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EDITORIAL

Imprudente con los grapos, receloso con el ministro

El tiempo dirá si el ministro cometió algún descuido a la hora de informar de las detenciones, o si, por el contrario, estamos sólo ante una "exageración total y absoluta" por parte de Gómez Bermúdez, tal y como se lo parece a la propia hija de Cordón.

Cuando todavía no nos habíamos recuperado de la temeraria decisión de Gómez Bermúdez de dejar en libertad bajo nimias fianzas a dos de los cuatro grapos detenidos en julio en Francia por su implicación en el secuestro del empresario Publio Cordón, el juez instructor de la Audiencia Nacional acaba de dictar una no menos sorprendente providencia por la que se investigará si el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cometió un delito de revelación de secretos durante la rueda de prensa que dio para informar de las referidas detenciones.

Es cierto que la imprudente libertad bajo fianza dictada por Gómez Bermúdez fue, pocos días después, corregida por el propio juez al ordenar el ingreso en prisión de uno de los grapo, Manuela Ontanilla. También es cierto, por otra parte, que la ley que preserva el secreto de sumario debe ser observada por todo el mundo, ministros incluidos. Pero no parece, en primer lugar, que Fernández Díaz hiciera otra cosa que informar de la operación que condujo a las detenciones –cosa absolutamente frecuente– y dar algunos detalles del cautiverio y muerte del empresario que en modo alguno entorpecen la labor que queda por hacer en el esclarecimiento de los hechos, que es precisamente lo que pretende preservar el secreto del sumario.

El tiempo dirá, no obstante, si el ministro pudo cometer algún descuido en este sentido si o, por el contrario, estamos sólo ante una "exageración total y absoluta" por parte de Gómez Bermúdez, tal y como se lo parece a la propia hija de Cordón.

A la espera de si el caso llega al Supremo –único tribunal que puede juzgarlo, dada su condición de aforado–, nos llama la atención que Gómez Bermúdez actúe con tanto celo en contra del ministro, cuando tan imprudente fue con los terroristas referidos. Es más, este esmero tan quisquilloso por esclarecer la filtración de un éxito policial contrasta con la desidia que mostró Bermúdez cuando se negó a investigar la vulneración de la cadena de custodia de pruebas esenciales de los atentados del 11-M. Eso, por no recordar los nulos reparos que mostró a que su esposa escribiera un libro sobre, precisamente, el juicio del 11-M, presidido por su marido.

Esperemos que el afán de notoriedad o la frustración derivada de no haberse visto cumplidas ciertas expectativas de promoción profesional no primen sobre el interés de hacer justicia. Gómez Bermúdez no sería, en ese caso, el primer juez estrella que acabase estrellado.

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