En Inglaterra, Channel 4 ha dado la voz de alarma sobre la posibilidad de que Ian Brady, de 74 años, célebre asesino pederasta –actuaba con su pareja, Myra Hindley, fallecida en la cárcel en 2002, a los 60 años–, haya escrito una carta a la familia de un niño de 12 años, Keith Bennett, desaparecido desde hace medio siglo, en la que indica dónde enterró al crío.
El escándalo se ha cerrado sin nuevos hallazgos y con la amarga sensación de que estamos ante un nuevo insulto o broma macabra, dado que Brady habría mandado la carta a la madre de Keith cuando a la mujer, en estado terminal, le quedaban sólo unos días de vida.
Esta noticia dolorosa nos trae a la memoria al pequeño desaparecido y nunca encontrado Yeremi Vargas, de 7 años.
Las fotos, de principios de los años 60, que se publican en las crónicas sobre Brady, el Asesino de los Páramos, muestran a un pequeño sorprendentemente parecido a Yeremi, con el pelo corto, la cara triangular, los ojos vivos y las gafas ovaladas. Cualquiera que no fuera de su familia podría confundirlos, porque responden a un mismo perfil.
Probablemente porque pertenecen a un tipo preferido por determinado criminal, que busca niños como ellos: inocentes, especialmente vulnerables y confiados. Niños que se muestran obedientes y serviciales con los mayores, que quizá están acostumbrados a depender de ellos.
¿De qué nos sirve esto? Pues, dado que el crimen se repite y que los criminales obedecen a determinadas tipologías, tal vez podamos manejar con mayor seguridad la hipótesis de que Yeremi pueda haber caído en manos de un delincuente sexual como Brady. Tan cerrado, inteligente y astuto como Brady. Lleva, si las matemáticas no fallan, 46 años en prisión, y sus crímenes fueron considerados tan horribles que probablemente jamás salga del hospital psiquiátrico penitenciario en el que ha intentado engañar a las autoridades, con una huelga de hambre y con intentos simulados de suicidio. Ahora, al saber que la madre de Keith, al que niega haber asesinado, estaba agonizando, puede haber montado este número mediático.
Una de sus abogadas recibió una carta donde podría haber dicho el sitio exacto en que enterró al niño. Pero la carta no ha aparecido. Brady se hace el loco en la prisión. En los años sesenta era un tipo enamorado de la ideología nazi, que buscó una compañera para formar una pareja de asesinos; disfrutaban sexualmente de los niños que raptaban, a los que luego mataban y enterraban en los páramos próximos a Oldham, Inglaterra, no sin antes grabar los gritos de las torturas en una cinta magnetofónica, o hacerse una fotos sobre el lugar que destinarían a cementerio.
Myra Hindley murió suplicando ser excarcelada, pero no lo consiguió. La sociedad nunca la ha perdonó, y Brady jamás ha obtenido un permiso penitenciario. Morirá encerrado, sin ayudar a la justicia ni contribuir al sosiego de la madre de Keith, el niño tan parecido a Yeremi, que morirá sin recuperar los restos de su hijo. No hay nada que esperar de asesinos tan fríos, orgullosos y distantes.
Los crímenes de Brady han sido estudiados por el doctor en psiquiatría Chris Cowley en su libro Face to face with evil. Conversations with Ian Brady.
El gran parecido de Keith con Yeremi nos indica que quizá exista una tipología criminal con pederastas que matan a clónicos de Yeremi porque eso llena sus expectativas; por la misma razón que las chicas universitarias, morenas, con el pelo largo y peinadas con raya en medio eran las preferidas del serial killer Ted Bundy.
No sabemos qué le pasó a Yeremi, pero transcurren los años y hemos sido incapaces de avanzar en el estudio del caso. Tal vez la incorporación de criminólogos a la lucha contra la violencia permita mirar el delito desde la repetición. Al contrario de lo que algunos creen, no hay efecto imitación, porque habitualmente criminales de diferentes épocas no tienen el conocimiento profundo de sus antecesores, sino más bien efecto repetición. Identificar las tipologías criminales serviría para detectar en el entorno al criminal al acecho. Esto sería especialmente útil en los secuestradores de niños, dada su habilidad para permanecer ocultos. Brady, como el secuestrador de Yeremi, si lo hubiere, nunca fue hallado, sino delatado por un cómplice rebelde. Son asesinos sofisticados, educados, que a veces se apoyan en una ideología para justificar su violencia y capaces de encontrar sumisos que los secunden.
Las universidades licencian o gradúan criminólogos, pero los políticos mantienen entrecerrada la puerta de la prevención criminal al estudio y clasificación del delito. Los asesinos perfeccionan sus técnicas mientras la lucha contra el crimen improvisa.