La monarquía y "Corte de los milagros"
Fue Valle Inclán quien primero motejó como "Corte de los milagros" a la barahúnda palaciega de la reina, donde brillaban con luz propia el pequeño y enjuto padre Claret, confesor real atormentado por la sexualidad sin freno que discurría a su alrededor.
Durante décadas, España y los españoles fueron soportando muy a duras penas una monarquía, la de Isabel II, que se movía entre el esperpento palaciego de idas y venidas de amantes de la reina, de intrigas de camarilla y pías agencias de empleos montadas por una monja tan perturbada como influyente, de un sinfín de desafueros constitucionales, de guerra civil, motines, golpes de Estado, deposiciones y exilios, pero la sangrienta represión de la asonada del madrileño Cuartel de San Gil fue la gota que colmó el vaso y el arma con la que el propio régimen se dio a sí mismo el tiro de gracia.
A Isabel II la casaron tres años después de su mayoría de edad con don Francisco de Asís, a quien ella siempre había llamado "la prima Paquita". Ocho años mayor que ella, era un tipo blandengue, atiplado y de virilidad dudosa, aunque sus pretendidas homosexualidad o bisexualidad nunca pudieron probarse. De lo que no cabe duda es de su papel de gran consentidor que sacó extraordinario provecho de las muchas infidelidades de su regia esposa, quien, entre otros muchos, fue amante a grandes voces del general Serrano, a quien llamaba en público "el general bonito", del compositor Emilio Arrieta, del aventurero Carlos Marfiori, y de los militares José María Ruiz de Arana y Puig y Moltó, padre del rey Alfonso XII apodado el "puigmoltejo".
Fue Valle Inclán quien primero motejó como "Corte de los milagros" a la barahúnda palaciega de la reina, donde brillaban con luz propia el pequeño y enjuto padre Claret, confesor real atormentado por la sexualidad sin freno que discurría a su alrededor, y sor Patrocinio de las Llagas, asesora multidisciplinar de Isabel y quien, a pesar de haber sido procesada por falsaria y fingidora de milagros, con pena de destierro en 1835 a Talavera de la Reina, regresó a Madrid pocos años después para introducirse en la Corte, logrando tal influencia sobre la reina que incluso consiguió provocar la caída del Gobierno de Narváez durante un día. A todo esto, el pueblo llano cantaba cosas como "la Isabelona/ tan frescachona/ y don Paquito/ tan mariquito"; los intelectuales se embroncaban y hacían escarnio de su monarquía; los militares preparaban pronunciamientos y asonadas; y los políticos tomaban conciencia de que era necesario dar un cambio de rumbo a un país que navegaba a la deriva. Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, bajo el pseudónimo Sem, elaboraron un conjunto de acuarelas casi pornográficas, cuyos protagonistas eran los personajes de esta tan peculiar "Corte de los milagros". A título de mero ejemplo, en la que hace el número 71 del catálogo de la Biblioteca Nacional, aparece Don Francisco con una tupida cornamenta y una leyenda que dice: "Vuestra noble faz empaña/ el ñublo del deshonor,/ Deshaced presto esta niebla,/ Cortaos los cuernos, Señor:/ Que el mundo entero os señala,/ La Europa os llama cabrón,/ Y "Cabrón" repite el eco/ en todo el pueblo español".
Llegó el muy difícil año 1866, el crecimiento económico se paralizó debido a la crisis europea, el retraimiento provocó una salida masiva del capital extranjero, que era la base de buena parte de la industria española, y el Banco de España se vio con dificultades para hacer frente al pago en metales preciosos de los billetes de banco, lo que aceleró la preocupación, no sólo de las clases populares, sino también de la clase media y la burguesía. La crisis bancaria precipitó la crisis de la Bolsa de Madrid y, en cascada, de las compañías de seguros que manejaban una parte sustancial de los ahorros de las familias.
Así las cosas, se organizó un movimiento cívico-militar comandado por el general Juan Prim, huido y condenado a muerte desde su último pronunciamiento en Villarejo de Salvanés, cuyo objetivo era destronar a la Reina. Se fijó la fecha del 26 de junio para la sublevación, nombrándose como generales al mando a Blas Pierrad y Juan Contreras, dirigidos por Prim, que debía entrar por la frontera francesa para hacer una proclama en Guipúzcoa y ayudar así al levantamiento de distintas unidades en todo el territorio nacional.
La primera unidad en sublevarse debía ser el madrileño Cuartel de Artillería de San Gil, pero los suboficiales y sargentos, temiendo ser descubiertos, se sublevaron cuatro días antes con el capitán Baltasar Hidalgo de Quintana al frente. La improvisación hizo fracasar la intentona. Pocos días después, juzgados en consejo de guerra sumarísimo, setenta oficiales y suboficiales que habían participado en los hechos fueron condenados a muerte, la reina ignoró las peticiones de clemencia y todos fueron fusilados junto a los muros exteriores de la plaza de toros, que entonces estaba situada junto a la Puerta de Alcalá. Benito Pérez Galdós, fue testigo presencial de los prolegómenos de su ejecución, y a ello se refiere en Memorias de un desmemoriado, calificando el espectáculo como "...el más trágico y siniestro que he visto en mi vida (...) los sargentos de Artillería llevados al patíbulo en coche, de dos en dos, por la calle de Alcalá arriba, para fusilarlos en la antigua Plaza de Toros".
Consciente de las dificultades por las que atravesaba la monarquía española, en la que el sexo desenfrenado se había mezclado con la sangre, el papa Pío IX, quien en su momento había manifestado serias reticencias para apadrinar al futuro rey Alfonso XII, sabiendo como sabía que era hijo adulterino, decidió apoyar a la muy católica casa real hispana, concediendo a la reina, a principios de 1868, la Rosa de Oro, la más alta distinción vaticana. Parece que un cardenal de la curia presentó sus objeciones al Papa argumentando que la galardonada era una puttana. El bueno de Pionono, tras meditar un instante, respondió al purpurado: "Puttana, ma pía".
Pero la suerte estaba echada, la revolución apodada "la Gloriosa" triunfa y la reina tiene que abandonar España hacia el exilio. Con el fondo del grito unísono popular de "abajo la Isabelona, fondona y golfona", demócratas y progresistas llegaron a un acuerdo, avalado por el general Serrano, antiguo amante y hombre de confianza de la reina, abriendo el camino a la formación de un gobierno provisional y la convocatoria de Cortes constituyentes por sufragio universal.
El corresponsal de un periódico francés relata los últimos momentos de la familia real en territorio español:
La reina y el rey van resignados; pero como atontados, sus ojos interrogan a la muda muchedumbre, que la contemplan, como si esperaran de ella algún movimiento para detener a la familia real de España. Algunos rostros se enternecen. De repente, con estupefacción suma se ve a Marfiori entrar insolente en el wagon real e instalarse en él. Este último reto a la opinión pública hiela los generosos sentimientos de piedad que se habían manifestado: aquellos que se conmovieron se indignan, y un murmullo de disgusto se deja oír.
En las elecciones de enero de 1869 los progresistas en alianza con los demócratas moderados obtienen la mayoría y Prim, como máxima referencia de la facción victoriosa, consigue que la nueva Constitución adopte la forma monárquica y que el general Serrano sea nombrado regente sin poder fáctico, lo cual le desactiva y elimina como rival. Serrano nombra a Prim jefe de gobierno y aquel se reserva, además de la Presidencia, la cartera de Guerra, nombrando ministros unionistas y progresistas por igual. Los republicanos, claro, siguen insistiendo en la República; los progresistas proponen al trono a Fernando de Coburgo, padre del rey portugués Luis I, mientras que los unionistas postulan al duque de Montpensier, pero Prim acabará imponiendo a su candidato, Amadeo Fernando María de Saboya, primer duque de Aosta, cuya corona es una ruleta en la que está marcado y trucado el numero fatídico que acabará con la vida de Juan Prim i Prats, conde de Reus, marqués de Castillejos y vizconde del Bruch.
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