplemente actuaciones aisladas o inconexas, desde Richard Reid, el de los explosivos en los zapatos, a Umar Faruk Abdulmutalab, el de la bomba en sus calzoncillos, pasando por los hermanos Tsarnaev de Boston, el tiroteo en Fort Hood a cargo del comandante Nidal Malik Hasan, y que dejó 11 muertos en 2009, o Faisal Shahzad, quien plantó un coche bomba en Times Square en 2010, por sólo citar los casos más famosos.
En los últimos años, de hecho, importantes militantes de Al Qaeda, como Anuar al Aulaqui, han vendo agitando en favor de inspirar un nuevo tipo de atentados, como el de Boston o el de ayer en Londres. De escasa preparación y baja intensidad, podríamos decir. Su idea, plasmada recientemente en la revista de Al Qaeda, es la de poner en marcha una "estrategia de la hemorragia": en lugar de una gran herida, continuos pequeños cortes que acaben desangrando a la víctima. Nosotros. Si no se puede continuar la secuencia de grandes atentados, Nueva York, Bali, Madrid, Londres, se debe intentar cometer pequeñas acciones que matengan la llama del terror viva y ardiente. Un miedo que todo lo permee.
Hasta ahora tampoco lo han logrado, pero dada la escasa preparación de nuestras fuerzas de seguridad para lidiar con este tipo de amenaza, difíciles de detectar y más complejas de anticipar, es imaginable pensar que vamos a tener que convivir con este tipo de terror. Dependerá del ritmo y la continuidad con que se produzcan los nuevos atentados que la sensación de riesgo personal pase a ser más aguda. Pero lo que todos debemos tener claro es que no estamos ante acontecimientos sin sentido que nada tienen que ver entre sí. Inconexos en su preparación, están bien vinculados a un mismo objetivo: el terror islámico.
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