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Cristina Losada

El chavismo no sobrevive a Chávez

Nicolás Maduro acaba de ver la fecha de caducidad del chavismo estampada en ese microscópico punto y medio de ventaja que le atribuye la victoria.

En una ocasión se le pidió al expresidente de Brasil José Sarney que glosara los paralelismos entre Hugo Chávez y Fidel Castro. Respondió que a Chávez le faltaba biografía y le sobraba petróleo. Si al mesías tropical le faltaba biografía, al sucesor no le llega ni para rellenar el folio en la Wikipedia. Y la biografía es importante. Lo es, desde luego, para quien aspira no a una simple presidencia, sino al caudillaje. Un caudillo no representa temporalmente: él es "el pueblo" o "la patria" y es, por tanto, eterno. Y, en efecto, se eterniza. Pero Nicolás Maduro acaba de ver, muy de cerca, la fecha de caducidad del chavismo estampada en ese microscópico punto y medio de ventaja que le atribuye la victoria. Más ínfimo sería aún si el cálculo incluyera todas las ventajas que confiere al candidato del poder un sistema político pervertido. Uno que conserva poco más que las urnas de cuantos elementos conforman una democracia.

Enrique Krauze, autor de un libro capital sobre el fenómeno chavista, El poder y el delirio, presagiaba, cuando aún no había muerto Chávez, que el chavismo sólo le sobreviviría durante el período de duelo. La legitimidad carismática, decía, es intransferible. Hay, al menos, una excepción a esa regla. El peronismo ha sido capaz de transmitir el carisma de Perón y Evita a varias generaciones. Pero el peronismo también fue capaz de cubrir todo el espectro político, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. No parece que los herederos de Chávez dispongan de tan útil cualidad camaleónica. Yo no quiero ser optimista, Dios me libre, pero el certificado de defunción del chavismo se está expidiendo a una velocidad pasmosa. Aunque se impone templarse recordando que los cadáveres políticos pueden gozar de larga vida.

Esa división de Venezuela en dos mitades que dejan las elecciones no sería, en una democracia, ningún drama. Pero sí lo es allí, donde apenas queda un vestigio de las reglas del juego democrático. Y donde una mitad, que es la dominante, ha sido alimentada en la paranoia y el odio al oponente. Como dijo el poeta y guionista de telenovelas Leonardo Padrón: "Chávez construyó un discurso de amor con una gramática del odio". Su mandato fue una continua Semana del Odio orwelliana. De ahí que Henrique Capriles acierte al llamar a la reconciliación nacional. Aunque una cosa es la reconciliación nacional y otra distinta aceptar, sin más, unos resultados contaminados.

Venezuela ha sorteado hasta ahora el conflicto civil. Pero puede que en este principio del fin del chavismo, en la proximidad de la amenaza de extinción, aquella gramática furiosa se ponga a escribir páginas violentas. Más violentas, es decir. Porque los chavistas ya han escrito muchas de esas páginas detestables. 

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