La corrupción avanza como en una película de Berlanga, La escopeta Nacional, Todos a la cárcel... Un empresario de Málaga que en realidad era un chorizo pergeñó una sociedad para delinquir y transformó a su único empleado en cómplice: es decir, contrato, nómina, cuota de la seguridad social y, como segunda actividad, el robo a mano armada.
Modernidad de emprendedor. El país se adapta al atraco nacional. Sálvese el que pueda. Jefe y empleado desempeñaban una actividad legal en Málaga, pero el mes pasado atracaron tres bancos en tres horas.
Se presentaban en las oficinas bancarias más bonitos que un San Luis. Son dos cuarentones aparentes, con buena percha, traje, corbata, gafas oscuras. Y una mochila para echarse el botín al hombro.
Con esa pinta de ejecutivos, hechos un pincel, se ponían en la cola de caja, y cuando les tocaba el turno sacaban un arma simulada y un cuchillo: "Arriba las manos, esto es un atraco", con la misma frialdad que si fueran ministros de Franco en una cacería berlanguiana.
Estábamos en Venecia con D. Luis y nos citó en su habitación del hotel principal del Lido, lleno de señorío y recuerdos de Thomas Mann, aunque la película de Visconti fue en el Hotel Des Bains. A Luis le querían incautar la muñeca de tamaño natural para dedicarla a la prostitución, y el maestro, con razón, se quejaba: "No me dejan vivir ni las poupées ni los callos", mientras mostraba la potencia de su intelecto más subido que el de Orson Welles.
He dicho "arma simulada", esto es, de esas de hierro dulce, que a veces se arreglan para que den un tiro pero que pueden estallar al tercer estampido, como una granada de la guerra civil. A Orson Welles le hizo su mejor película Emiliano Piedra, que estuvo casado con Emma Penella, que era una de nuestras bellas de Rubens. Berlanga era mucho de Campanadas a medianoche, donde a Falstaff se le retira antes la potencia que el deseo. En Venecia quería comprarse unos náuticos como los que llevaba, pero se empeñó en que todavía le quedaban sus buenos kilómetros y se pasó el tiempo recorriendo los muelles para cambiar los zapatos con los kilómetros hechos.
Los atracadores de Málaga salían cortando con pequeñas cantidades, 1.800 euros, poco más o menos. Y aunque tienen el récord de tres bancos en tres horas, las ganancias no eran de libro Guinness. El atraco nacional se extiende, pero se abarata. Las formas de los criminales de Málaga eran casi de mayordomo inglés, pero no podrían competir con los albanokosovares, que han hecho la guerra desollando enemigos.
Berlanga habría rodado esta comedia que vive Rajoy, en la que el personal de a pie saca su alma de atracador, harto de que sólo roben los políticos. Qué van a ir todos a la cárcel. Pero habrá quien haga una colección de vello público, quien cace en Botsuana y quien se vista en Armani con casco de Kawasaki, sin darse cuenta de que el atraco es una profesión absorbente que hay que mamarla de pequeño. Uno, antes de elegir partido, tiene ya que estar entrenado en llevárselo crudo. Si no, le pasará lo que al jefe y al empleado de Málaga: buena idea esta de montárselo de turista atracador, incluso bien los detalles, vestirse de traje impecable, con casco de motorista, para dar el palo, y luego salir huyendo en bicicleta con las mochilas a la espalda; buena la idea, pero de corto recorrido: al cuarto atraco fueron descubiertos, capturados y neutralizados. Les faltaba maldad. Al fin y al cabo solo son dos emprendedores confundidos, que se creían unos chorizos rematados y no habían aprendido nada de las múltiples maneras de apropiarse de los ajeno.
Han ido a prisión con cuarenta y tantos, y saldrán para jubilarse, porque con lo poco que han robado no les da ni para entretener la matemática penitenciaria. En el atraco nacional sólo eran unos aficionados que apuntaban maneras. Una historia real para un guión de Berlanga.