Con ánimo de polemizar
Siempre me ha maravillado esa cortesía de "no entrar en polémicas". No le encuentro explicación. Polemizar es sano, mientras no llegue la sangre al río.
Siempre me ha maravillado esa cortesía de "no entrar en polémicas". No le encuentro explicación. Polemizar es sano, mientras no llegue la sangre al río. Maribel Torbeck se toma la amable molestia de salir en mi defensa ante los ataques de Daniel Schutt. Agradezco el empeño de la de Colorado, pero no es para tanto. La controversia es parte del juego de esta seccioncilla. No debe llegar a la grosería o a la diatriba, pero, aun así, todo se perdona en aras de la amenidad y la cultura. Por cierto, doña Maribel me dice que estudió en el colegio de las RR.MM. Concepcionistas. Resulta que mi personaje femenino de Historia de una mujer inquieta estudió también en un colegio de monjas Concepcionistas. Puse ese nombre ficticio porque me divertía el oxímoron y para no aludir a una orden religiosa real. Pero ahora descubro que existen las reverendas madres concepcionistas. Todos mis respetos.
Artemio Sicilia (desde México) me define amistosamente como "una personalidad de la controversia". Me felicita por ello. Cuánto agradezco el cumplido. Me encanta la controversia más que el pan con aceite. Don Artemio recuerda el magisterio de García Márquez para decirme que habría que reformar la ortografía. Aporta esta metáfora del colombiano: "Agitar la taza para recuperar el sabor del café nunca es mala idea". La imagen me resulta pobre. La ortografía evoluciona a su ritmo natural, aunque a veces haya rezagos. Por ejemplo, "México" se quedó con la <x>, que en los siglos del virreinato sonaba más cerca de la <j>. Pero los españoles viajados respetamos la <x> de México o de Oaxaca. También a los andaluces les ha dado ahora por decir "Axarquía".
Tengo una carpeta entera con los recortes y notas sobre el lenguaje que me envía, solícito y curioso, mi colega y sin embargo amigo Julio Iglesias de Ussel. Un último envío es un polémico artículo de The Economist (31 de marzo de 2012). Se establece una escala de prolijidad-concisión entre las distintas lenguas. Resulta que la más prolija (necesita más caracteres para decir la misma idea) es la española. El idioma más conciso es el chino mandarín. Entiendo que la verdadera escala habría que hacerla no con caracteres (el chino es ideográfico) sino con palabras. Aun así, es evidente que el español es más prolijo que el inglés. Me da la impresión de que el latín sería el más conciso. Modestamente, aquí se combate la natural prolijidad del español con algunas normas: los artículos no deben sobrepasar una página y las frases no deben tener más de 30 palabras. Se debe huir de las voces con demasiadas sílabas. Por ejemplo, los libertarios educados no decimos "gobernabilidad" (basta con "gobernación"), ni siquiera "posteriormente" (basta con "después"). Cuando había poco que leer se podía tolerar un texto prolijo. Pero ahora, que recibimos a diario docenas de correos electrónicos, habría que esforzarse en escribir del modo más conciso posible. Yo, al menos, lo intento.
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