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Gabriel Moris

El Juramento de Santa Gadea

En una entrevista mantenida con el juez Bermúdez, por supuesto antes del juicio, nos dijo a un grupo de víctimas, "olvidaros de los moritos, eso ha sido fruto de una mente diabólica"; algo de razón tenía.

Vaya por delante mi profundo agradecimiento a la Historia como ciencia y a sus protagonistas, que somos todos los que la escribimos, a veces desde el silencio y desde el sacrificio.

España, una de las primeras naciones surgidas en la actual Europa, se ha forjado en el yunque de los aciertos y los errores. Esta afirmación es válida con carácter universal y particular. Es fruto de la condición humana. El papel de cada individuo en cada momento de la vida, personal o colectiva, suele ser fruto de las circunstancias de su vida; no obstante, todos tenemos unos grados de libertad en nuestro proceder. Es a este nivel donde nuestras acciones cobran un valor positivo o negativo en función del uso que hagamos de nuestra voluntad y de los valores o contravalores que libremente vayamos asumiendo.

Nuestra entrada como país en el siglo XXI, en mi opinión, fue esperanzadora en los ámbitos económico, social, político, institucional y convivencial. Desde las Instituciones se nos decía "España va bien", "España es un gran país". Nadie, ni los más acérrimos enemigos nuestros, osaba desmentir aquellas afirmaciones. Sólo a raíz del 11 de Marzo de 2004 se apagaron aquellas salvas, que fueron el pórtico del siglo que arrastramos hasta este 2012. Parece que dicha fecha fue el hito que, con una cuidada planificación, cambió una vez más el destino que, como nación europea y comunitaria, acariciábamos para salir del maleficio histórico.

Transcurridos cien meses de aquel crimen contra la humanidad, a España no la reconoce (con perdón) "ni la madre que la parió". ¿Cómo se puede explicar este cambio si no es por una intervención diabólica? En una entrevista mantenida con el juez Bermúdez, por supuesto antes del juicio, nos dijo a un grupo de víctimas, "olvidaros de los moritos, eso ha sido fruto de una mente diabólica"; algo de razón tenía. ¿Quién puede creernos como país si, ante un hecho tan grave, todos, víctimas incluidas, nos encogemos de hombros? ¿Quién nos va a escuchar con confianza dando tan absurda versión de los hechos como la que seguimos dando desde las instituciones? ¿Cómo nos van a creer si ningún partido político ni la Justicia muestran el menor interés por aclarar lo ocurrido y ajusticiar a todos los actores y a los encubridores? ¿Cómo no se avergüenzan las autoridades al afirmar que el 11M es un caso "juzgado y condenado"?

Han tenido que llegar hasta nuestros bolsillos los graves problemas económicos, para que el país se sienta agredido, por una clase dirigente y unas instituciones que, con frecuencia, utilizan al pueblo que dicen servir, para cometer contra él todo tipo de tropelías e ignominias. Supongo que el "Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo" y la "Alianza de Civilizaciones" debían partir de la seguridad, para la vida y la hacienda, de las personas que sustentan las instituciones, con sus votos y una parte sustancial de sus ingresos. ¿Pienso erróneamente? Pues en el caso que analizamos, en el crimen ejecutado el once de marzo de 2004, fallaron todas las previsiones; ni se evitó, ni se investigó hasta llegar a la raíz del mismo. Celebro que el bolsillo nos movilice, pero me apena que las vidas humanas queden relegadas al último lugar de las prioridades de nuestra sociedad.

Si repasamos nuestra Historia, podemos encontrar en ella personajes, reales o de ficción, que pueden servirnos para la emulación. El Cid fue un personaje que caminó entre la leyenda y el mito. En mi infancia, los Reyes Magos me regalaron un libro sobre su vida y sus gestas; ciertamente me impresionó. Después, en varias ocasiones he visitado, a modo de peregrinación, la iglesia de Santa Gadea, donde según el Cantar de Mío Cid, Rodrigo hizo jurar al rey Alfonso VI que no había participado en la hipotética conjura que acabó con la vida de su hermano Sancho, en el sitio de Zamora. La película sobre el Cid, realizada por Anthony Mann en 1961, recoge dicho juramento.

Sea como fuera, y separando la parte histórica y documentada de la leyenda, a mí me gustaría vivir en un país en el que los poderosos, sean reyes, gobernantes o juzgadores, tuvieran que responder ante sus ciudadanos por los crímenes o delitos que sin duda cometen como humanos. En Santa Gadea, el juez no era El Cid sino el Juez Supremo. Nada desearía más que la impunidad de nuestros dirigentes en dicho trance, pero me asaltan dudas fundadas de que algunos rehusarían o rehusaríamos a realizar el Juramento de Santa Gadea. Todos juran o prometen sus cargos antes de ocuparlos pero ¿tienen en cuenta dicho compromiso en el desempeño de los mismos? ¿Los relacionados con el 11M también?

La siguiente frase de García Fitz recoge y resume lo que, con dificultad, he querido transmitir en este artículo:

El Cid se convierte en conciencia social y guardián del bien común, pasando a representar el "mito del cambio social, pero del cambio social asumible, no revolucionario", al actuar como garante de la continuidad del ejercicio de la autoridad, pero del ejercicio correcto de la misma. (García Fitz, p. 216)

Nota del autor para los lectores: mi agradecimiento más sincero a todos, especialmente a los que realizan comentarios a los mismos.

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