Tengo clavada la visión del otro día, a eso de las 12 de la mañana, en plena Gran Vía de Madrid. Era un autobús de esos de dos pisos que se emplean para que los extranjeros den una vuelta por el centro turístico de la ciudad. El autobús estaba retenido por un enjambre de ruidosos manifestantes que protestaban por los recortes salariales a los funcionarios. Me imagino el asombro de los turistas en el techo abierto del autobús, los pobres asados de calor.
La imagen que digo viene a cuento de algunos correos que he recibido sobre la batallona cuestión de los funcionarios, o los "trabajadores públicos", como ahora se dice. No tiene fácil arreglo, pues muchos funcionarios rinden muy poco y otros tantos ganan muy poco. Lo que menos entiendo es la querencia que tienen los trabajadores asalariados por las pagas extraordinarias. Fueron un recurso inventado por el franquismo en los años de la escasez para lograr un ahorro forzoso de los trabajadores. Se han convertido en un derecho.
Vittorio Marcarpone (quien se presenta como ‘Caballero Funcionario’) se siente profundamente incómodo. El jefe del Gobierno le ha hecho creer que "con mi sacrificio, soy el designado para solucionar los problemas de España". Es una ironía para resaltar el contraste entre los recortes de los sueldos funcionariales y el derroche del gasto público en subvenciones improductivas. Tiene razón don Vittorio. El contraste que dice es claro y lacerante. A mí no me importaría aumentar mi cuota al PP porque es el partido al que he votado. La condición es que no me quitaran un euro de mis impuestos para subvencionar a los partidos que no voto. Nunca entenderé por qué no se comparte ese razonamiento tan justo.
José María Navia-Osorio me envía un largo memorial de agravios en su condición de funcionario de la sanidad asturiana. Su interpretación es que el Gobierno ha encontrado en los funcionarios una especie de "chivo expiatorio al que culpar de la crisis y castigarlo por ello". Se queja de lo improvisada que ha sido la medida de eliminar la paga extraordinaria de Navidad. La prueba es que se podía haber aplicado perfectamente a la de verano. Por lo mismo don José María se lamenta de la eliminación de los "moscosos" y los "canosos", pequeños privilegios de la jornada laboral de los funcionarios para compensar los magros sueldos. "La postura del Gobierno es como la del maestro castigando al niño".
Así se oculta el verdadero problema, que es el del sinfín de enchufados en la Administración Pública, por ejemplo, "los asesores de origen político y trabajo eventual" y los "chiringuitos que se utilizan para apesebrar a los afines (ideológicos) o para hacer labores de propaganda". El de Oviedo pone como ejemplo de esos chiringuitos las Televisiones Públicas: "Cascos intentó cerrar la de Asturias con la oposición radical del resto de los partidos". La propuesta de don José María sería la supresión de los consejeros políticos de los consejos de administración de las empresas públicas, o por lo menos eliminar sus sueldos. Y se hace la pregunta inquietante: "Cómo es posible que los causantes del desastre bancario español no visiten los juzgados".
Tengo la respuesta: no hacen esa visita porque se ha preferido la alternativa funcional de que comparezcan en el Congreso. Esas famosas "comparecencias" sirven para dar lustre a los comparecientes. No declaran bajo juramento y no se les hacen preguntas incómodas, como se las haría un fiscal o un juez. Es decir, pueden mentir a placer y hacerse propaganda. Encima, las declaraciones las leen, como si se las hubiera escrito un abogado. Lo fundamental es que la comparecencia desplaza el juicio de un tribunal. Pero hemos empezado con los funcionarios y nos pasamos a la política. Es inevitable.