El forense de Marilyn era un indocumentado
Es algo así como el patólogo que decía Gila que investigaba a Jack el Destripador, que ni siquiera era médico y al que llamaban forense porque tenía un Ford. Debe creerse Noguchi que la sociedad occidental se traga los cuentos chinos.
El forense Thomas Noguchi que hizo la autopsia a Marilyn Monroe nunca creyó que fuera un suicidio, como impone la versión oficial desde hace medio siglo, pero no tuvo fuerzas para proclamar que se trataba de un asesinato: lo eligieron por ser el más joven, inexperto, y peor pagado de la Morgue, aunque con el tiempo se convertiría en el forense de las estrellas.
Hace 50 años que nos peleamos por esto de si Marilyn se suicidó o fue asesinada y por establecerlo para los restos. Y ahora que hay que volver sobre ello. Advierto que Marilyn fue la primera barbie rubia con kent afeminado, el mayor mito sexual de todos los tiempos, a quien mataron para taparle la boca por lo mucho que sabía sobre los que habían sido sus amigos: los Kennedy, la "familia real americana", los tipos de la mafia como Giancana y todos cuantos la utilizaban como símbolo de poder y dinero.
El cadáver de Marilyn fue encontrado por Eunice Murray, la enfermera que la cuidaba, minutos después de las doce del cinco de agosto de 1962, pero la policía recibió la llamada de su psiquiatra, el doctor Greenson, pasadas las cuatro y veinticinco de la mañana. ¿Qué pasó durante todo ese tiempo?
Pues hubo espacio suficiente para cambiar la escena del crimen. Marilyn apareció desnuda en su cama, donde dormía habitualmente vestida con unas gotas de Chanel nº 5. Su brazo sobresalía en dirección al teléfono. Nada más entrar, encima de la mesita de noche, de forma obscena, se exhibían dos frascos de pastillas: uno vacío, Nembutal, pentobarbital; y otro de hidrato de cloral, al que le quedaban solo diez pastillas de las cincuenta que suelen contener. Se supone pues, una ingesta muy elevada de esta clase de somníferos. Digamos el contenido de noventa pastillas.
El más inexperto
Nada más tener noticia del hallazgo, el jefe de los forenses, que normalmente se encarga de los casos criminales más difíciles, llamó a la Morgue para que la autopsia de Marilyn le fuera encomendada al último de la fila, el joven e inexperto patólogo Thomas Noguchi, que era prácticamente el recogepelotas del instituto anatómico.
Es probable que lo hiciera sin intención, aunque nunca vamos a creérnoslo, pero por supuesto aquella decisión generó errores irreparables. Noguchi no encontró pastillas en el estómago, lo que quiere decir que no estaban allí, pero sin embargo los análisis de hígado y sangre indicaban claramente una dosis mortal de los principios activos de esas pastillas. No encontró pinchazos, aunque recorrió todo el cuerpo de la diosa con una lupa, pero ya entonces existían una agujas muy finas, que el propio Greenson utilizaba, cuya picadura desaparecía a las pocas horas.
También como el propio forense Noguchi piensa, pudo ponérsele un enema o lavativa que la mató, pero para mi que esto sería muy sofisticado y morboso. Bastaba con un pinchazo que se administra sin que el paciente colabore.
Noguchi encontró muestras de violencia encima de la cadera izquierda, un hematoma inexplicable, pero lo peor es que todo el cuerpo de Marilyn Monroe presentaba viejas marcas de mujer maltratada, incluso en el rostro. Señales de una monumental paliza, pero el investigador no puso especial acento en ello.
Es algo así como el patólogo que decía Gila que investigaba a Jack el Destripador, que ni siquiera era médico y al que llamaban forense porque tenía un Ford. Debe creerse Noguchi que la sociedad occidental se traga los cuentos chinos.
Noguchi supo desde el primer momento que le llegaba un embolado y sin mayores alharacas lo importante era darle curso, como se hizo. Mandó una serie de muestras al laboratorio que ante su sorpresa no fueron analizadas y, a pesar de ello, el experto en narcóticos dictaminó sobredosis. Desde entonces la prensa no ha cesado de denunciar el crimen. Se han escrito numerosos libros, algunos buenos, que dejan claro lo que pasó aunque no todo lo que pasó.
Incluso en España
La muerte de Marilyn no tiene nada de particular: incluso en España ha habido barbies rubias amenazadas de muerte por jugar con material peligroso. Algunas, según ellas, han estado a punto de ser degolladas en la piscina. En algunos casos se encargan de estos asuntos los servicios secretos, cuando los personajes en peligro son muy poderosos. Se suele echar mano de la patria para borrar manchas de ropa interior. De los secretas se encuentra en seguida su rastro: botes de pastillas exageradamente vacíos, exageradamente presentes en la escena del crimen y exageradamente encima del cadáver para que se tengan en cuenta desde el principio. Y el burdo método de asegurarse el resultado: que practique la autopsia el menos preparado, el más inexperto, el que no pueda imponer su criterio.
Noguchi, de viejo, trata de enderezar la historia y lavar sus culpas, errores y tibiezas. Un tipo bienintencionado, de cabeza en un lío muy gordo, con los Kennedy, el pesado del cuñado seductor, cubanos, Lee Strasberg, gente de la CIA, el FBI, un jefe que no quiere madrugar en domingo y la impresión imborrable de abrir la sábana sobre la camilla para hallar el cuerpo desnudo y bello, lleno de misterio, del mayor mito sexual de todos los tiempos.
Bastaba con aplicar el procedimiento, pero ahora, doctor, ya no tiene remedio. Noguchi lo hizo lo mejor que pudo.
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