Al respecto de la polémica de y por la cancelación del concierto de Richard Wagner que el presidente de la Sociedad Wagneriana de Israel tenía previsto ofrecer el próximo sábado en Tel Aviv me planteo nuevamente varias cuestiones.
Vaya por delante mi total y absoluta simpatía hacia el pueblo de Israel. He dado fe de ella en las columnas de esta casa y en mi blog en no pocas ocasiones. Así que dicho lo obvio para algunos, entro en materia.
Como les decía, se ha anulado el concierto previsto por las presiones de parte de la población israelí por vincular al gran compositor alemán con el nazismo. Así, el presidente de la Sociedad Wagneriana, Jonathan Livny, apunta que nunca habían estado tan cerca –puesto que el veto es permanente– mientras alega que Chopin y Strauss eran declarados antisemitas y sus obras, sin embargo, se escuchan habitualmente en conciertos por todo el territorio israelí.
No voy a entrar en cómo me emociono cuando escucho a Richard Wagner ni cuántas veces Tannhäuser me ha transportado con los ojos humedecidos desde ésa maravillosa obertura a remotos lugares de mi imaginación. Tampoco quiero entrar en los recuerdos que las víctimas del espeluznante Holocausto tendrán con respecto a su obra y si realmente ésta, no sólo por la predilección de Adolf Hitler por ella, refleja tal sentimiento antisemita. Se trata de algo que, en mi humilde opinión, se debe respetar y punto.
Pero me planteo, al hilo de esta cuestión –en su versión más extrema– la vinculación y la estrecha relación de la música, la literatura, la pintura o el teatro con sus respectivos autores y la carga ideológica que puedan destilar.
Siempre he procurado separar una cosa de la otra. Y créanme, en los tiempos que corren, no siempre ha resultado fácil. He ido desde muy jovencita a escuchar a Joaquín Sabina, a cantar las canciones de Ismael Serrano y a contemplar en el escenario a Ana Belén, por poner tres claros ejemplos de artistas netamente alineados con la izquierda-izquierda española.
Y al menos avispado de los que puedan estar leyendo esto que les cuento, no le costará mucho esfuerzo llegar a la conclusión de que su línea ideológica no está precisamente acorde con la mía. He tenido que aguantar en el Palau de la Música de Barcelona peroratas de Ismael Serrano hablando de Che Guevara y quedárseme la cena atragantada. Y he tenido que soportar cantos a la libertad –a una determinada libertad– de algunos cantautores cuyo concepto de la misma difiere diametralmente del mío. Pero he sabido apreciar lo que me ofrecían. Y hasta ahora me compensaba.
Un ejemplo en otro sentido y algo más reciente fue el de Russian Red, al confesar su vocalista –oh, gran pecado capital– que se sentía más confortable en una posición liberal, más cercana a la derecha. Le llovieron chuzos de punta.
Porque un actor en España, cantante, pintor, escultor, diseñador o cualquiera que esté al frente de cualquier disciplina artística puede manifestar con absoluta tranquilidad su predilección y preferencia por la izquierda, pero no al revés. Nunca. Jamás. Salvo que le eches lo que probablemente te lancen al escenario al subirte horas después. Y no abundan demasiado.
Capítulo aparte merece Santi Rodríguez, quien ha tenido que cerrar su cuenta de Twitter por el bombardeo de insultos y amenazas tras haberse confesado católico. Lo repito. No por haberse declarado delincuente, no. Por haberse declarado católico, ni más ni menos.
Y qué quieren que les diga. Esta asfixia me ahoga cada día más. Y de la misma manera que puedo defender los colores del FC Barcelona sin el más mínimo coqueteo con ningún tipo de nacionalismo, no veo por qué motivo no puedo apreciar una música o una novela sin tener que tener presente en qué lado se ubica ideológicamente y cómo piensa su autor. Podrán pensar ustedes que el planteamiento es de lo más simplista. Y sí, no les faltará razón. Pero en nuestro país funcionamos así desde hace tiempo.
Así que simplemente me preguntaba si un pueblo que lucha cada día sin cesar en aras y por la Libertad, podría dar un ejemplo más al mundo rompiendo quizás ese veto.
Porque no hay mejor muestra que la que recordaba finalmente Livny, cuando su padre –superviviente del Holocausto– le decía: "Escucha hijo, qué pedazo de antisemita era, pero fíjate qué maravillosa y divina música". Pues eso.