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EDITORIAL

Una advertencia que Rajoy debe escuchar

Los partidos, como bien ha apuntado Vidal-Quadras, no son propiedad de los cuadros dirigentes: tienen su propia razón de ser y han nacido, se supone, para representar ciertas ideas y a determinados sectores de la población.

La acción de gobierno genera, por lo común, tiranteces internas en los partidos políticos. Incluso en España, donde la estructura piramidal de los mismos tiende a amilanar a los descontentos, ejercer el poder suele provocar cierta tensión, si bien el torrente de sueldos y cargos hace las veces de eficacísimo apagafuegos.

La cosa es todavía más compleja para el partido hegemónico de turno si resulta que llega al poder en un momento tan difícil como el actual, saturado de problemas y retos urgentes. Sea como fuere, Rajoy haría mal en desoír las advertencias que empiezan a llegarle desde su partido, incluso aunque parezcan, y probablemente lo sean por el momento, lanzadas desde sectores minoritarios.

Las palabras que este lunes han pronunciado figuras de la talla de Mayor Oreja y Vidal- Quadras están cargadas de razones. Especialmente las que conforman la crítica del vicepresidente del Parlamento Europeo, que incide en algunos aspectos que deberían hacer reflexionar a los actuales dirigentes populares.

Y es que el Gobierno de Rajoy ha tomado decisiones que chocan frontalmente con lo que han sido las principales banderas de enganche de su partido y de su propio programa: sirvan como ejemplo el caso Bolinaga y la forma de enfrentarse a ETA y sus terminales políticos, las subidas de impuestos o la renuncia a deshacer la labor de Zapatero en campos como el de la denominada "memoria histórica" o Educación para la Ciudadanía. Decisiones que, además, perjudican o enfadan sobre todo a grupos sociales que nutren de forma muy significativa su electorado: clases medias, profesionales liberales, sectores cercanos a la Iglesia Católica, autónomos, empresarios...

Pero no sólo eso. Además el PP está siguiendo una nefasta política de comunicación a la hora de explicar esos cambios, de hacer consciente a la sociedad y a su electorado de la necesidad de esos giros aparentemente inverosímiles. El PP no logra transmitir su, la línea principal que se supone está siguiendo. Así, a estas alturas, no sabemos si Rajoy y su partido son liberal-conservadores o más bien socialdemócratas; partidarios de un Estado reducido y más eficiente o feroces defensores del statu quo; si están por la recentralización, si son autonomistas acérrimos o incluso, según en qué comunidades, cuasi nacionalistas.

Los partidos, como bien ha apuntado Vidal-Quadras, no son propiedad de los cuadros dirigentes: tienen su propia razón de ser y han nacido, se supone, para representar ciertas ideas y a determinados sectores de la población. Por supuesto, eso no significa que no puedan evolucionar como lo hacen las propias sociedades, adaptarse e ir abriéndose a nuevas ideas y nuevos ámbitos; pero esos cambios no pueden hacerse en una dirección diametralmente opuesta a lo que hayan venido enarbolando.

Rajoy no debe despreciar estas críticas; bien al contrario, debería preguntarse si no existen posibilidades muy serias de que el divorcio entre la cúpula y las bases y el electorado del PP se esté realmente produciendo. Sería una pregunta especialmente pertinente, cuando nuevas aventuras políticas podrían fondear en caladeros de votos tradicionalmente asociados a la formación popular.

Sólo el presidente del Ejecutivo puede poner remedio al problema, repensando la línea que su Gobierno viene manteniendo y, si es que lo tiene, explicando mejor su proyecto a largo plazo.

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