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Irán y la teoría nuclear

Frente a la doctrina oficial antiproliferadora, Kenneth Waltz sigue defendiendo, ahora respecto a Irán, que las armas atómicas sólo sirven para la disuasión, no para la guerra, y por tanto son esencialmente estabilizadoras.

El hecho fundamental respecto a las bombas atómicas o nucleares iraníes es que los ayatolas gobernantes las quieren, las quieren y las quieren. Siempre fue, en parte, una cuestión de supervivencia para el régimen, pero hace años el tema de la hegemonía regional era predominante en sus motivaciones. A medida que las cosas le han ido domésticamente cada vez peor y la presión desde fuera aumenta y agrava el panorama económico, el tema de la supervivencia pasa a primer plano.

La imposibilidad de detener el proceso y llegar a un acuerdo por vía diplomática, a pesar de los incentivos de recompensa tanto como de castigo, y la lenta pero continua aproximación a sus metas del programa nuclear, han puesto sobre la mesa de forma expresa y pública por parte israelí la posibilidad de un ataque a las instalaciones claves de enriquecimiento de uranio. La administración Obama, a su vez, reitera que esa opción siempre existe, pero trata de mantenerla alejada de la realidad, ejerciendo solapadamente una influencia disuasoria sobre los israelíes.

Estos hechos han despertado una vieja polémica que se remonta a los años de consolidación de la estrategia nuclear americana, finales de los 50, comienzos de los 60, cuando todo quedó dicho, y el protagonista ha sido, a sus 86 años, uno de los grandes teorizadores de entonces, el gran maestro chicagoano de los estudios internaciones, Kenneth Waltz, en Foreign Affairs, la más prestigiosa de las revistas de la especialidad. Frente a la doctrina oficial antiproliferadora, que ha inspirado una prioridad básica de la diplomacia americana y ha llevado a uno de los pilares del orden mundial, el NTP de 1969-12 (el Tratado de No-Proliferación nuclear), firmado por casi todos los países del mundo, Waltz sigue defendiendo, ahora respecto a Irán, que las armas atómicas sólo sirven para la disuasión, no para la guerra, y por tanto son esencialmente estabilizadoras.

Las armas nucleares alejan la posibilidad de una guerra nuclear. Paradójico, pero no estrictamente contradictorio. Si uno de los dos bandos no las tiene, ciertamente no puede hacerla, pero puede padecerla si su enemigo las posee. La teoría afirma que el peligro desaparece cuando hay algún grado de paridad nuclear entre ambos. Los argumentos no han cambiado, pero con el transcurso de los años, la experiencia histórica ha crecido, por ejemplo en el caso de la rivalidad indo-pakistana, pero de una manera tan reducida y con ejemplos tan ambiguos, que no hay nada concluyente después de medio siglo.

La teoría, desde luego, reconoce que la conflictividad convencional clásica y, sobre todo, la propia de la insurgencia guerrillera y terrorista puede aumentar, y así ha sucedido con frecuencia, bajo del equilibrio del terror atómico, pero que éste contiene el peligro de escalada hasta las armas de última instancia por parte de uno de los contendientes. Puede que con su posesión los que promueven el terrorismo terminen calmándose y siendo más prudentes. Nadie puede estar seguro. Pero si la tensión y las bajas del terror son preferibles a su alternativa catastrófica, más tranquilizador será que los agresivos y desestabilizadores no las posean en absoluto.

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