Hace aproximadamente cuarenta años estuvo de moda en los Estados Unidos un libro titulado The greeming of America (El reverdecer de América), cuyo autor, entre otras tesis, anunciaba la decadencia de los Estados Unidos.
Han pasado, ya digo, cuatro décadas de la publicación de ese libro que vaticinaba la caída de los Estados Unidos, pero, con todos sus problemas, EUA es todavía el país que mueve al mundo; sin embargo, su fortaleza ya no es la misma que hace algunos decenios, aunque es probable que ni usted ni yo veamos el colapso de lo que algunos llaman el Imperio Americano.
Henri Pirenne, uno de los historiadores más importantes de todos los tiempos, describe en el libro Mahoma y Carlomagno cómo, aunque la decadencia del imperio romano empezó en el siglo IV, todavía en el VI los bárbaros rendían pleitesía al emperador.
La decadencia de Roma no se dio por las invasiones de los bárbaros ni por enemigos externos, sino porque sus gobernantes, para ganarse la simpatía del pueblo, otorgaron gratuitamente tierras y privilegios y se excedieron en los gastos. Los excesos de los emperadores y no las invasiones bárbaras fueron los responsables de la caída del imperio.
Algo parecido sucede con los grandes imperios de los últimos tiempos. El socialista, que duró más de 70 años y estaba encabezado por la URSS, no cayó por sus enemigos externos, sino por la ineficiencia de su capitalismo de Estado.
Los Estados Unidos durarán más porque están basados en un sistema democrático y de libre empresa, que permite autocorrecciones, pero, si no median cambios, los excesivos gastos de los gobernantes, los pleitos entre los legisladores –como en Roma– y los subsidios a grupos –v. el Medical Care– acelerarán su declive.