La plaza Tahir de El Cairo se convirtió en el corazón de las revueltas en varios países del Magreb y el mundo árabe que la prensa occidental, con entusiasmo y candidez a partes iguales, vino en llamar la "Primavera árabe". Una grandilocuencia voluntarista que no se corresponde con los efectos reales que aquella ola de protestas ha tenido sobre los países de la región. Cambios sí ha habido, pero tan solo en Túnez parecen dirigidos a una mayor apertura del país. En Marruecos, Mohamed VI ha impulsado una reforma constitucional que no merma el poder absoluto del monarca. Siria está inmersa en una guerra civil. Y en Egipto hoy, quince meses después de que la plaza Tahir se hiciese mundialmente famosa, se han cumplido los peores augurios: la caída del régimen autoritario y corrupto de Hosni Mubarak ha supuesto la llegada al poder de los islamistas.
La victoria del candidato de los Hermanos Musulmanes Mohamed Mursi, confirmada oficialmente este domingo, con 13.230.131 votos (el 51,73%), frente a los 12.347.380 (el 48,53%) cosechados por el sucesor y último primer ministro de Hosni Mubarak, era el único desenlace previsible a la revolución iniciada en Tahir. Solo un ciego no habría visto que detrás de aquellas protestas estaba la organización islamista. Este grupo terrorista, responsable de múltiples matanzas y una de las fuentes de inspiración para Al Qaeda, siempre ha ejercido, aun siendo ilegal durante el régimen de Mubarak, un férreo control sobre buena parte de la sociedad egipcia. Controlan sindicatos, colegios profesionales y organizaciones de caridad. Son el grupo mayoritario en el Parlamento y ahora suman la presidencia a su ya inmenso poder. Pretenden construir una sociedad basada exclusivamente en los preceptos del Islam, tal y como declaró en su primer discurso ya como presidente Mohamed Mursi: "el renacer islámico".
El único contrapeso a la acumulación de poder de los islamistas es la junta militar que ha venido controlando el país desde la caída de Mubarak. Se abre ahora un periodo marcado por la lucha por el control total del Estado que librarán los Hermanos Musulmanes, con el respaldo de la mayoría de la población, y el ejército que se resiste a abandonar el poder que ha detentado durante décadas. Lamentablemente no hay muchas razones para el optimismo. Cuando la victoria de Mursi es vista con preocupación en Israel, la única democracia de Oriente Medio, y es celebrada con alborozo por la organización terrorista Hamas, no estamos ante una buena noticia para la causa de la libertad. Los síntomas no pueden ser peores.