Benzema y 'La Marsellesa'
Desde siempre, 'La Marsellesa' ha sido el himno de los que creemos que nadie tiene que estar obligado a cantar ningún himno.
Cierto Benzema, futbolista creo que del Real Madrid, parece que se niega a entonar el himno de su país, Francia, renuencia que está haciendo correr alguna tinta aquí y allá. Desde siempre, La Marsellesa ha sido el himno de los que creemos que nadie tiene que estar obligado a cantar ningún himno. Por eso la hemos cantado tantas veces sin que poder alguno nos forzase a ello. Al punto de que a mí, lo admito, aún hoy me emociona cuando la oigo sonar. Sin embargo, ese "nadie" de antes no incluye a los mercenarios. Un mercenario, esto es quien defiende una bandera de conveniencia a cambio de algunas monedas, debe interpretar La Marsellesa y La Traviata si hace falta. Y sin rechistar. Por algo, como el dinero, los mercenarios no tienen patria.
Una gloria nacional de Francia que tampoco quería tararear La Marsellesa, Georges Brasens, solía decir que las banderas son trapos manchados de sangre y de mierda. Quizá, aunque unas más que otras. Así, la Francia de la tricolor podría mutilarle los ingresos bancarios al tal Benzema por su desaire. Pero no quiero imaginar lo que le habrían cortado en Argelia en caso de gallear con idéntico desdén. Imposible, por lo demás, rehuir la comparación con cuanto acontece a este lado de los Pirineos. Porque si allí es uno y solo uno el díscolo, aquí ya no resulta infrecuente que sean estadios enteros los que afrentan los símbolos de la nación. Y es que nuestros benzemas se cuentan por decenas de miles.
Desolador resulta que, transcurridos más de doscientos años desde el final del Antiguo Régimen, no haya aún una bandera que logre unir a todos los españoles. Ni himno que sea tenido por patrimonio sentimental del común. Por no haber, ni siquiera hay en las calles de nuestras ciudades una escenografía monumental que proyecte el relato iconográfico de la historia compartida. La raquítica debilidad de la labor nacionalizadora del Estado, carencia crónica que se extiende desde el XIX hasta el XXI, se ha convertido en una incubadora de benzemas. Al cabo, e igual hoy que ayer, es la abúlica, indolente inacción de los poderes públicos la causante última de la invertebración del país. Aquí, Benzema siempre se ha sentado en el Consejo de Ministros.
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