Primavera islamista
Resulta ya casi anecdótico interesarse por quienes desencadenaron la primavera árabe. Constituyen un caso paradigmático del bien conocido fenómeno de que las revoluciones no las terminan los que las inician.
Resulta ya casi anecdótico interesarse por quienes desencadenaron la primavera árabe. Constituyen un caso paradigmático del bien conocido fenómeno de que las revoluciones no las terminan los que las inician. A veces, quienes pretenden desencadenarlas esconden la mano, azuzando a otros a lanzarse a la calle con reivindicaciones movilizadoras que no constituyen el verdadero objetivo de los sigilosos provocadores. Otras, las infiltran desde momentos muy tempranos y a pesar de su ocultación logran un alto grado de control con su superior organización. La espontaneidad absoluta de las masas es prácticamente inexistente y muy poco eficaz. Carne de cañón para hábiles carniceros. Otras veces, las elecciones libres simplemente trabajan para los antidemócratas.
Si hay excepciones, la primavera árabe no es una de ellas. Los que se movilizaron tras la inmolación en el fuego del joven parado tunecino el 14 de diciembre del 2010 pudieron ser graduados universitarios en paro, que miraban hacia las democracias occidentales, pero el partido que consiguió la mayoría relativa cuando llegaron las soñadas elecciones, En Nadha, fue el equivalente local de los Hermanos Musulmanes y es quien dirige el gobierno, aunque sea en coalición con fuerzas seculares. Su proclamada moderación es cada vez más cuestionable y, como en todas partes, han liberado el agresivo activismo de los que se sitúan a su derecha en términos de Islam político, los llamados salafistas, que no presentan verdaderas diferencias doctrinales y de objetivos con sus correligionarios ahora en el poder. Su mayor radicalismo es esencialmente táctico y concierne a los ritmos que se marcan para alcanzar los objetivos comunes: el califato y la sharía ya, sin etapas, disimulos, concesiones, compromisos o dulcificación de los métodos.
Las concentraciones en la plaza Tahrir (liberación) de El Cairo, el más importante e influyente episodio de masas de todo el movimiento, son un excelente ejemplo de la trastienda revolucionaria. Se conoció desde el principio cómo los jóvenes occidentalizados, demócratas de distintas tendencias, estudiaron formas de movilización por redes sociales de internet y métodos de resistencia contra las cargas policiales, pero también sabemos que las juventudes de la Hermandad Musulmana se lanzaron desde los primeros momentos a la plaza y se hicieron con los servicios de orden, control y limpieza. Recientemente se ha sabido que algunos de los míticos líderes liberales procedían del islamismo y se infiltraron en la organización originaria desde el inicio de los preparativos, como el famoso técnico local de Google, Wael Ghonim.
El resultado es que en ninguna parte los demócratas gobiernan y los islamistas han avanzado siempre que no han sido contenidos por los poderes tradicionales, como en Argelia y en las monarquías de la península arábiga. En Marruecos gobiernan en un continuo tira y afloja con la monarquía. Su aparente derrota en Libia es engañosa. El supuestamente liberal Jibril trata de demostrar que a islamista no le gana nadie. En cuanto a los yihadistas es cierto que no han participado, pero han visto cómo otros barrían a sus enemigos jurados y les despejaban el terreno. No son perdedores.
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