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Carmelo Jordá

‘Epropiasión’ en el ‘Carrefú’

Estamos asistiendo no sólo a la comisión flagrante y publicitada de delitos, sino algo mucho peor: a la glorificación del robo y a la consecuente demonización de la propiedad privada.

El comunista Sánchez Gordillo se ha pasado ya sin ambages a la delincuencia organizada: asaltó dos supermercados, violentó a los trabajadores que intentaban ganarse el pan, ellos sí, de forma honrada y, finalmente, parece ser que le ha entregado el fruto de lo robado a un grupo de okupas.

Como todo lo que hace o dice Sánchez Gordillo, la cosa tiene un lado cómico: por ejemplo, el sindicalista-ladrón que parecía dirigir una de las cuadrillas lucía durante el robo su verbo florido y clarividente: "Hemos venido a hacer esta protesta, en este gran supermercao que es el Carrefú, epropiando alimento de primera necesidá". Grotesco y cañí a más no poder; la Andalucía más profunda en toda su esplendorosa miseria.

Pero la cosa tiene también otro lado mucho más preocupante, porque estamos asistiendo no sólo a la comisión flagrante y publicitada de delitos, sino algo mucho peor: a la glorificación del robo y a la consecuente demonización de la propiedad privada.

En presunta representación de un pueblo que no le ha votado más allá de Marinaleda, Sánchez Gordillo se permite coger lo que no es suyo con la excusa de que va a darle un uso que él estima correcto y necesario. El fin, una vez más, justificando los medios; el "pueblo" y "la clase trabajadora", una vez más, como excusa de una violencia que incluso en un acto que pretendía ser simbólico, son precisamente los ciudadanos a los que dicen defender los que más sufren: vean ustedes las lágrimas de esa trabajadora de Mercadona y piensen qué recuerdo tendrá de la justicia social del de Marinaleda y sus secuaces.

Pero la barbaridad de Sánchez Gordillo también tiene cosa buenas, por ejemplo en la reacción de apoyo de Izquierda Unida, es que nos están mostrado a las claras qué clase de partido son los de Lara y Llamazares: un partido comunista, violento, enemigo de la legalidad y, por supuesto, totalitario.

Y, sobre todo, hay un segundo aspecto positivo ya que la "epropiasión" de los sindicalistas andaluces nos recuerda –o nos enseña– muy bien en qué consiste el comunismo, no por más cutre menos auténtico: robar, extorsionar, violentar y pasar por encima de cualquiera en nombre de un "pueblo", de una clase o de unos pobres que, por supuesto, no han pedido ese tipo de "ayuda".

Sólo nos queda esperar que la salvajada no quede impune, que además de todas las desgracias que ya tenemos no pasemos a ser un país en el que puedes robarle a cualquiera tan sólo con decir que tú vas a hacer mejor uso de lo robado que su legítimo propietario.

Y no se equivoquen: la cosa puede empezar en el "Carrefú" o el Mercadona pero no terminaría ahí; siempre, siempre, siempre ha acabado en el mismo sitio: las casas de todos los que no seamos parte de turba justiciera.

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