Colabora
Antonio Robles

Tanques y hegemonía cultural

Si alguien aún no se ha enterado, estamos en guerra. En Cataluña y en el País Vasco; o sea, en España. Desde hace 30 años.

Si alguien aún no se ha enterado, estamos en guerra. En Cataluña y en el País Vasco; o sea, en España. Desde hace 30 años.

La afirmación puede parecer un delirio. Lo sería si buscáramos tanques o balas. No los hay, pero sus fines son idénticos a los fines de las guerras: domeñar al enemigo y hacer del territorio conquistado una frontera para los otros.

Y no encontramos tanques porque en la guerra que libran los nacionalistas no se utilizan armas convencionales. Por decirlo mejor, sus armas no lo parecen, porque su ejército se camufla y combate tras la cultura de masas con profesores y libros de texto, cámaras, micrófonos y periodistas, propaganda, políticos demagogos, emociones y mentiras. Y ningún respeto por los derechos y sentimientos de los demás, aunque todo lo envuelven con cánticos de libertad, rechazo de la violencia y maneras falsamente democráticas.

Esas son sus armas, y su campo de batalla, las escuelas, los medios de comunicación, los eventos culturales y deportivos, las instituciones, los presupuestos y las subvenciones. Son las más eficaces para lograr la hegemonía cultural y moral, quintaesencia del poder en una democracia populista. Es la misma vieja táctica de pensadores marxistas como Gramsci, teorizadas en los albores del comunismo para subvertir los valores ideológicos del adversario y convertir al enemigo en indeseable. La máxima expresión histórica de este instrumento de propaganda maliciosa fue la del maquiavélico Willi Münzenberg, miembro del instrumento de propaganda comunista más eficaz de la historia, la Komintern. Consistía en introducir en la mentalidad de las sociedades libres la idea de que cualquier crítica al comunismo sólo podía proceder de fascistas, ignorantes o enemigos de la igualdad; se trataba de satanizar a la persona para acabar con su prestigio o el de sus ideas. Para introducir esos mantras, Willi Münzenberg disponía en Occidente de intelectuales, profesores, periodistas, creadores, escritores, artistas, sindicalistas y, en general ciudadanos con prestigio social.

Exactamente lo que han venido haciendo desde hace 30 años los nacionalistas, procurarse el apoyo de intelectuales, periodistas, subvencionar la voluntad de sindicalistas, vaciar las escuelas de maestros no afectos al catalanismo con la excusa de la lengua, crear con dinero público una red de organizaciones cívicas, medios de comunicación, y poner al frente de ellos a periodistas del régimen. Un verdadero ejército de propagandistas al servicio de la construcción nacional.

Con él han logrado divinizar una Cataluña ideal a base de manipular cuantas cifras y acontecimientos históricos sean necesarios y satanizar a la España constitucional, a fuerza de presentarla como franquista. El objetivo era criminalizar a cualquiera que la reivindicase; y, lo que es más perverso, que sus propios ciudadanos se avergonzasen de reivindicarla. El resultado está a la vista, después de 30 años de propaganda, han logrado la hegemonía cultural y moral, desde la cual han lanzado el órdago de la independencia.

Con esa hegemonía cultural y moral sacaron a la calle miles de banderas independentistas. Y con ella pretenden subvertir el orden constitucional. Mientras tanto, el Gobierno de la nación y la conciencia de los españoles han dejado hacer. Han tenido todo el campo libre durante 30 años.

Ha llegado la hora de plantarles batalla, pero no con tanques, viven de su amenaza, sino con sus mismas armas. El Estado ha de movilizar a un ejército moral de escritores, creadores, periodistas, artistas, políticos y sindicalistas, deportistas, científicos, economistas, organizaciones cívicas, símbolos constitucionales, hasta ahora ausentes o complacientes con la impostura. No para manipular ni mentir, no para convertir al otro en enemigo, no para excluir, sino para desenmascarar tanta mentira, denunciar la ideología reaccionaria y peligrosa que la sustenta y servir de modelo para que millones de catalanes se puedan mirar en el espejo de la España constitucional y no se avergüencen. Depende de nosotros.

La selección española es el modelo a seguir. Y series como Isabel, políticos como Leguina, escritores como Vargas Llosa o historiadores como José Álvarez Junco...

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