Rajoy o la imposible regeneración del PP vasco
La cabeza de San Gil se "cortó" en Madrid, no en Vitoria. El "irreconocible PP vasco" de ahora no es sino el mejor reflejo del PP que preside Rajoy
No hay que extrañarse de que el partido de Rajoy aproveche la indiscutible victoria de Feijóo para tapar el histórico fracaso del PP en el País Vasco. Lo mismo ocurrió en las elecciones municipales de mayo del pasado año, cuando la victoria del PP –anticipo de la que obtendría en las generales– sirvió para ocultar el gravísimo desafío que, para la democracia española, constituían los magníficos resultados obtenidos por el recién legalizado brazo político de ETA. Fue con ocasión de esos espléndidos resultados de Bildu cuando los encapuchados de la banda terrorista pudieron, muy poco tiempo después, jactarse públicamente de haber "ganado" la "batalla de la ilegalización". Por insaciables que sean, los pistoleros valorarán los resultados del domingo muy positivamente y confirmarán que el "proceso" va "en la buena dirección", que diría el excarcelado secuestrador de Ortega Lara, Josu Bolinaga, no por meras y obvias razones personales.
Algunos dirán que en esta ocasión, sin embargo, a los buenos resultados electorales de ETA se suma un desastroso e histórico fracaso de Basagoiti y su equipo, por lo que es exigible una asunción de responsabilidades en el PP vasco, antesala de una regeneración que lo vuelva a convertir en la mejor seña de identidad del PP nacional. El problema, sin embargo, de plantear una regeneración circunscrita al PP del País Vasco –tal y como plantean Santiago Abascal y, en menor medida, Cayetano González– es que el devaluado perfil del partido en esa comunidad autónoma no nace, como ellos bien saben, en el País Vasco, sino que es impuesto desde Madrid. No son las bases del PP vasco las que, supuestamente hartas de su intransigente adhesión a los principios, obligan a una María San Gil a marcharse a su casa. No. La defenestración –técnicas de luz de gas incluidas– de San Gil no se pone en marcha en Vitoria, sino en Madrid. Lo mismo podríamos decir de la defenestración de Redondo Terreros en el PSE o de la de Vidal-Quadras en el PP catalán.
Desengañémonos. El irreconocible PP vasco de ahora no es sino, desgraciadamente, el mejor reflejo del PP que preside Mariano Rajoy. Un PP vasco que recuperase sus tradicionales y encomiables señas de identidad estaría abocado a chocar con el Gobierno que preside Rajoy. ¿Cómo iba el futuro PP vasco a lamentar y denunciar los éxitos de una ETA a la que el Gobierno de la nación da por derrotada? ¿Cómo iba a denunciar los pasos dados en la hoja de ruta negociada entre ETA y Zapatero, si es Rajoy quien –previo acuerdo con Rubalcaba– la está manteniendo? ¿Cómo iba a denunciar los capítulos de la paz sucia en los que intervino Rubalcaba, si es un ministro del PP, Fernández Diaz, el que ha calificado de "ejemplar" y "acorde a un Estado de Derecho que no se pone en suspenso" la labor de su antecesor al frente de Interior? ¿Cómo iba el PP vasco a denunciar la burla a la Ley de Partidos que constituye la existencia de Bildu, si es el Gobierno de Rajoy el que se muestra condescendiente ante ella? ¿Cómo iba el nuevo PP vasco a denunciar el acercamiento de presos, los terceros grados o las ofertas de impunidad a los etarras prófugos en el exilio, si es el Gobierno de Rajoy el que está llevando a cabo todo eso?
No, no se puede, en materia antiterrorista, culpar a la herencia de Zapatero si el que la recibe la califica de "buena noticia". Hasta que no seamos conscientes de la fatal trascendencia histórica que tiene la figura de Mariano Rajoy Brey, de poco servirá cambiar sus correas de transmisión.
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