Salvo a ojos de adolescentes y doctrinarios, la política acostumbra a ser el ingrato arte de elegir entre dos desdichas. Como ahora en el País Vasco, ese caso perdido para la razón cartesiana, donde andamos abocados a la disyuntiva entre Guatemala y Guatepeor. O los que mueven el árbol o los recolectores profesionales de nueces. O la izquierda abertzale manchada de sangre o la derecha abertzale tiznada de equidistante cinismo entre las pistolas y las nucas. O lo malo o lo peor. Con los constitucionalistas de convidados de piedra, apenas meros apéndices irrelevantes en una disputa de familia, la que enfrenta al padre con el hijo pródigo que vuelve a cobrarse la herencia. Aprestémonos, pues, a contemplar el retorno de la cabra al monte.
Nada quedará del efímero paréntesis López, excepto el cantado derrumbe electoral del PSE. Lo habitual, por cierto, cuando al consumidor se le ofrece la posibilidad de comparar originales genuinos y tristes fotocopias. En su día, nadie esperaba que al muy asilvestrado Ibarretxe lo fuera a sustituir Churchill. Aunque tampoco un Montilla con chistu y tamboril, otro rehén intelectual del nacionalismo presto a hacerse perdonar la vida ante los dueños de la finca por su falta de pedigrí tribal. Pero muy poco más que esa claudicante, acobardada parálisis, dejará tras de sí el atenazado Patxi. Impotente para siquiera atreverse a disputar la hegemonía cultural a los abertzales, el socialismo vasco retorna a la tradición política que le es más cara: regalar el poder en bandeja a los huérfanos de Arana.
Al cabo, no otra cosa llevaba haciendo desde el inicio mismo de la Transición. Por lo demás, eclipsado el discurso de las armas, poca diferencia habrá, si alguna ha de haber, entre que en Ajuria Enea manden los unos o los otros, el PNV o el penúltimo seudónimo de Batasuna. El momento procesal de afrontar la secesión, al fin, ha llegado. Pero será Cataluña, el célebre catalanismo moderado tan cortejado siempre en los salones de Madrid, quien marque la pauta a seguir. Los señoritos de traje y corbata de CiU – no Otegi ni esos rústicos de los batzokis– desbrozarán el camino. "Gane quien gane, tú pierdes", rezaba un viejo slogan de cuando la extrema izquierda de antes. Pues eso.