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Pedro de Tena

La región de la alegría

Yo sé por qué José Antonio Griñán está alegre y por qué su gobierno está alegre y también sé por qué los andaluces no sienten alegría sino que reflejan gracia bajo la forma de ocurrencia y chiste.

Los andaluces somos, de natural, graciosos, tenemos, lo aseguran, el don de la gracia. Lo escribió el primer Lorca gongorino, permítanme la pedantería. Lo ha compuesto José Susi e incluso lo han pintado desde Murillo o Vargas. Incluso Cansinos Assens hablaba de gente "chistosa y ocurrente", complementos de la gracia al parecer, en un barbero andaluz. Seguir sería inútil porque la afirmación ha cuajado en un tópico y los tópicos ni se crean ni se destruyen sino que se transmiten como una enfermedad. Pero la gracia, llamémosla andaluza, tiene poco que ver con la alegría. De hecho, parece ser su contrario. La gracia encubre la falta de alegría, disimula la pena "honda". Por resumir y pontificar, hasta Machado prefería cubrir con la gracia del Jesús andando por las aguas el dolor del Jesús sufriente del madero. Aquí, nos dicen, tenemos penas como La Lirio, pero las escondemos bajo la gracia. Lo de alegre, aún más si se trata de un gobierno alegre, es cosa del presidente Griñán y su retórica.

Yo sé por qué José Antonio Griñán está alegre y por qué su gobierno está alegre y también sé por qué los andaluces no sienten alegría sino que reflejan gracia bajo la forma de ocurrencia y chiste. Griñán está alegre en un gobierno alegre porque aunque siempre supo que los andaluces eran extremadamente dependientes del poder, del que sea, hoy el socialismo y antaño del franquismo, en esta ocasión electoral le han demostrado cuál es la hondura de esa sumisión. Fíjense que ya Ortega e incluso Pla habían entendido que los andaluces amábamos muchas cosas pero no la libertad. "Los hombres de Andalucía son los de más talento natural de España... pero por su carácter moral los menos idóneos para pertenecer a un pueblo libre", citaba el último. Dado que no hay nada que moleste tanto a un socialista convencido que la libertad de los ciudadanos a la que quiere amordazar desde el Estado, es muy natural que Griñán se sienta alegre. Y si su gobierno está amuleteado por un grupo de recalcitrantes comunistas, aun menos admiradores de la libertad, a los que nadie ha oído nunca hacer la más leve autocrítica sobre el fracaso de sus ideas o sobre el sufrimiento mundial que han causado, pues más alegre todavía. 

No, los andaluces no sienten, no sentimos alegría, porque si hay algo que es incompatible con ella es el miedo. Ninguna persona alegre siente miedo porque ser alegre es ser consciente de la belleza de la libertad y de sus riesgos y en Andalucía lo más extendido desde hace mucho es el miedo, infección moral transmitido de padres a hijos desde hace no décadas, sino siglos. La posición estratégica de dependencia de Andalucía no es de ahora, sino que procede de finales del siglo XIX, tal vez de antes, y en todo ese tiempo, los andaluces no hemos salido de los puestos de cola del desarrollo español. ¿Por qué? Porque no nos hemos atrevido a ser sujetos libres. Antes que atrevernos a romper con lo que nos degrada, preferimos sobrevivir simulando con gracias y ocurrencias que no estamos tan mal. Estamos entre los últimos, pero tenemos miedo de estar peor y callamos. Preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer. Griñán, como su gobierno, pueden ser alegres. El miedo al régimen llegará más jondo que nunca hasta hacer creer al último andaluz que no hay otra salvación que el socialismo, aunque los hechos, peor para ellos, digan lo contrario. 

"Cómo quieren que yo vaya
al jardín de la alegría
si se marchitan las flores
al ver la penita mía..."

Alegría de Cádiz

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