El bombardeo, por parte de cuatro cazas sin identificar, de una fábrica de armas próxima a Jartum el pasado 24 de octubre fue atribuido a la Fuerza Aérea de Israel. De ser así, esta misión habría tenido un objetivo muy concreto, por un lado, y, por otro, habría sido un aviso a navegantes en un momento muy delicado en términos de seguridad para Israel.
La destrucción de armas que podrían haber acabado en manos de Hamas en Gaza, de los terroristas cada vez más activos de la Península del Sinaí o, por qué no, de ambos y de cualesquiera otros enemigos reales o potenciales de Israel habría dado a la susodicha misión el componente tradicional de defensa propia que el Estado judío ha aplicado en otras ocasiones, vía acciones aéreas selectivas (recuérdese el ataque a la central nuclear iraquí de Osirak, a principios de los ochenta, o el ataque contra unas instalaciones sirias también relacionadas con lo nuclear a mediados de la pasada década). Por otra parte, la Fuerza Aérea israelí ya tiene experiencia acumulada en destrucción de armas en Sudán, aliado africano de la República Islámica de Irán, pues realizó un ataque parecido al actual en 2009; con la diferencia de que ahora se habría bombardeado una fábrica y entonces se bombardeó un convoy con armas listas para su distribución. Bombardear una fábrica puede tener el valor añadido de representar un mensaje dirigido a Teherán, si se traza un paralelismo entre armas convencionales e instalaciones nucleares. Además, Israel debe de estar también muy preocupado –aunque la preocupación es global– por los sistemas de armas químicas en manos del régimen sirio, que está siendo objeto de acoso continuo por parte de los rebeldes.
Ante la intensificación de los ataques desde la franja de Gaza al territorio israelí –y las consiguientes represalias israelíes–, con una Península del Sinaí cada vez más inestable, que exige a Israel ponerse a la defensiva constantemente, y, finalmente, dada la progresiva desestabilización de Líbano –fruto en buena medida del deterioro del statu quo en Siria–, Israel se encuentra en una situación estratégica cuando menos delicada. La emergencia islamista por doquier tampoco ayuda.
Junto a todo ello tenemos, recordémoslo de nuevo, el telón de fondo de Irán y su programa nuclear: según acaba de anunciar la agencia de noticias rusa Novosti, Rusia entregará el próximo marzo la central nuclear de Bushehr a sus clientes iraníes. Es ésta una central que comenzó a contruir el consorcio alemán Kraftwerk Union A. G. (Siemens/KWU), al que sustituyó la firma rusa Atomstroieexport en 1995, pues los alemanes se habían retirado enseguida, en 1980, cuando su país se sumó al embargo de los EEUU contra Irán. Pues bien, Bushehr va a ver la luz en medio del agravamiento de la tensión internacional en torno a las evoluciones del átomo (¿militar?) iraní. En dicho contexto, la misión (¿israelí?) en Sudán debe tener también esta lectura añadida.
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