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José García Domínguez

¿También a nosotros nos reñirá el Rey?

Quienes abarrotaban todos los accesos a Barcelona eran familias normales con sus hijos normalizados a la fuerza para contento de la Casa Real.

Al fin, tras más de un cuarto de siglo en las catacumbas, el constitucionalismo ha salido del armario en Cataluña. Y con un ardor que ni el optimista más incorregible hubiese sospechado hace apenas veinticuatro horas. La Plaza Cataluña a rebosar. Esto es, cuarenta mil metros cuadrados donde ya no cabía una aguja, repletos como estaban de senyeras y banderas de España en promiscua confusión. Tan indistinguibles siempre la una de la otra por ser en realidad la misma. Al cabo, la rojigualda no es más que la vieja enseña cuatribarrada del Reino de Aragón, a la que Carlos III ordenó agrupar en dos las cuatro franjas rojas con el objeto hacerla más visible desde la lejanía.

Tal vez de ahí, de la abigarrada mezcolanza cromática de rojos y amarillos, el súbito ataque de miopía que hoy ha sufrido la Guardia Urbana del convergente Trías. Así, los que siempre son sesenta mil cuando se trata de concentraciones en idéntico escenario pero al objeto de festejar las victorias del Barça, han encogido de golpe hasta los seis mil manifestantes que dicen haber contado hoy. Como el milagro de los panes y los peces, pero justo al revés. Y para mayor desazón de los plumillas y fotógrafos de la prensa del régimen, ni un solo símbolo faccioso ni estandarte preconstitucional. A algunos se les veía al borde mismo de la desesperación en busca de un águila de San Juan que llevarse al buche. Necesitaban como agua de mayo la caricatura chusca de Martínez el facha para desacreditar el acto, pero, ¡ay!, no hubo forma de dar con él.

Lejos de eso, quienes abarrotaban con su entusiasmo todos los accesos al centro de Barcelona, algo que obligaría a cortar al tráfico el Paseo de Gracia, eran familias normales con sus hijos normalizados a la fuerza para contento de la Casa Real. Esa Cataluña más silenciada que silenciosa que se miraba a sí misma con algo de incrédula sorpresa, acaso asombrada de su propia fuerza. Y todo ello contra nadie. Sin estridencias, sin ira, sin rencor, en positivo. Porque tal vez no seamos más, aunque eso aún está por ver, pero somos mejores. No es de extrañar que el único instante de crispación se produjera luego de anunciarse por la megafonía la presencia de TV3, la televisión oficial de los pistoleros que disparan a las rodillas de los disidentes. El único. Una jornada, pues, memorable. Ahora solo falta esperar que el Rey no nos riña. A ver si hay suerte.

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