No hace muchas semanas, señalaba mi convicción de que el proceso de independencia de Cataluña y Vascongadas, caso de tener lugar, contaría con un apoyo directo de los respectivos episcopados. Afirmaba yo esto guiándome por los abundantes precedentes de la Historia de España. En estos días he accedido a valiosos datos que, por desgracia, confirman mi impresión.
Pocos de mis lectores conocerán una editorial llamada Ttarttalo. Afincada en tierras vascas, su catálogo está relacionado con temas de esa hermosa región española y, en buena parte, está editado en vascuence. Hace unos meses, incluyó entre sus títulos una obra que me parece absolutamente esencial para comprender lo que ha sucedido en relación con ETA en los últimos años. Se titula El triángulo de Loiola (sic) y su autor es Imanol Murua Uría. En sus páginas aparece descrito de manera muy bien documentada lo que muchos hemos temido siempre sobre el mal llamado proceso de paz y, especialmente, sobre las conversaciones mantenidas por ETA y el partido socialista en la casa que los jesuitas tienen en esa localidad. No voy a detenerme en detalles como que en el año 2002 (pp. 13 ss), el PSE y Batasuna-ETA ya habían llegado a "consensuar unas bases en un documento escrito" con Eguiguren y Otegui de protagonistas. Tampoco en el hecho de que en 2005, en Ginebra, Eguiguren por el PSE y Josu Urrutikoetxea por ETA, pactaron una hoja de ruta (pp. 21 ss). Ni siquiera voy a pararme en el hecho de que ETA y el gobierno de ZP concluyeron un acuerdo reproducido en el Zutabe 112 y concluido en Oslo donde, entre otras cosas, ZP aceptaba lo que decidieran los vascos en el futuro, donde se reconocía la existencia de Euskal Herria incluyendo en la citada entidad a las tres provincias Vascongadas y a Navarra y donde se indicaba que "la legalidad española nunca será una limitación a la voluntad de los ciudadanos vascos", todo ello además de frenar la acción policial y tolerar lo que hiciera Batasuna-ETA (pp. 25 ss). En otras palabras, ZP se rindió ante ETA y aceptó todas las exigencias históricas de los terroristas incluido el referéndum de autodeterminación, la anexión de Navarra y el desprecio por el ordenamiento jurídico español. Todo ello es, sin duda, muy relevante, pero en lo que voy a reparar más, sin el menor ánimo de ser exhaustivo, es en el papel representado por la iglesia católica en un episodio en el que se prometió la impunidad a unos terroristas y se pactó el desmembramiento de España a espaldas de sus ciudadanos. Adelanto que fue esencial y que ETA siempre lo supo así y actuó en consecuencia.
El terrorista Arnaldo Otegui fue el que planteó que la reunión para cerrar el acuerdo tuviera lugar en la casa de los jesuitas en Loyola "porque creía que la Iglesia podía ser una buena ayuda a la hora de llevar las cosas con discreción" (p. 56). El peneuvista Urkullu, por supuesto, corroboró lo beneficioso de contar con la ayuda del respaldo de la iglesia católica apelando a "otras experiencias –Egino, el santuario de Estíbaliz–" (p. 56). Llegó incluso a barajarse como lugar de reunión el monasterio de Ziortza (p. 56). Por supuesto, José Mari Etxeberría, provincial de los jesuitas en Loiola, no tardó en decir que sí a la petición de ETA y de los socialistas (p. 57). Pero no se trataba sólo de la Compañía de Jesús. Con anterioridad, el cardenal Etxegarai desde la misma Santa Sede había mediado en favor de la banda terrorista ETA. El inefable obispo de San Sebastián, monseñor Uriarte, también apoyó la negociación ya que ha sido mediador de ETA al menos desde 1999 (p. 57) –un papel que, presuntamente, "quemó" o intentó quemar Jaime Mayor Oreja– e incluyó entre sus logros a favor de los terroristas el que el papa Benedicto XVI, a las dos semanas del anuncio de la tregua, el 2 de abril, bendijese el mal llamado proceso de paz con una declaración en la que pedía intensificar esfuerzos para "superar los obstáculos que puedan presentarse a lo largo de este camino" (p. 57). No resulta extraño que con ese contexto de respaldo eclesial al máximo nivel, ETA estableciera que "la única copia del acuerdo se depositaría en el Vaticano, "de manera oficial" (p. 105), un punto que el PSE sugirió que se cambiara por la Compañía de Jesús.
Con un respaldo que venía desde la misma cúspide de la iglesia católica no sorprende que también anduvieran entremetidos en la ceremonia criminal –¿merece otro nombre?– el sacerdote irlandés Alec Reid que, "con el apoyo y la cobertura de los obispados de Bilbao y Donostia... trabajó sobre todo con los partidos y organismos implicados en la plataforma Nazio Eztabaidagunea" (p. 58). También "se reunió con la dirección de ETA" y "normalmente iba acompañado de Joseba Segura, entonces responsable del Secretariado Social de la Diócesis de Bilbao y hombre de entera confianza" de monseñor Uriarte (p. 58). La implicación de la iglesia católica –no me digan los lectores que no están tiernamente conmovidos por la compresión papal ante el acuerdo de los traidores y los terroristas– tenía además otra finalidad y era que el PP no pudiera desvincularse en el futuro del acuerdo suscrito entre ZP y los terroristas (pp. 57 ss). Ignoro si ETA alcanzó ese objetivo pero, viendo los últimos pasos dados por el gobierno de Rajoy, no dejo de preguntármelo cada día. Desde luego, si don Mariano y sus ministros actuaran en contra de los intereses de España simplemente por seguir los dictados de la Santa Sede no serían los primeros y esta vez –justo es reconocerlo– ya no nos queda imperio que perder.
Ya lo reconoció una querida compañera desde los micrófonos de la COPE al afirmar que si un día los obispos apoyaban la independencia vasca ella también lo haría. No todo el mundo manifiesta de manera tan tajante su obediencia a los pastores, pero no espero tampoco un movimiento de resistencia ante los hechos consumados. Me consta que ante datos contundentes como éstos es costumbre decir que el papa no sabe nada –le pasa como a Franco o a Stalin que tampoco estaban al corriente de lo que sucedía– y que la Santa Sede ya está atando en corto a los nacionalistas según se deduce del nombramiento de Munilla como obispo. Confieso que me llenan de estupor semejantes argumentos, primero, porque hace décadas que vengo siguiendo la trayectoria de Joseph Ratzinger y lo último que me parece es un estúpido que no se entera de nada al que pueda engañar un obispo y, segundo, porque los que los utilizan saben perfectamente que la iglesia católica tiene un orden estrictamente jerárquico y que, por lo tanto, pensar que un obispo va a su aire es tan absurdo como decir que el sargento Ramírez hace lo que le viene en gana en la tercera compañía sin que el capitán pueda hacer nada por meterlo en cintura. La triste y documentada realidad es que la iglesia católica optó por apoyar a los nacionalismos catalán y vasco, sin excluir a ETA, ya antes de la muerte de Franco como una manera de contrapesar un nuevo sistema democrático que, presumiblemente, decidiera acabar con injustos privilegios eclesiales que duraban siglos. Lo ha logrado aunque no se pueda decir que el coste haya sido baladí. En estos momentos, tanto si las Vascongadas y Cataluña se separan de España como si permanecen en su seno las respectivas diócesis tienen titulares que lo mismo podrían declarar un Te Deum por que las nacionalidades oprimidas han obtenido la libertad que recibir a los tanques de un indignado gobierno español como en su día hicieron cuando Yagüe entró en Barcelona. Hay que alabar la indudable previsión de la jerarquía católica ante cualquier eventualidad.
Reconozco que me gustaría ver estos hechos de otra manera, pero obras como El triángulo de Loiola y los precedentes históricos no me lo permiten sin negar el sentido común, la racionalidad y la Historia. No abrigo la menor duda de que si un día España es desmembrada, veremos a la jerarquía católica presentándose como los primeros que defendieron la libertad de catalanes y vascos contra el opresor español. Naturalmente, quizá algunos piensen que semejante conducta queda más que compensada por la práctica de la caridad y los comedores de Cáritas. Sobre Cáritas no voy a hablar hoy ni tampoco voy a volver a remitirme a lo que cuenta Federico Jiménez Losantos en El linchamiento. Tampoco seré yo quien censure a todos aquellos que, por las razones que sean, se dedican a la práctica de una virtud como la caridad. Para todos ellos mi respeto y mi estima. Con todo, esa circunstancia no me impide detenerme en un comportamiento del que he tenido noticia hace poco y que me parece especialmente escandaloso. Me refiero a la manera –denunciada por distintas instancias– en que la iglesia católica lleva años inmatriculando a su nombre multitud de propiedades inmuebles que no figuraban inscritas como suyas y que incluso podrían formar parte del patrimonio público. Todo ello ha venido sucediendo además, sin pagar después el IBI, revendiéndolas por un precio superior cuando así ha convenido –con al menos cuatro SICAVs a su nombre ya puede dedicarse a la especulación inmobiliaria– y en medio de una crisis pavorosa en la que todos, absolutamente todos los segmentos sociales deberían arrimar el hombro y no aprovecharse de la rebatiña para engordar su patrimonio.
Según datos proporcionados por una entidad navarra dedicada a defender el patrimonio público, tan sólo en Navarra la iglesia católica ha procedido a realizar inmatriculaciones de dudosa legalidad que han convertido en propiedades suyas 651 templos parroquiales, 191 ermitas, 9 basílicas, 42 viviendas y casas, 26 locales comerciales, almacenes, garajes, 2 atrios, 8 cementerios, 107 fincas, solares y terrenos, 38 prados, pastos y helechales, 12 viñas, pinares, olivares y arbolado, y un frontón. En total se trata de 1.087 inmuebles desde el año 1998. No me cabe duda de que en una futura Euskalherría con Navarra adosada, la iglesia católica conservaría todos y cada uno de esos inmuebles teniendo en cuenta lo que ha contribuido a una posible victoria de ETA. Tampoco me cabe duda de que como forma de hacer caridad con un patrimonio que es de todos los españoles no está nada mal. De hecho, aconsejo a los que quieran más información que consulten la página web de la entidad que se ha constituido para frenar estos hechos que, como mínimo, hay que calificar de vergonzosos. El enunciado de inmuebles es sobrecogedor.
Por otro lado, Navarra no es una excepción a esta política. Esta misma semana, un obispo me confirmaba con amplitud de detalles otros dos casos –uno en Zamora y otro en Salamanca– de este tipo de inmatriculaciones. En uno de ellos, el párroco de una localidad salmantina, obedeciendo órdenes del obispo, había inmatriculado un prado comunal, que pertenecía al pueblo, a nombre de la diócesis. Acto seguido, para evitar que pudiera entrar nadie, había procedido a rodearlo con una valla para impedir que alguien pudiera pasar. La indignación de la gente había sido monumental porque aquel bien nunca había sido de la iglesia católica y, por el contrario, desde hacía siglos era utilizado por los vecinos para dar de comer a su ganado. En el otro, el párroco había llegado incluso a enajenar bienes muebles que estaban en el interior del inmueble lo que había provocado que los fieles le plantaran cara hasta el punto de que el pobre clérigo, que alegaba limitarse a cumplir órdenes, acabó rompiendo a llorar.
Por otro lado, si la sagrada institución está más que dispuesta –y ha dado pruebas sobradas de ello– a ayudar a terroristas y socialistas a enajenar provincias y provincias españolas, ¿puede sorprender que algo menos importante que la vida humana como son los bienes inmuebles corra esta suerte?
Y las preguntas se me arremolinan. ¿Extraña que los sindicatos y los partidos políticos estén arramblando con todo cuando la única iglesia verdadera por autodefinición se dedica a inmatricular propiedades que no estaban a su nombre? ¿Extraña que los sindicatos y los partidos intenten legitimar las mayores villanías cuando el expolio y la colaboración con terroristas se pretende justificar con los comedores de Cáritas? ¿Extraña que en España el robo y la mentira estén a la orden del día cuando una institución que debería ser ejemplar no duda en apoderarse de inmuebles que no son suyos? ¿Extraña que ni sindicatos, ni partidos, ni subvencionados, ni nacionalistas se aferren a sus privilegios con uñas y dientes cuando una entidad que, por definición, debería ser paradigma de renuncia sigue intentando justificar privilegios injustificables como el de no pagar ciertos impuestos? ¿Extraña que ZP estuviera tan ufano con sus conversaciones con ETA cuando hasta el propio papa Benedicto XVI –que no es ningún estúpido– las bendijo? Quizá conserve algún resquicio de autoridad moral una institución que ha apoyado una y otra y otra vez el proceso de desmembramiento de esta sufrida nación, el abandono de las víctimas y la capitulación ante los terroristas. No seré yo el que discuta el derecho de sus fieles a seguir reconociéndoselo, pero espero disfrutar de cierta indulgencia al decir que yo no soy capaz de encontrarlo ni siquiera por mucho que me hablen de los comedores de Cáritas...
Y puestos a solicitar indulgencia, desearía que aquellos que han llamado al boicot de mis libros, no declaren ahora también la fatwa de agua bendita contra El triángulo de Loiola ni tampoco soliciten la excomunión episcopal para aquellos que pretenden defender el patrimonio navarro –o el castellano-leonés– contra un expolio de carácter eclesial. Me consta que algunos preferirían aquello que Cervantes llamaba el brasero y que ya vimos en una entrega anterior, pero, gracias a Dios, los tiempos han cambiado y por lo menos para no hacer el ridículo hay que tenerlo en cuenta. Y por hoy dejémoslo aquí. Me siento horrorizado ante algunas de las cosas que me he visto obligado a narrar. El próximo día me permitiré pensar sobre cómo podría haber sido la Historia de España en otras circunstancias.
(Continuará)