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Jorge Alcalde

Violencia obstétrica

El término que encabeza este artículo recorre recientemente internet y ha dado cobijo a un creciente número de mujeres que reclaman una participación en el parto más activa y determinante de lo que los sistemas sanitarios occidentales suelen permitir. Tanto éxito ha tenido, que en algunos países como Argentina y Venezuela la "violencia obstétrica" se encuentra tipificada como delito.

¿En qué consiste? No existe demasiada uniformidad al respecto. En esencia se trataría de todo comportamiento del personal sanitario durante el parto que pueda ser doloso para la mujer que va a dar a luz. Y en ese difuso cajón de sastre entran por igual repugnantes casos de abuso, desprecio o vejación a las mujeres como discutibles decisiones médicas sobre la estrategia a seguir en el paritorio. Los defensores de la tipificación de la violencia obstétrica incluyen en sus demandas tanto el insulto o el comentario ofensivo de un impresentable médico en la sala como la denegación de ser atendida según las normas de la "medicina natural". En el primer caso cuentan con todo el apoyo de la comunidad médica en sus demandas. En el segundo... ya no tanto.

Bajo la etiqueta de violencia obstétrica también se ha venido pretendiendo reclamar un mayor "empoderamiento" de la mujer gestante. Hasta el extremo de que algunas asociaciones reclaman para la futura madre todo el poder de decisión sobre la estrategia terapéutica a seguir. Ello ha conducido a un aumento de las peticiones de parir en casa, de usar prácticas más naturales, de eliminar la anestesia epidural, de renunciar a la episiotomía y de desterrar la cesárea del ámbito sanitario.

En principio, el movimiento no parece descabellado. Y algunos datos recientes arrojados por los sistemas sanitarios occidentales lo pudieran avalar. En España sigue siendo demasiado alto el número de cesáreas practicadas. Algunas estadísticas hablan de un 25 por 100 de casos de parto no vaginal. La OMS recomienda que las cesáreas no superen el 15 por 100. Algunas voces críticas sugieren que la hiperinflación de cesáreas se debe a meros intereses extrasanitarios: la gestión de tiempos del personal médico, el miedo a posibles demandas si el parto vaginal sufre algún problema, etc.

Sea como fuere, y a pesar de que el número de cesáreas parece haberse estabilizado desde 2007, en España siguen practicándose demasiadas. Y el dato espolea a quienes hacen proselitismo del parto natural, el parto en casa u otras prácticas alternativas más exóticas.

Pero, profundizando en las estadísticas, las cosas no parecen tan sencillas. Un reciente estudio realizado en Estados Unidos sobre 500.000 nacimientos en países desarrollados demostró que dos de cada 1.000 bebés nacidos en casa fallecieron por complicaciones del parto. En los hospitales la cifra es justo la mitad.

¿Quién debe decidir la estrategia terapéutica en cada caso? Es obvio que a nadie se le ocurriría reclamar su derecho a decidir sobre el modo en el que el cirujano debe atacar la incisión craneal para extirparnos un tumor en el cerebro o estar consciente mientras decidimos si el doctor nos va a retirar el bazo o no. Pero para el acto de parir cada vez más mujeres reclaman su derecho a intervención.

En el parto convergen tres derechos de difícil graduación. Evidentemente, el de la mujer que va a ser madre; evidentemente, el del niño que va a nacer y, por desgracia menos evidentemente, el del padre que en la mayoría de los casos está presente y está en posesión de la patria potestad del neonato. De manera creciente y menos deseable, un cuarto derecho entra en juego: el de los miembros del personal sanitario cada vez más presionados por demandas judiciales y extrajudiciales sobre su modo de proceder.

Se mire como se mire, la mejor manera de venir al mundo es en un hospital moderno, preparado, con la última tecnología médica al alcance y el mejor personal especializado acompañándonos. Es cierto que esa no ha sido la manera más habitual en la historia. Durante milenios las mujeres han liderado el proceso de crianza y parto, han parido en casa, acompañadas de otras mujeres de su familia que han decidido en cada momento cómo debía procederse.

Pero desde que la ciencia interviene en el proceso, el hogar ha sido sustituido por el hospital y la sabiduría tradicional diluida en los dictados de la evidencia científica. Justo desde ese momento, los índices de mortalidad infantil y de la mujer en el parto comenzaron a descender exponencialmente. Es España, está por debajo del 7 por 1.000. A pocos centenares de kilómetros de nosotros, en Marruecos, la tasa es del 20 por 1.000 (casi tres veces superior).

No hay duda de que esto se lo debemos a un sistema sanitario que ha sabido recibir el testigo de las madres en el liderazgo del acto de dar a luz.

Pero la obstetricia científica no ha cumplido su misión todavía. En la actualidad se encuentran en aumento algunos fenómenos que hacen más justificable que nunca la atención médica y tecnológica en el parto. El primero de ellos es la edad de la madre. En 1983 la edad media de una madre al tener su primer hijo era de 27,3 años. Actualmente está por encima de los 30. En España más del 22 por 100 de los partos es de madres de más de 35 años. Aunque la mortalidad de la mujer al parir en nuestro país es muy reducida (por lo que cualquier variación en los datos genera cambios porcentuales muy altos), en 2005 murió un 20 por 100 más de madres en el momento del alumbramiento que en 1996. El aumento de la edad es uno de los factores que explica este cambio.

El riesgo es tres veces mayor en las mujeres que superan los 35 años. Pero se reduce considerablemente si se cuenta con la atención médica hospitalaria adecuada.

Otro factor importante a tener en cuenta es la reducción del peso de los bebés al nacer. En 1997, menos de 6 niños de cada 1.000 nacían por debajo de los 2.500 gramos. En 2004 la cifra subió a 7 de cada 1.000. Hay demasiados factores sociales y biológicos que podrían explicar este fenómeno. Pero lo cierto es que cada vez nacen más niños necesitados de asistencia médica especializada al nacer por culpa de su bajo peso.

Por último, es destacable el aumento de los partos múltiples en nuestro país: de 1,4 por 1.000 en 1996 a 1,9 por 1.000 en 2005. La mayoría de los partos múltiples añadidos procede de técnicas de reproducción asistida. Curiosamente, se ha demostrado que la multiparidad por reproducción asistida presenta más complicaciones neonatales y obstétricas que la multiparidad espontánea. Es decir, que aumenta el número de casos que requieren asistencia hospitalaria en el parto.

No parece que haya duda sobre los beneficios que la ciencia ha arrojado sobre el acto de traer a una criatura al mundo. Junto con ellos, cada vez más voces alertan de los efectos secundarios de una atención obstétrica demasiado deshumanizada.

Si por violencia obstétrica entendemos un trato vejatorio, autoritario, inclemente y no dialogante de los médicos a las mujeres que van a parir, pocas dudas hay sobre su tipificación. Si por violencia obstétrica se entiende la imposición clínica de medidas científicamente contrastadas o la denegación de acceso a prácticas que no cuentan con el aval de la comunidad médica... En esa lucha ustedes no me encontrarán.

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