Adiós, País Vasco, adiós
A falta de confirmación en las urnas, y siempre que las encuestas no se estén equivocando de medio a medio, a partir del 21 de octubre asistiremos a los últimos momentos –aunque puedan ser años– del País Vasco como parte integrante de España.
Si la mayoría parlamentaria de PNV y Bildu es tan contundente como se prevé – según los sondeos, se acercaría a los 50 escaños en una cámara de 75 –, no nos debe caber la menor duda de que entraremos en la última –la penúltima si somos un poco más optimistas– fase de un proceso iniciado hace décadas.
Un proceso que se ha servido de dos herramientas principales aparentemente contradictorias, pero que han funcionado la mar de bien en conjunción: por un lado han estado los de las pistolas y el amonal; por el otro, en labor recolectora pero también sembradora, los que manejaban la educación, los medios y el ambiente cultural.
Pretender ahora, cuando los de las pistolas han escondido un poco su barbarie y todos se han empeñando en blanquearlos, que sus compañeros independentistas no quieran pactar con ellos es, creo yo, bastante ilusorio. Sobre todo con las bases de unos y otros presionando para crear ese frente nacionalista; y más todavía si pensamos que la negativa de los peneuvistas se explicaría e interpretaría como una sumisión al pérfido españolismo y una traición.
Tampoco podemos engañarnos sobre los remilgos de unos y otros a la hora de sacar adelante el plan secesionista: tanto para ETA como para el PNV la construcción nacional es más importante que cualquier otra cosa; sólo han diferido en los plazos y en los métodos, aunque respecto de esto último, más que divergencias, yo diría que ha habido reparto de papeles.
En definitiva, si no obtiene una mayoría absoluta o una minoría absolutérrima, el PNV va a pactar con los suyos, que son los de ETA; y, juntos de nuevo, plantearán el reto separatista de una forma que no hemos visto hasta ahora. Incluso si el Gobierno tuviese una capacidad de liderazgo, unas convicciones y una fuerza política de las que es obvio Rajoy y los suyos carecen, la papeleta sería de primera.
Por supuesto, puede que me equivoque, pero creo que ya lo único en lo que cabe dudar es en los plazos. Y quizá tampoco debamos dramatizar; es probable que al resto de los españoles nos vaya incluso mejor si, aun con el tremendo coste de la pérdida, logramos cerrar el problema secesionista y reivindicativo que nos agria la vida, el Estado y la economía desde hace casi 40 años.
Al fin y al cabo, los que van a salir perdiendo con el cambio son, sobre todo, los vascos, que parece que lo van a votar entusiasmados. En otras palabras, y permítanme la broma: haber pedido susto.
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