La izquierda conspiranoica
La izquierda, huérfana de relato desde la caída del muro, ha acabado construyendo una narración conspiranoica de la crisis.
Que el presidente de la Junta de Andalucía se proclame euroescéptico viene a ser como si el Vaticano adoptara el laicismo o Suiza repudiara por inmoral el secreto bancario. Mas he ahí Griñán, cual auténtico finlandés harto de financiar a los pigs, aireando a los cuatro vientos su desafección hacia la Unión Europea. "Europa no vale la pena si cuestiona el decreto de vivienda", acaba de declarar con gesto gallardo. Aunque, ya puestos a cantar las cuarenta, no aclaró si tampoco valen la pena los 35.000 millones de euros que, solo en el último quinquenio, ha destinado esa misma Europa al desarrollo de las regiones pobres de España; la primera, Andalucía.
Sí, 35.000 millones de euros gratis et amore, una suma equivalente al rescate bancario. Y apenas echando cuentas de un lustro a esta parte. Griñán, demagogo que conoce el oficio, sabe que esa música eurófoba suena bien en los oídos de mucha izquierda. Y por eso la toca. La izquierda, huérfana de relato desde la caída del muro, ha acabado construyendo una narración conspiranoica de la crisis. Así, según su cuento de buenos y malos, las políticas de Bruselas obedecerían a una gran conjura diseñada en secreto con el fin de desmantelar el Estado del Bienestar. En ese guión, la austeridad presupuestaria no sería más que la coartada tras la que yacería el arcano propósito de reinstaurar el orden social propio del siglo XIX.
Hay quien cree en los marcianos y hay quien piensa que Merkel ansía recrear el paisaje humano de las novelas de Dickens en Sevilla, Roma y Lisboa. Pero desenterrar por esa vía la vieja semántica de la lucha de clases implica desconocer quién manda hoy en Europa. Porque el capitalismo renano que la democracia cristiana alemana quieren extender al resto del continente nada tiene que ver con tales fantasías. Para el pensamiento ordoliberal que sigue imperando en Berlín, la libertad de los mercados ha de subordinarse a un orden ético que tiene la obligación de proteger un Estado fuerte. Ningún parentesco, pues, con los devotos del laissez faire que moran al otro lado del Atlántico. Y es que esa conjura de los necios solo existe en la imaginación de la claque de Griñán. Ah, el cuento.
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