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Emilio Campmany

I am Baltasar Garzón

Garzón está mareando la perdiz y liando al oyente lego o poco avisado provocando un problema de opinión pública completamente al margen de lo jurídico, a ver si con el jaleo consiguiente logra librar a un compadre de la prisión que a lo mejor merece.

De la comparecencia de Garzón y de Assange este domingo ha quedado una sola cosa clara. Garzón no sabe hablar inglés. Es verdad que los españoles somos muy críticos con los compatriotas que se atreven con la lengua de Shakespeare en público. Si hablan como si hubieran sido educados en Eton son unos cursis y si pronuncian rematadamente mal son unos paletos. Quizá haya un difícil término medio con el que no despertar las carcajadas de los connacionales. En cualquier caso, el inglés de Garzón está más cerca de lo paleto que de lo cursi.

En lo jurídico ha habido muy poco. Lo único de sustancia que ha explicado el letrado español es que Julian Assange no se niega a comparecer ante la justicia sueca, sino que exige un mínimo de garantías que el reino escandinavo todavía no ha dado. Como si Suecia tuviera la obligación de dar alguna. Y, aunque la tuviera, Garzón no ha explicado qué garantías son esas. Se adivina que quiere que Suecia se comprometa a no extraditarlo a Estados Unidos, pero no lo dice.

A lo mejor, se me ocurre, lo que tendría que hacer Garzón es empollarse el tratado de extradición vigente entre Suecia y Norteamérica. Podría ser que en la lista de delitos incluidos no esté el de revelación de secretos, o que, conforme a la legislación sueca, los supuestamente cometidos por Assange deban ser considerados delitos cometidos fuera de la jurisdicción territorial norteamericana y por lo tanto no susceptibles de extradición. Es verdad que Suecia podría entregarlo a las autoridades norteamericanas aun sin estar obligada a ello, pero francamente parece muy improbable que lo hiciera.

En defensa de Garzón puede decirse que, en realidad, no se trata de asegurar que Assange no sea extraditado a los Estados Unidos. Una extradición que, dicho sea de paso, Washington no ha pedido. Y si no lo ha hecho mientras el hacker albino estaba en Londres amparándose en el generoso tratado de extradición que existe entre EEUU y el Reino Unido, difícil parece que lo vaya a hacer cuando esté en Suecia, con la que tiene suscrito uno mucho más limitado. Aquí en realidad lo que pasa es, sencillamente, que Assange no quiere ir a la cárcel. Y mucho menos por un delito de violación y otro de abusos sexuales. Y la mejor forma de conseguirlo pasa por evitar a toda costa ser puesto a disposición del juez. Como no hay base legal para impedirlo, Garzón está haciendo lo que se puede en estos casos, es decir, marear la perdiz y liar al oyente lego o poco avisado provocando un problema de opinión pública completamente al margen de lo jurídico, a ver si con el jaleo consiguiente logra librar a un compadre de la prisión que a lo mejor merece. Por eso Assange no necesita un abogado, sino un agitador. Y por eso ha elegido a Garzón y no a uno que sepa Derecho.

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