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Francisco Pérez Abellán

Un nuevo delito: raptadas de larga duración

Las víctimas son adiestradas para mejor cumplir su destino de esclavitud y sometimiento.

Es un delito nuevo, sofisticado, horroroso: una especie de rapto de las sabinas en el que las víctimas son adiestradas para mejor cumplir su destino de esclavitud y sometimiento. La última manifestación de este horror se ha dado en Cleveland, Ohio, USA, con el descubrimiento del largo cautiverio de diez años de las jóvenes Amanda, Gina y Michelle, secuestradas con 17, 14 y 22 años. Se las llevaron en plena civilización y fueron obligadas a vivir sin salir de ella, a escasa distancia de su territorio, siempre a las órdenes de sus amos, que disponen totalmente de su libertad.

La cohabitación se lleva a cabo en un vecindario tranquilo, aparentemente en calma, donde la crispación se diluye en un prado en el que los vecinos están más atentos a que se cumpla la obligatoriedad de cortar el césped que a descubrir la violencia soterrada.

Este nuevo delito fue descubierto en el 2006, aunque solo a medias, cuando la joven austriaca Natascha Kampusch logró escapar de su raptor, que acabó arrojándose al tren. La chica, desaparecida con solo diez años, estuvo otros ocho sometida. Su secuestrador fue su Pigmalión: la enseñó a leer y a escribir, a expresarse con corrección, a vestir y a comportarse. Por eso, sin haber ido a la escuela desde los diez años, se comportó ante las cámaras de TV con la perfección y la riqueza de vocabulario de una licenciada en filología románica.

Lo que pasó de verdad entre el secuestrador y Natascha está todavía por contar, pese al testimonio que ella publicó en un librito hace unos años. La sociedad tiene derecho a saber que con su secuestro nació un monstruo de la modernidad que proviene de la especie del raptor del niño Lindbergh, capaz de guardar desaparecidos de larga duración en lugares céntricos y bajo la mirada ausente de la Policía, mientras abusa de ellos y los transforma como más le complace. Espécimen especialmente preocupante en una sociedad como la española, donde hay en la actualidad entre diez y doce mil desaparecidos inquietantes.

Para medir el daño es preciso tener en cuenta que el secuestro es muy parecido al homicidio: puede decirse que mientras el criminal te tiene en sus manos, estás muerto. De hecho, en USA el secuestrador del niño Lindbergh fue tratado como un feroz homicida.

Para explorar este espanto, Natascha debería hacer la merced de explicar por qué encuentra cosas positivas en su secuestro. Dice ella que la libró de las drogas, del alcohol y de las malas compañías. Hasta lloró por la muerte del que la había secuestrado. Y finalmente decidió comprarse la casa de su sufrimiento, que había sido un campo de concentración. En su subterráneo, afirma que estuvo seis meses en un zulo, y luego vivió una lenta conquista, llena de lágrimas, en su viaje hacia la puerta de salida. Suficiente para no querer volver a ver la casa nunca más. Pero ella quiere vivir ahí.

En 2008, otra vez en Austria, de aquí que el delito se llame "el rapto austriaco", esta vez en el pueblecito de Amstetten, Josef Fritzl fue descubierto cuando sometía a su hija, de 24 años, en el subterráneo de su tranquila casita, bajo el césped austríacamente cortado. Fritzl vivía en la parte de arriba y en el subterráneo tenía una cárcel del pueblo para una de sus hijas, con la que tuvo otros siete niños, cantidad que ya había dado a luz su esposa. Fritzl había fingido durante años que sus hijas se escapaban, pero en realidad las sometía en la parte de abajo, abusaba sexualmente de ellas y de vez en cuando las dejaba embarazadas. Una sociedad de mazmorra medieval en medio de una civilización de ordenadores, GPS, teléfonos inteligentes, satélites que fotografían tu calle y señalan tu casa en el mapa, pero que no se entera de nada.

En España, donde hace décadas que no se encuentra ni a uno solo de los miles de desaparecidos inquietantes, es perfectamente posible que a unos metros de la Puerta del Sol, de la catedral de la Almudena, del Parlamento, de la Plaza de San Jordi o de la Sagrada Familia, un suponer, haya un zulo en el subterráneo de alguna casa con chicas o chicos secuestrados, al modo austriaco, a la espera de una oportunidad para darse el piro.

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