Los escuadrones de la muerte del PC francés
El PC francés no sólo saboteó el esfuerzo militar de Francia, sino que impuso a sus obreros la consigna de obediencia al ocupante.
El aparato de propaganda del comunismo es tan descomunal y experto que ha conseguido ocultar sus genocidios y su inmenso fracaso económico, hasta el punto de que vuelve a presentarse como alternativa creíble en los países sumidos en la crisis. También ha hecho olvidar que los comunistas son caníbales con sus propios camaradas. Los dictadores que fueron ogros de los comunistas en el siglo XX, como Adolf Hitler, Benito Mussolini y Francisco Franco, no se comieron a sus pares o sus seguidores, salvo el alemán en 1934 y sólo para asentar su poder. Por el contrario los dirigentes de los PC, estuviesen en el gobierno, en la oposición o en el exilio, solían purgar o ser purgados periódicamente, y mientras Mussolini o Franco enviaban a sus disidentes a una embajada o a un corto destierro dentro del propio país, entre los rojos era frecuente la ejecución, el accidente de carretera, el error médico o la deportación a alguna Siberia.
Otra de las grandes mentiras del siglo XX es la de la resistencia francesa al invasor nazi. Baste decir que el alto mando alemán enviaba a las divisiones destrozadas en el frente oriental a descansar y recuperarse a la dulce Francia.
Seguramente la Segunda Guerra Mundial no habría comenzado en septiembre de 1939 si no se hubiese producido el Pacto de Amistad, Cooperación y Demarcación (en esos momentos, los dos países no tenían fronteras en común, como hasta 1918) entre Adolf Hitler y Josif Stalin, firmado en Moscú el 23 de agosto de ese año. Cuando saltó la noticia, el mundo quedó pasmado. Ambos regímenes totalitarios, el nacional-socialista alemán y el bolchevique soviético, eran enemigos feroces y se dedicaban todo tipo de insultos. En horas veinticuatro, y por orden de sus amos de la URSS, faro de la humanidad progresista, los comunistas de todo el mundo pasaron de atacar a Hitler a elogiarle y de considerarle un aliado de las burguesías explotadoras a un representante de la clase trabajadora alemana.
Consigna a los obreros de no rebelarse
El PC francés, el mayor partido de Europa detrás del PCUS, colaboró con el enemigo alemán: sus agentes no sólo sabotearon el esfuerzo militar de Francia, sino que impusieron a sus obreros la consigna de obediencia al ocupante. Ningún comunista siguió el mensaje de esperanza y resistencia pronunciado desde Londres por el general Charles de Gaulle. El gobierno liberal-socialista de la III República hizo aprobar una ley en la Asamblea Nacional que expulsaba de su seno a los diputados comunistas; los parlamentarios la aprobaron por 521 votos contra 2 en enero de 1940.
El idilio entre los comunistas franceses y los militares alemanas sólo se rompió en junio de 1941, cuando el III Reich atacó a su aliado, la URSS, antes de que ésta lo atacase. Inmediatamente los rojos dieron otro giro de 180 grados: primero enemigos de los nazis, después amigos y de nuevo enemigos. De la guerra, tanto Stalin como sus lacayos salieron con la vitola de haber dado su sangre para derrotar a la bestia parda. Los cientos de activistas comunistas que fueron ejecutados por el ocupante o cayeron en el maquis se convirtieron en mártires, cuyos cuerpos impedían a los historiadores acercarse a los hechos vergonzosos de los primeros años de la guerra.
Sin embargo, los archivos acaban hablando. Cuando por fin se abrieron los correspondientes al PCF, a Moscú y –muy importante– a la Policía francesa en los años de la Ocupación, se supo a qué grado de perversidad habían llegado los comunistas para imponer sus dogmas oficiales. Los historiadores Jean-Marc Berlière y Franck Liaigre publicaron en 2007 un libro, titulado Liquider les traîtres: la face cachée du PCF (1941-1943), en el que describían que la dirección comunista había aplicado medidas despóticas para imponer la obediencia a las directrices de colaborar con los alemanes. Y éstas consistían en un ejército de delatores que identificaban a los desobedientes o a quienes criticaban al padre de los pueblos por su unión con Hitler, y luego escuadrones de la muerte que secuestraban a los traidores y los asesinaban si un sanedrín de dirigentes del PCF consideraba que esa desobediencia merecía la muerte.
Delatores, verdugos y jueces
Un minúsculo núcleo de la dirección del Partido decidía la verificación, denuncia y asesinato de los acusados. Sin juicio, sin abogado defensor, los apparatchiki condenaban a muerte. Y las ejecuciones, mediante el típico tiro en la nuca, se realizaron, en París y en provincias, mediante un grupo de militantes "con pocos escrúpulos", que habían servido en la paz para reventar actos de los demás partidos y en la posguerra para depurar colaboracionistas.
Entre julio de 1941 y julio de 1942, el grupo Valmy, nombre de una batalla de la Revolución Francesa, fue responsable de muchos crímenes comunistas, sobre todo de exdirigentes que mantuvieron su compromiso antifascista y abandonaron el PCF.
Se desconoce la cifra total de asesinatos. Los dos historiadores han comprobado documentalmente unas 800 verificaciones de camaradas sospechosos. Y unas 250 decisiones, perífrasis para asesinato.
Como indicio de lo dicho, debe recordarse que los comunistas internados en campos de concentración colaboraron con los nazis, como confirmó el exministro socialista Jorge Semprún Maura: se hacían con el mando en los campos y entregaban a los verdugos a gentes no comunistas para salvar a sus camaradas.
En septiembre de 1944 la mayor parte de Francia quedó liberada de los alemanes, y entonces los comunistas pudieron dedicarse a matar otros compatriotas. Los mismos historiadores han escrito otro libro desmitificador de la Resistencia: Así terminan los bastardos: secuestros ilegales y ejecuciones en París liberado. Los autores recuerdan que, en los meses siguientes, en las riberas del Sena aparecían cadáveres con un tiro en la cabeza y una pieza de cemento atada al cuello. Al principio de la liberación, la sede de los ejecutores y depuradores comunistas fue el Instituto Dental de la Avenida de Choisy, 176. Entre los asesinados no había sólo vichistas o colaboracionistas, sino hasta un exdiputado socialista y por supuesto antiguos camaradas.
Todos estos asesinatos y torturas fueron sometidos primero a amnistía y luego al olvido.
Cuando las editoriales españolas traducen todo ensayo generado por el último sociólogo o profesor de filosofía francés sobre cualquier asunto, llama la atención que ninguna, ni las dedicadas a la Segunda Guerra Mundial, haya traducido este libro sobre uno de los episodios más siniestros del siglo XX.
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