Correa y las dictaduras del siglo XXI
¿Por qué Correa ha vuelto al despotismo ilustrado, ahora santificado por la mayoría de los electores en las urnas?
Dictaduras del siglo XXI, un magnífico libro del expresidente ecuatoriano Osvaldo Hurtado, político serio y honorable que procede del mundo académico, tiene como exergo una frase clave de Rafael Correa, actual presidente de ese país, pronunciada el 7 de marzo de 2009 en el Coliseo Abel Jiménez Parra:
Porque el presidente de la República, escúcheme bien, no es sólo el jefe del Poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano y el Estado ecuatoriano es Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral, Transparencia y Control Social, superintendencias, Procuradorías, Contraloría, todo eso es el estado ecuatoriano.
Es decir, en el mejor de los casos, el presidente Rafael Correa no tiene la menor idea de qué es una República, ni para qué se constituyó esa forma de gobierno.
Ignora que una República es un peculiar diseño del sector público, concebido para fragmentar y limitar la autoridad de los mandatarios, es decir, de aquellos a los que les hemos dado un mandato, con el objeto de proteger los derechos sociales y políticos de los individuos.
Correa no sabe que la conducta de un presidente republicano debe ceñirse al cumplimiento de la ley escrita, como establece el derecho público. Ese presidente sólo puede hacer lo que la ley le autoriza o le exige. En cambio, la sociedad civil puede hacer todo aquello que la ley no le prohíbe.
Son dos ámbitos de actuación diferentes.
Pero hay otra posibilidad: que el presidente Correa sepa exactamente lo que es una República, mas no se perciba a sí mismo como un gobernante republicano constreñido por la Constitución y por las leyes, sino como un autócrata benevolente legitimado por el voto popular. Es decir: más o menos el tipo de déspota ilustrado desplazado del poder cuando se sustituyó el llamado Antiguo Régimen, desde fines del siglo XVIII a la primera mitad del XIX.
O sea, los personajes contra los que lucharon Jefferson, Washington, Bolívar, San Martín, Sucre y el resto de los libertadores.
¿Por qué Correa no cree en la eficacia de la estructura republicana y ha vuelto al despotismo ilustrado, ahora santificado por la mayoría de los electores en las urnas? Porque, ciertamente, en Ecuador y en casi todo el continente sudamericano las Repúblicas no rindieron los mismos resultados que, por ejemplo, en Estados Unidos o Canadá.
Cuando comenzó el siglo XX, los países latinoamericanos tenían, como promedio, entre un 10 y un 20% del Producto Interno Bruto per cápita de Estados Unidos. Cien años más tarde, al despuntar el siglo XXI, la diferencia seguía siendo más o menos la misma. América Latina, claro, había prosperado, pero su nivel de desarrollo continuaba siendo proporcionalmente similar con respecto a Estados Unidos o Canadá. Ya sé que Canadá no es formalmente una República, sino una monarquía parlamentaria, pero esa diferencia tiene poca importancia. Lo esencial es que se trata de un Estado de Derecho en el que los gobernantes ejercen su autoridad dentro de los límites impuestos por leyes forjadas dentro de los esquemas morales de las democracias liberales. Si el jefe del Estado es un presidente electo o una remota reina apoltronada en Londres, es un dato menor.
¿En qué se equivoca Correa?
En que el atraso relativo de América Latina no se debe a la inadecuación del diseño republicano, sino a que muchos de sus antecesores en el ejercicio del poder también ignoraron la premisa básica e ineludible de las Repúblicas: todos los ciudadanos deben colocarse bajo el imperio de la ley. Ningún ciudadano está por encima de ella.
En nuestras repúblicas, con frecuencia, los gobernantes ignoraban este precepto esencial y con ello invalidaban las virtudes del modelo republicano. La malversación, la apropiación indebida de los caudales públicos, el nepotismo, la venta de influencias, las presiones a los poderes judicial y legislativo, todo ello en medio de la impunidad total, dieron como resultado el divorcio entre la sociedad y el Estado.
Nuestros pueblos dejaron de percibir al Estado como un instrumento libre y soberanamente segregado por las personas para administrar la convivencia y pasaron a verlo como un surtidor de privilegios, generalmente enemigo de los intereses generales de las gentes. Por eso a la mayoría de los electores, con frecuencia, no le importaba que los golpes militares demolieran los fundamentos republicanos o las guerrillas y los terroristas de izquierda atacaran por el flanco contrario.
Es una lástima que el presidente Correa no haya entendido que su mejor aporte al pueblo que lo eligió no es fomentar un modelo asistencialista-clientelista que inevitablemente acabará empobreciendo al país, sino echar las bases para que, realmente, fructifique la República.
Si no fuera una persona tan arrogante, le recomendaría que leyera atentamente este libro de su compatriota Osvaldo Hurtado. Aprendería unas cuantas cosas fundamentales.
Osvaldo Hurtado: Dictaduras del siglo XXI, Books & Books (Coral Gables, Florida), 2012, 166 páginas.
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