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Fray Josepho

'Enziklopedia Perroflauta'

Existe un 'estado perroflautescente', que es una tara anímica muy extendida, de sencillo diagnóstico pero de complicado tratamiento.

Hasta ahora, entre los grandes hitos de la lexicografía española estaban el Vocabulario de romance en latín (1494), de Elio Antonio de Nebrija; el Tesoro de la lengua castellana o española (1611), de Sebastián de Covarrubias; el Diccionario de Autoridades (1726), de la Real Academia Española, y el Diccionario de uso del español (1966), de María Moliner. A partir de hoy, entre estas obras tendrá un lugar de privilegio el magno Diccionario Perroflauta que tiene usted, estimado lector, en sus manos.

Apunte el año: 2012. Y tome nota de los autores: Pablo Molina y Fernando Díaz Villanueva (tanto monta, monta tanto, Molina como Fernando). No estamos ante un libro circunstancial, sino ante una obra que va a ser referencia lexicográfica en nuestro idioma durante siglos.

Además, hay que decir que, a diferencia de quienes escribieron los diccionarios citados al principio, doctos filólogos y lexicógrafos que trabajaban relajadamente en sus estudios, sentados ante sus mesas, con sus fichas, con sus plumas y con sus tinteros, los autores de este Diccionario Perroflauta, Díaz Villanueva y Molina (tanto monta, monta tanto, Villanueva como Pablo), no solo han hecho el minucioso trabajo de escritorio, sino que se han tenido que documentar en la calle, arrostrando peligros (psicológicos y físicos), arriesgando temerariamente sus pituitarias y exponiendo sus epidermis (y hasta sus aparatos digestivos) a la amenaza de azarosas infecciones y de temibles parásitos. Son unos héroes.

Porque, queridos lectores, esta obra era necesaria. Alguien tenía que llenar el vacío que había en España sobre el conocimiento científico del perroflauta. Existían aproximaciones imprecisas, sí. Análisis a vuelapluma, vale. Esbozos parciales, de acuerdo. Pero carecíamos de una obra que, con carácter exhaustivo y de una vez por todas, pudiera servir de referencia en los ámbitos académicos y universitarios. Hela aquí.

Desde luego que no era fácil el reto al que se enfrentaron Molina y Díaz Villanueva (tanto monta... etcétera). Las ramificaciones semánticas del término perroflauta han sido innumerables en estos años. Por cierto, conviene precisar que este sustantivo, perroflauta, no se usa en español como nombre común hasta el año 2004. Curiosamente, su aparición en nuestro idioma coincide con la llegada al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. No es mi intención sugerir que haya una relación de causa-efecto entre ambos acontecimientos, pero siempre conviene contextualizar los hechos.

También hay que precisar que el vocablo perroflauta es posterior a la realidad perroflauta. Los perroflautas ya lo eran avant la lettre, si se me permite la expresión. Lo que ocurre es que los sustantivos que pretendían atrapar esa realidad no acababan de hacerlo con precisión. Hippie es algo parecido a perroflauta... pero no exactamente lo mismo. Okupa comparte rasgos semánticos con perroflauta... pero no coincide del todo. Punk también alude a ciertas características significativas de perroflauta... pero no abarca su significado por completo. Ni tampoco antisistema, aun teniendo valores comunes con perroflauta, da una idea cabal y cumplida del sentido de nuestro sustantivo.

Por otro lado, está la cuestión polémica de quién usó el término por primera vez. Lamento no estar en condiciones de resolver tal incertidumbre. No quiero adjudicar a nadie la primicia. Es más, prefiero pensar que perroflauta es un fruto de la conciencia lingüística colectiva. Un bien mostrenco. Dejémoslo ahí. Esos sujetos con flauta y perro no podían llamarse de otra manera. Bueno, o sí. También pudieron llamarse chuchorrastas, rastaflautas o mugreflautas. Las razones por las que triunfan los hallazgos lingüísticos populares son inexplicables.

No obstante, es cierto que a finales de los 90 existía en España un grupo musical, que hacía una especie de rock comprometido, de buen rollito, mestizaje y percusión, que se llamaba así: Perroflautas. El grupo, apadrinado por Luis Pastor (no sé si recuerdan a ese pesadísimo cantautor comunista), iba de festival en festival, recaudando fondos para Ruanda, y cosas así. Siempre había una concejalía de cultura (o de fiestas o de juventud) que le daba cuartelillo. De tal modo que el grupo Perroflautas sobrevivió hasta el año 2000, e incluso grabó algunos discos. Los componentes de la banda eran... así, como su nombre indica: perroflautas. Por tanto, no es de extrañar que de nombre propio el término acabara pasando a nombre común. Como casera por gaseosa, vamos. Es una hipótesis. Aunque no faltan los estudiosos que defienden que el grupo fue posterior a la palabra: es decir, que se llamaron Perroflautas para reflejar su propia realidad y la de sus seguidores. Aquí hay un interesantísimo campo abierto a la investigación filológica.

Total, que el sustantivo perroflauta, ya como nombre común, fue enriqueciendo su filón semántico de manera imparable, desde ese año 2004 en que tengo documentados sus primeros usos. La absoluta eclosión, popularidad y auge, tanto de la palabra como del hecho perrofláutico, fue la famosa acampada de Sol. ¡Oh, qué grandes momentos de perroflautismo se vivieron en aquel verano de 2011! A partir de dicha acampada (y de las demás que, a imitación de la madrileña, se realizaron por toda España), ya no solo el sustantivo perroflauta, sino también sus múltiples derivados (perroflautismo, perroflautología, perroflautedad, perrofláutico, perroflautesco, perroflautear, perroflautadamente...), pasaron del lenguaje popular a los medios de comunicación, y de ahí a la literatura. Hasta en la poesía se ha usado el término. Modestamente, dos de mis personajes, la Machorri y la Garrapata, entran de lleno en el ámbito perrofláutico. Permítanme que incurra en la vanidad de reproducir un fragmento de uno de los romances que les compuse:

En un callejón cualquiera
del barrio de Malasaña,
se encontraron a las once
en punto de la mañana
dos mozas de aspecto okupa,
feas y desaliñadas.
Sus nombres no los sabemos,
pero sabemos sus alias:
una, con el pelo verde,
cortado como con hacha,
con la camiseta rota,
que deja entrever la mata
de pelambre sobaquera,
y unas botas de campaña
como las que usaba Rambo
en las selvas de Birmania,
se hace llamar la Machorri,
y la otra, más retaca,
con un piercing en la lengua,
dos en medio de las napias,
otro en salva sea la parte
de su región más selvática,
y un tatuaje en la barriga
con Ernesto Che Guevara,
es conocida en su grupo
por Toñi, la Garrapata.

Perroflauta, como dije antes, ya es mucho más que el joven mugriento, que, de cuclillas en una plaza pública, babea una zampoña con la mirada extraviada, y comparte su bocata con un chucho demacrado y pulgoso. Hay perroflautas sin flauta, perroflautas sin perro y perroflautas sin ninguna de las dos cosas. Hay perroflautas incluso que se duchan a diario. Hay perroflautas que escriben en los periódicos, y hasta que ocupan escaños políticos. Porque la verdadera perroflautez no es la física, la exterior. La verdadera perroflautez es la perroflautez mental. Existe un estado perroflautescente, que es una tara anímica muy extendida, de sencillo diagnóstico pero de complicado tratamiento.

En fin, estimados lectores, abandonen ya (si no lo han hecho antes) este aburrido prólogo. Hale, pasen las hojas y lean. Lean con orden o sin él. Del principio al final o al revés. Abran el libro en el transporte público, en el atasco o en el excusado. Úsenlo como libro de consulta o como catecismo. Devórenlo de un tirón o déjenlo cerrado un tiempo y vuelvan a él. Relean. Apréndanse algunas definiciones. Subráyenlo sin pudor. Disfruten. Y ríanse.

Fray Josepho, miembro de número de la Real Academia de Estudios Perrofláuticos.

NOTA: Este texto es el prólogo de la Enziklopedia Perroflauta, de Fernando Díaz Villanueva y Pablo Molina, ya disponible en Amazon.

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