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Pedro Fernández Barbadillo

La mayor derrota que el chavismo puede admitir

Si la comunidad internacional acepta sin más la legitimidad de estas oscuras elecciones, Chávez habrá ganado una batalla después de muerto.

Seamos sinceros. Henrique Capriles ha obtenido la máxima victoria que le puede reconocer el régimen: un 49% de los votos y una diferencia de 235.000 papeletas. Porque es imposible que el chavismo sea derrotado en las urnas. Si de éstas surgiesen más votos a favor de la oposición que del Gobierno, como parece que ha pasado, los empleados del Consejo Nacional Electoral los convertirían en votos para el Gobierno. O bien se repetirían las elecciones, como ocurrió con el referéndum que permitía a Chávez reelegirse sin límites: lo perdió en diciembre de 2007 y lo repitió y ganó en febrero de 2009. Ese Consejo Electoral, controlado completamente por los chavistas, es tan fiable que todavía no ofrece los datos de votación de los venezolanos residentes en el extranjero de las elecciones de 2006.

El gobernador de Miranda y candidato de la oposición, Capriles, se ha dirigido a los venezolanos y a la comunidad internacional con un mensaje que me recuerda a la rendición de Chávez tras el fracaso en el golpe de estado de 1992 por la manera en que quita legitimidad al Gobierno. Ha afirmado que los datos que él tiene son distintos de los que ofrece el Consejo Electoral y ha exigido un recuento mano a mano. 

El futuro del régimen bolivariano de Venezuela depende, en estos momentos, de la llamada con grandilocuencia comunidad internacional. Por ello, los aliados del chavismo se han apresurado a dar por legítima la victoria del conductor de autobús Nicolás Maduro. Evo Morales y Cristina de Kirchner, que están buscando modificar las Constituciones de sus países para eternizarse en el poder, como hizo Hugo Chávez y luego Daniel Ortega, más Rafael Correa y el tirano Raúl Castro, han felicitado al sucesor del comandante, ya que sin él pierden el petróleo y la plata que les manda Caracas.

Es el momento para que la Organización de Estados Americanos intervenga con una simple declaración que peda el acceso de la oposición a las urnas y las actas, declaración a la que se debería de unir la Unión Europea, con España a la cabeza. Si la comunidad internacional acepta sin más la legitimidad de estas oscuras elecciones, Chávez habrá ganado una batalla después de muerto.

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