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Fernando Londoño Hoyos

Esta es la paz, señores

Nos está yendo muy mal; en cambio, a los terroristas les está yendo de maravilla.

Volvieron los jóvenes policías que las FARC habían secuestrado en Pradera, cerca de Cali. Los despidieron diciéndoles que corrían con suerte, porque si no fuera por los diálogos de paz el cautiverio habría sido de varios años. Gracias, pues, a las conversaciones de La Habana nos devuelven a los policías que se roban.

Lo que no se advierte es el costo político que el país paga por esa largueza de los terroristas. Noticia mundial, exposición de las FARC en todos los medios internacionales y la idea de que la guerrilla hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere: si le da la gana secuestrar un departamento entero, como el Chocó, lo hace durante semanas; si le parece paralizar otro, Arauca, lo paraliza, creando un caos que repercute directamente en la producción y transporte de petróleo; le provoca atacar en Miraflores y mata un niño y a un policía y hiere a decenas de vecinos; si le da la gana, ataca al Ejército en Caquetá, mata a seis soldados y a un suboficial y hiere otros cinco militares; si quiere golpear por el norte, mata a dos soldados en Tarazá y comete una masacre en Dabeiba; vuelve al sur y vuela en pedazos una estación de policía en Puerto Asís, Putumayo; y cierra faena con la muerte de un capitán, un suboficial y un soldado dentro del Distrito Capital.

Esta macabra lista de atentados revela que nos está yendo muy mal en la guerra, y que se conversa en Cuba en un tono suplicante para que los dueños del país no causen tanto daño a las tropas y a la gente.

El panorama no basta a ocultar otros hechos siniestros. Cada día, más de un colombiano vuela en pedazos pisando una mina antipersona. Y mientras tanto las guerrillas y sus socias, las bacrim, se enriquecen fabulosamente con la producción y tráfico de cocaína, con la explotación ilícita de oro y cobrando peajes al contrabando de combustible que viene de Venezuela. Nos enfrentamos a grupos desalmados que se han salido de cauce, fabulosamente ricos, enfrentados por un Ejército confuso que no sabe lo que debe hacer. Porque si toma la iniciativa los fiscales y los jueces se encargan de que sus hombres lo paguen en la cárcel. Y si se queda a la defensiva le pasa lo que le está pasando desde hace dos años largos.

No tenemos idea de lo que se está negociando en La Habana. Humberto de la Calle dice ante los gremios que lee en los ojos de Iván Márquez y sus compinches voluntad de paz, mientras el bandido Andrés París sostiene que todo marcha de maravilla, desde luego que para ellos.

Acabamos de enterarnos, por Sergio Jaramillo, de que se ha cumplido un año desde el inicio de los contactos y conversaciones con la guerrilla en Cuba. Con lo que sin ningún pudor revela que este es un gobierno embustero. Porque entre febrero de 2012 y los comienzos públicos de la negociación pasaron más de ocho meses, durante los que Santos aseguraba que no había contacto alguno con los jefes de la guerrilla, ni en Cuba ni en ninguna otra parte.

Lo que ha pasado es lamentable. Y lo que viene se ve peor. En medio de estas derrotas sucesivas, de este caos mental absoluto de los que nos gobiernan y los que nos negocian, y enfrentados al conglomerado económico más fuerte del país, el panorama es desolador.

Pero el país no reacciona. Los dirigentes gremiales se reúnen con De La Calle y no tienen el valor civil de decirle lo que les está pasando y lo que les va a pasar en adelante. La inversión extranjera se debilita, la locomotora minera se estanca y quedamos en manos de una industria con resultados deplorables, un campo arruinado, una construcción en caída libre, unas exportaciones en franco declive y un empleo decadente. Apenas queda la creatividad del hombre del DANE para cuadrar cifras y maquillar la realidad.
 
Es ante tal paisaje de desventuras que solo nos queda repetir: esta es la paz, señores.

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