El carácter de Rajoy nos condena
Para un auténtico programa reformista no sólo hace falta clarividencia, sino determinación para enfrentarse a los partidarios del 'statu quo'.
No se si la célebre máxima de Ovidio, "Veo lo que es bueno, y lo apruebo, pero hago lo peor", es aplicable a la calamidad histórica que preside el Gobierno de España. Es verdad que, a la vista de algunas disparatadas afirmaciones de Rajoy, siendo ya presidente, como la de que España "no tiene un problema estructural" en sus cuentas públicas, sino tan sólo uno "coyuntural", podríamos decir que el actual presidente, más que carecer de determinación para aplicar la solución correcta, ni siquiera tiene visión suficiente para ver dónde está el problema. Lo mismo podríamos decir de sus irresponsables llamamientos al BCE para que monetice deuda, o de su respaldo a la subida de impuestos como forma de equilibrar las cuentas, o de su políticamente correcta valoración del actual sistema autonómico, o de muchísimas otras afirmaciones que, más que de su carácter, nos harían dudar de su lucidez.
Sin embargo, si recordamos su rechazo a muchas de las medidas de Zapatero que él ha decidido, sin embargo, mantener o incluso acentuar, se podría decir que lo que falla en el actual presidente no es tanto su visión a la hora de saber cuál es la senda correcta, sino su falta de coraje para tomarla. Al fin y al cabo, para llevar a cabo un auténtico programa reformista no sólo hace falta clarividencia para saber en qué debe consistir el cambio, sino determinación para enfrentarse a los partidarios del statu quo. Y esta letal renuencia al enfrentamiento es lo que creo que más caracteriza a Rajoy y lo que motiva que, ya siendo presidente, haga diagnósticos de situación carentes de lucidez, pero que le procuran una excusa para su pasividad.
¿Qué mejor diagnóstico para no verse obligado a meter en cintura a nuestras despilfarradoras autonomías que decir que no hay un problema estructural en nuestro modelo autonómico y dar un aprobado general a su lucha contra el déficit? ¿Cómo no va Rajoy a pedir al BCE que monetice deuda si él quiere evitar a toda costa el enfrentamiento que inevitablemente conlleva el adelgazamiento de nuestro voraz y sobredimensionado sector público? ¿Cómo no va a favorecer la impunidad y la financiación extraordinaria a los promotores de la delictiva transición nacional catalana, si no hacerlo arrastraría al Gobierno a tener que enfrentarse política y judicialmente a los nacionalistas y a intervenir una Generalitat en suspensión de pagos?
¿Creemos que Rajoy no ve el delito de desobediencia que perpetran los gobernantes nacionalistas en materia lingüística? ¿Creemos que ya no es capaz de percibir la anormalidad que supone la costosa e insultante existencia de traductores de lenguas regionales en el Senado? Claro que lo ve, pero le puede un carácter que, por encima de todo, rehuye el enfrentamiento.
Es esa falta de determinación, más aun que de convicción y de correcta visión de las cosas, lo que creo que está haciendo de Rajoy un involuntario continuador de Zapatero, un involuntario colaborador de los nacionalistas y un involuntario cómplice de lo peor que está padeciendo España.
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