... los machotes de pelo en pecho ya suman una verdadera montaña de 39, en la última década, según las estadísticas españolas, siempre deficientes y un poco cutres. Los hombres de la violencia doméstica padecen el síndrome de Medea, que era una señora de la antigüedad que dañaba a sus hijos para destrozar al marido. Al revés, los padres-padrone del alcohol y la cocaína, los tiranos del honor calderoniano, los analfabetos iracundos, los señoritos tronera, los tipos duros de "a mí no me achanta ni el del Evangelio", devuelven a las madres la supuesta afrenta de su falta a la autoridad, con el dolor de la ausencia, en la carne de los niños, en el asesinato brutalmente propalado.
El padre número uno, acuchilló a los dos hijos en una visita; el padre dos, disparó a su hijos de once y ocho años mientras dormían; el novio de una joven mató a golpes al bebé de su novia; el padre tres mató a su hija de siete años, a tiros; el padrastro de Érica de cuatro años, la mató y denunció que había desaparecido. El diario El Mundo fabrica una lista estremecedora, la prueba del fracaso de la política anti-violencia en España...
El último ha sido el niño de once años de Vencindario, Gran Canaria, al que presuntamente su padre acuchilló con un utensilio de cocina, y luego lo montó en el coche con el que se estrelló repletó de combustible, en la puerta de la casa de la madre. Una de esas cosas chuscas que si no eres un pirao, un borracho, o consumes droga, ni se te ocurre. La venganza macabra puede ser el resultado del síndrome de abstinencia, de una resaca diabólica o de la mezcla infame de productos con los que ahora cortan la mandanga: alas de insecto, yeso, caca de la vaca...
El padre número cuatro, estrangula a Iratí de cinco años, el cinco mató a Daniela, de ocho años. El seis, acuchilló a Sergio de un año. El padre siete quemó la casa en la que dormían Keit de ocho años y Carmen, de cinco, con ellos dentro. El padre ocho acuchilló a Natalia, de siete. El padre nueve les dio a Manuel de tres, y a Aaron de nueve, con un cuchillo para vengarse de su divorcio. El padre diez mató al hijo de tres años, tras pegarle a la madre.
En España está pendiente un gran debate nacional sobre la violencia contra la mujer, que no se ha dado en las televisiones. Ahora que algunas serán privadas y posiblemente con voluntad de ser negocio, tal vez se plantee el debate, con gente que sepa, no como la que han colocado los políticos al frente de los observatorios llamados de Violencia de Género, que no han hecho otra cosa que constatar como año a año subía la violencia de género y Medea tenía los dos sexos como un hermafrodita o un ángel de los que Camilo, el del Premio, quería con coño.
Los hombres valientes no les pegan a las mujeres, los hombres inteligentes no plantean las batallas con armas ruines, los hombres afectuosos no quieren daño para sus hijos, y puestos a arreglar las cosas, son capaces de perdonar falsas ofensas, hacer oídos sordos a tontos consejos, de cuando las mujeres parecían propiedad de los hombres, y construir un mundo nuevo en el que dos que se pusieron de acuerdo para engendrar un hijo son capaces de mantener ese acuerdo para proteger su vida.
La violencia machista es estúpida, destructiva, no remunera ninguna vieja cuenta, ni facilita venganza alguna: la sensación es de fracaso absoluto. El tonto que emprende este camino acaba suicidándose, hecho entendido como fracaso total, o en la cárcel, como error máximo de una vida llena de actos irresponsables.
Para no caer en el síndrome de Medea, bastará con que el varón tenga el cerebro alerta, no se deslice en el matonismo ni se convierta en un matachín. Si consume alguna sustancia euforizante, cesará de inmediato en su negativa actitud. Igual que no se conduce borracho, no se resuelven los problemas de la vida bebiendo o esnifando. La única manera de arreglar la vida de un hijo es tomando decisiones acerca de lo que al hijo le interesa y, desde ese punto de vista, con generosidad y sacrificio. Es decir: lo que han hecho nuestros padres por nosotros toda la vida, antes de la tontería esta de llamarle a la delincuencia violencia de género.
Y a vosotros, machotes, ¿qué queréis que os diga? La muerte de un hijo a manos de su padre en esa lista de casi cuarenta, es el fracaso de la convivencia, de la civilización. Desde luego el deceso de las leyes, que son incapaces de frenar o cortar la hemorragia, pero aún más importante la incapacidad de toda una nación, de enfrentar un problema en el que básicamente se trata de cerrarle el paso a los maltratadores, individuos hijos de Medea que, incapaces de reflexionar, de actuar con afecto o cariño, amor o sacrificio, se valen de su fuerza para extrañas compensaciones que les dejan insatisfechos y les mandan al infierno del olvido.
En 2007, el padre once mató a su hija Francesca, de un año. El novio de otra joven acabó a golpes con la rivalidad del bebé. El padre doce, mató a su hijo de siete años. El padre trece, asesinó a sus hijos de seis y dos años...
La lista ha crecido con disparos de arma de fuego, con empujones por un precipicio, con estrangulamientos y quemaduras. España se ha ido degradando hasta recuperar el salfumán y el aguafuerte como parte del kit del criminal. Entre los agresores de mujeres ya figuran sicarios que arrojan ácido como en la edad media. Mientras este panorama se ensombrece, los hombres de la ley no reaccionan. Los legisladores creen que tienen aparato jurídico suficiente, los policías se han quedado sin respuestas. Y a los niños españoles los mata cada vez más una Medea de dos sexos.